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Campo De Fresas Texto Completo

amelia19 de Abril de 2013

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Página 1 de 139

Campos de fresas

Jordi Sierra i Fabra

CÍRCULO DE LECTORESDiseño: Eva Mutter

Foto de solapa cedida por Qué leer

Círculo de Lectores, S.A. (Sociedad Unipersonal)

Valencia. 344, 08009 Barcelona

1 3 5 7 9 8 9 0 2 8 6 4 2

Licencia editorial para Círculo de Lectores

por cortesía de Ediciones SM.

Está prohibida la venta de este libro a personas que no

pertenezcan a Círculo de Lectores

© Jordi Sierra i Fabra, 1997

© Ediciones SM, 1997

Depósito legal. B 49976-1997

Fotocomposición: Fort. S.A.. Barcelona

Impresión y encuadernación: Novoprint, S.A

N. II. km 593. Sant Andreu de la Barca

Barcelona, 1998. Impreso en España

ISBN 84-226-6846-7

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Strawberry fields forever

John Lennon1

(Blancas: e4)

Abrió los ojos cuando el primer zumbido del teléfono aún no había muerto y lo

primero que encontró fueron los dígitos verdes de su radio-reloj en la oscuridad

de la noche.

Por ello supo que la llamada no podía ser buena.

Ninguna llamada telefónica lo es en la madrugada.

Alargó el brazo en el preciso momento en que sobrevenía el silencio entre el

primer y el segundo zumbido, y tropezó con el vaso de agua depositado en la

mesita de noche. Lo derribó. A su lado, su mujer también se agitó por el brusco

despertar. Fue ella la que encendió la luz de su propia mesita.

La mano del hombre se aferró al auricular del teléfono. Lo descolgó

mientras se incorporaba un poco para hablar, y se lo llevó al oído. Su pregunta

fue rápida, alarmada.

—¿Sí?

Escuchó una voz neutra, opaca. Una voz desconocida.

—¿El señor Salas?

—Soy yo.

—Verá, señor —la voz, de mujer, se tomó una especie de respiro. O más

bien fue como si se dispusiera a tomar carrerilla—. Le llamo desde el Clínico.

Me temo que ha sucedido algo delicado y necesitamos...

—¿Es mi hija? —preguntó automáticamente él.

Sintió cómo su mujer se aferraba a su brazo.

—Sí, señor Salas —continuó la voz, abierta y directamente—. Nos la han

traído en bastante mal estado y... bueno, aún es pronto para decir nada,

¿entiende? Sería necesario que se pasara por aquí cuanto antes.

—Pero... ¿está bien? —la tensión le hizo atropellarse, la presión de la mano

de su esposa le hizo daño, su cabeza entró en una espiral de miedos y

angustias—. Quiero decir...

—Su hija ha tomado algún tipo de sustancia peligrosa, señor Salas. La han

traído sus amigos y estamos haciendo todo lo posible por ella. Es cuanto puedo

decirle. Confío en que cuando lleguen aquí tengamos mejores noticias que

darle.

—Vamos inmediatamente.

—Hospital Clínico. Entren por urgencias.

—Gracias... sí, claro, gracias...Jordi Sierra i Fabra Campos de fresas

8

Se quedó con el teléfono en la mano, sin darse cuenta de que su mujer ya

estaba en pie. Después la miró.

—¿Un accidente de coche? —apenas si consiguió articular palabra ella.

—No, dicen que se ha... tomado algo —exhaló él.

La confusión se empezaba a reflejar en sus rostros.

—¿Qué? —fue lo único que logró decir su esposa entre las brumas de su

nueva realidad.

2

(Negras: c6)

Cinta, Santi y Máximo no se movían desde hacía ya unos minutos. Era como si

no se atrevieran. Sólo de vez en cuando los ojos de alguno de ellos se dirigían

hacia la puerta, por la que había desaparecido el último de los médicos, o

buscaban el apoyo de los demás, apoyo que era hurtado al instante, como si por

alguna extraña razón no quisieran verse ni reconocerse.

