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7 Maravillas


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2014  •  4.224 Palabras (17 Páginas)  •  336 Visitas

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La humanidad es una especie curiosa. Cuando hablamos de sus conquistas, la mayoría de las veces lo hacemos refiriéndonos a sangrientas y destructivas expediciones guerreras. Pero de vez en cuando, la humanidad también produce obras de impresionante belleza, destinadas a perdurar durante siglos para hacernos recordar a todos que, cuando queremos, podemos emplear nuestro esfuerzo y talento para construir maravillas. Más que ninguna otra cosa, son estas obras las que nos identifican inequívocamente como humanos. Nos representan ante nosotros mismos... y también, si alguna vez en el futuro acude a nuestro planeta azul cualquier visitante, serán sin duda estas maravillas las que constituyan nuestras principales señas de identidad.

De todas las obras conocidas por su belleza o por su monumentalidad en la antigüedad, fueron siete las más famosas. De ahí el sobrenombre de "las siete maravillas del mundo". Lamentablemente, hoy, con una única excepción, no nos quedan más que las descripciones que hicieron los cronistas de la época. Guiémonos por ellas y emprendamos un viaje imaginario a través del tiempo para conocer las maravillas de nuestros antiguos.

Las Pirámides de Gizeh

La más antigua de las maravillas, y, curiosamente, la única que ha llegado hasta nosotros, es el monumental conjunto de las pirámides de Gizeh, en Egipto. Todos hemos oído hablar de ellas y conocemos su aspecto, así como sabemos que eran la tumba de los faraones. Pero acerquémonos más, y averigüemos algunos detalles interesantes.

Los egipcios iniciaron la construcción de pirámides hace muchísimo tiempo, a lo largo de su Antiguo Imperio: ¡Las más antiguas tienen cerca de CINCO MIL años! En efecto, la más antigua que se conoce es la pirámide escalonada de Sakkara, tumba del farón Djoser, que data del 2750 a. de C. El arquitecto inventor de la pirámide fué el gran visir, y famoso sabio, Imhotep. Después de este primer ejemplo, los egipcios continuaron construyendo pirámides hasta bien entrado el Imperio Medio, en que se pasó a emplear el sepulcro subterráneo en vez de las pirámides. Sin embargo, del Antiguo Imperio nos han quedado nada menos que ochenta de éstas, repartidas por el Bajo Egipto.

Imaginaos ahora que estamos presentes en el séquito funerario del farón Khufu. Una ligera embarcación nos transporta por el Nilo desde la antigua capital, Menfis, hasta la necrópolis de sus afueras, en la vasta llanura de Gizeh. Allí abundan las construcciones funerarias, pues es el cementerio donde van a parar todos los habitantes de la capital, nobles o villanos. Nuestra embarcación se detiene: en la orilla nos espera una comitiva de sacerdotes. Detrás, espera el templo construído especialmente para nuestro faraón, donde se le rendirá culto igual que a un dios (¿acaso no es de naturaleza divina?). Aquí es donde el cuerpo del faraón es preparado convenientemente e introducido en el sarcófago. Después, una comitiva trasporta éste a lo largo de una vía funeraria hacia su sepultura.

Ya vemos las pirámides. Su impresionante mole destaca sobre el horizonte de la llanura, dejándonos boquiabiertos. ¡Todo eso es piedra! Bloques de granito descomunalmente pesados, de un metro de altura, forman las filas tan apretadamente que no es posible introducir ni un cuchillo entre ellos. Las filas de piedras están pintadas, formando franjas de diferentes colores; la punta es de color dorado. Todas las

pirámides, absolutamente todas, tienen la misma alineación: están orientadas al norte con total exactitud. Los lados de la pirámide tienen una inclinación impresionante, de 51 grados, que cuando nos acercamos más nos produce la sensación de que la pirámide "se nos cae" encima. En los alrededores, se encuentran las pirámides menores y mastabas (edificaciones rectangulares de paredes inclinadas) para los altos funcionarios.

Estamos ante la pirámide. Sus dimensiones son impresionantes: 146.59 m de altura, 230 m de lado. Tras subir un poco por su lateral, penetramos en su interior. A la fluctuante luz de las antorchas vamos descubriendo las paredes, perfectamente lisas, como corresponde a la sepultura de una encarnación del dios Ra. Tras depositar el sarcófago en la cámara sepulcral, el corredor será cegado y disimulado, para evitar robos. La pirámide contiene asimismo una falsa cámara sepulcral.

A pesar de todas estas precauciones, son pocas las tumbas egipcias que permanecerán intactas hasta la llegada de los arqueólogos. Los ladrones de tumbas y los árabes irán saqueando con el paso del tiempo la mayoría de las pirámides y sepulcros. Cuando el arqueólogo Flinders Petrie entre en las tumbas reales de Abydos, unas de las más antiguas de Egipto, sólo podrá encontrar un brazo de la momia de una reina. De las tres grandes pirámides, sólo la más pequeña, la de Micerino, permanecerá intacta.

Una controversia famosa relacionada con las pirámides es la relación entre el doble de la longitud de su lado y su altura: el número Pi. ¿Porqué se tomarían tantas molestias los antiguos egipcios para conseguir que sus construcciones mantuvieran una relación matemática tan precisa? ¿Una especie de chauvinismo matemático? Personalmente prefiero pensar que lo hicieron porque era la forma más segura de conseguir que la inclinación de las pirámides fuera uniforme, y de que éstas serían perfectamente regulares. En efecto, si pensamos que probablemente se servían de ruedas de madera para medir longitudes de forma fácil y exacta, veremos que con una de éstas ruedas, hecha de la misma altura que los bloques de piedra, se comprobaba la inclinación rápidamente: cada nueva hilera de piedras debía medir media vuelta menos. De esta forma sale, automáticamente, la relación de Pi entre el doble del lado y la altura de la pirámide. Suena lógico, ¿verdad? Pero lo más curioso es que, como de forma meticulosa me ha hecho notar Jesús Cea, ello no implica necesariamente que los antiguos egipcios conocieran el número Pi; después de todo, éste sale automáticamente

debido a que se realizaron las medidas a base de ruedas.

Han pasado ya cerca de cinco mil años hasta nuestros días, y la humanidad todavía no ha realizado nada semejante. La más pequeña de las tres pirámides de Gizeh multiplica varias veces el peso de la mayor de las construcciones modernas; y es que los aparejadores de nuestros días se las verían y se las compondrían para enfrentarse con esos enormes bloques de piedra, difíciles de manejar hasta para las más potentes grúas. Cuando pensamos en que los antiguos egipcios carecían de máquinas, que movían las enormes piedras sólo con el esfuerzo físico de cuadrillas de docenas de trabajadores, nos

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