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Viacrusis


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2013  •  5.743 Palabras (23 Páginas)  •  237 Visitas

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Las Meditaciones del Vía Crucis

escritas por su Santidad Juan Pablo II para el Año Santo 2000

ORACIÓN INICIAL

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).

Desde hace veinte siglos, la Iglesia se reúne esta tarde para recordar y revivir los acontecimientos de la última etapa del camino terreno del Hijo de Dios. Hoy, como cada año, la Iglesia que está en Roma se congrega en el Coliseo para seguir las huellas de Jesús que, «cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se flama Gólgota» (Jn 19, 17).

Estamos aquí, conscientes de que el Viacrucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que han visto y hecho todos aquellos que han tomado parte este, drama, nos hablan continuamente, En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

En este año jubilar queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación.

Participar significa tener parte.

¿Qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar...

Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12, 2).

Oremos

Señor Jesucristo,

colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo,

para que, siguiéndote en tu último camino,

sepamos cuál es el precio de nuestra redención

y seamos dignos de participar

en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

«¿Eres tú el Rey de los judíos?» (Jn 18, 33)

«Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18, 36). Entonces Pilato le dijo: «Luego, ¿tú eres Rey?».

Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

Le dice Pilato:

«¿Qué es la verdad?»

Con esto, el procurador romano consideró terminado el interrogatorio. Volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él» (cf. Jn 18, 37-38) El drama de Pilato se oculta tras la pregunta: «¿qué es la verdad?».

No era una cuestión filosófica sobre la naturaleza de la verdad, sino una pregunta existencial sobre la propia relación con la verdad. Era un intento de escapar a la voz de la conciencia, que ordenaba reconocer la verdad y seguirla. El hombre que no se deja guiar por la verdad, llega a ser capaz incluso de emitir una sentencia de condena de un inocente.

Los acusadores intuyen esta debilidad de Pilato y por eso no ceden. Reclaman con obstinación la muerte en cruz. La decisiones a medias, a las que recurre Pilato, no le sirven de nada. No es suficiente infligir al acusado la pena cruel de la flagelación. Cuando el Procurador presenta a la muchedumbre a un Jesús flagelado y coronado de espinas, parece como si con ello quisiera decir algo que, a su entender, debería doblegar la intransigencia de la plaza. Señalando a Jesús, dice: «Ecce homo!». «Aquí tenéis al hombre».

Pero la respuesta es: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato intenta entonces negociar: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él» (cf. Jn 19, 5-7).

Está cada vez más convencido de que el imputado es inocente, pero esto no le basta para emitir una sentencia absolutoria. Entonces, los acusadores recurren a un argumento decisivo: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César» (Jn 19, 12).

Es una amenaza muy clara. Intuyendo el peligro, Pilato cede definitivamente y emite la sentencia, si bien con el gesto ostentoso de lavarse las manos: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis» (Mt 27, 24). Así fue condenado á la muerte en cruz Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo.

A lo largo de los siglos, la negación de la verdad ha generado sufrimiento y muerte.

Son los inocentes los que pagan el precio de la hipocresía humana. No bastan decisiones a medias. No es suficiente lavarse las manos. Queda siempre la responsabilidad por la sangre de los inocentes. Por ello Cristo imploró con tanto fervor por sus discípulos de todos los tiempos: Padre, «Santificalos en la verdad: tu Palabra es verdad» (Jn 17, 17).

ORACIÓN

Cristo, qué aceptas una condena injusta,

concédenos, a nosotros y a los hombres de todos los tiempos,

la gracia de ser fieles a la verdad

y no permitas que caiga sobre nosotros

y sobre los que vendrán después de nosotros

el peso de la responsabilidad

por el sufrimiento de los inocentes.

A ti, Jesús, Juez justo,

honor y gloria por los siglos de los siglos.

R/.Amén.

SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ A CUESTAS

La cruz. Instrumento de una muerte infame.

No era lícito

...

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