—¿Por qué a mí no me ha pasado nada?

Había formulado la pregunta media docena de veces, y como las anteriores,

Cinta no tuvo respuesta.

—Yo también estoy bien —dijo Máximo.

—Dejadlo, ¿vale? —pidió Santi.

—¿Qué vamos a...?

La pregunta de Cinta murió antes de formularla. Desde que había

empezado todo, los nervios se mantenían a flor de piel, pero aún adormecidos,

o mejor dicho atontados, a causa del estallido de la situación. Ahora empezaban

a aflorar plenamente.

Fue Santi el primero en reaccionar, y lo hizo para sentarse al lado de ella. La

rodeó con un brazo y la atrajo suavemente hacia sí. Después la besó en la frente.

Cinta se dejó arrastrar y apoyó la cabeza en él. Luego cerró los ojos.

Comenzó a llorar suavemente.

—Ha sido un accidente —suspiró Santi con un hilo de voz.

Máximo hundió su cabeza entre sus manos.

Cinta se desahogó sólo unos segundos. Acabó mordiéndose el labio

inferior. Sin desprenderse del amparo protector de Santi, pronunció el nombre

que todos tenían en ese mismo instante en la mente.

—Deberíamos llamar a Eloy.

Se produjo un silencio expectante.

Nadie se movió.Jordi Sierra i Fabra Campos de fresas

9

—Y también a Loreto —terminó diciendo Cinta.

Santi suspiró.

Pero fue Máximo el que resumió la situación con un rotundo y expresivo:

—¡Joder!

3

(Blancas: d4)

Lo despertó el timbre del teléfono y al levantar la cabeza de la mesa, el cuello le

envió una punzada de dolor al cerebro. La brusquedad del despertar fue

paralela a ese dolor.

—¡Ay, ay! —se quejó tratando de flexionar el cuello para liberarse del

anquilosamiento.

Casi no lo logró, así que se levantó y fue hacia el teléfono, moviéndose lo

mismo que un muñeco articulado que iniciase su andadura. No sólo era el

cuello, a causa de haberse quedado dormido sobre la mesa, sino los músculos,

agarrotados, y la sensación de mareo producto del súbito despertar, unido a la

larga noche de estudio a base de cafés y colas.

En quien primero pensó fue en Luciana, Cinta, Santi y Máximo.

Sus padres no podían ser. Nunca llamaban, y mucho menos a una hora

como aquella. ¿Para qué? Así que sólo podían ser ellos. Los muy...

Levantó el auricular, pero antes de poder decir nada escuchó el zumbido de

la línea al cortarse.

Encima.

Volvió a dejar el teléfono sobre la mesa y bufó lleno de cansancio. Esperó

un par de segundos, luego se desperezó. Tenía la boca pastosa, los ojos espesos

y la lengua pegada al paladar. Debía haberse quedado dormido

aproximadamente hacía tres horas. Las primeras luces del amanecer asomaban

ya al otro lado de la ventana. Miró los libros.

Él estudiando y los demás de marcha. Genial.

Claro que a Máximo le importaban un pito los estudios, y Santi ya había

dejado de darle al callo. Pero en cambio, Luciana y Cinta...

El teléfono no volvía a sonar, así que se apartó de él y fue al cuarto de baño,

para lavarse la cara. Todavía tenía todo el sábado y todo el domingo por

delante antes del dichoso examen del lunes. Sus padres habían hecho bien

yéndose de fin de semana. Y él había hecho bien negándose a escuchar los

cantos de sirenas de los otros para que al menos saliera el viernes por la noche.

A pesar de lo mucho que deseaba estar con Luciana.Jordi Sierra i Fabra Campos de fresas

10

La llamada se repitió cuando se echaba agua a la cara por segunda vez.

¿Por qué sus padres no compraban un maldito inalámbrico? Cogió la toalla y se

secó mientras se dirigía hacia el teléfono. En esta ocasión se dejó caer en una

butaca antes de levantar el auricular. Sí, tenían que ser ellos. ¿Quién si no?

—Sección de Voluntarios

...

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