Crepusculo
kevingh312 de Octubre de 2012
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Primer encuentro
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aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño.
La mitad del rebaño de ovejunos varones se imaginaba ya
enamorándose de ella, sólo porque era algo nuevo que mirar.
Puse más empeño en no prestar atención.
Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía:
las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas,
quienes están tan acostumbrados a la ausencia de intimidad
en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de
ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos
si puedo evitarlo.
Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aún así... me
entero de cosas.
Rosalie pensaba en ella misma, como de costumbre. Había
captado su reflejo en las gafas de sol de alguien y se regodeaba
en su propia perfección. La mente de Rosalie era un charco
poco profundo de escasas sorpresas.
Emmett estaba que echaba chispas después de haber perdido
un combate de lucha libre con Jasper la noche anterior.
Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de
las clases y organizar la revancha. Nunca he sentido que me
entrometía en sus pensamientos porque nunca ha pensado
nada que no pudiera decir en voz alta o poner en práctica. Sólo
me siento culpable al leer la mente de los demás cuando
me consta que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si
la mente de Rosalie es un charco poco profundo, la de Emmett
es un lago sin sombras, tan transparente como el cristal.
Y Jasper estaba... sufriendo. Reprimí un suspiro.
Edward. Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en
mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.
Era lo mismo que si la hubiera oído lhablarme en voz alta.
Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de
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moda el nombre que me habían puesto. Menos mal, ya que
hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente
cada vez que alguien pensara en algún Edward…
En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban
muy bien esas conversaciones privadas, y era raro que nos pillaran
durante las mismas. Mantuve la mirada fija en las líneas
que se formaban en el enlucido.
¿Cómo lo lleva?, me preguntó.
Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente
la posición de la boca, nada que pudiera alertar a los
otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por aburrimiento.
El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que
vigilaba a Jasper con su visión periférica. ¿Hay algún peligro?
Ladeé la cabeza hacia la izquierda muy despacio, como si
contemplara los ladrillos de la pared, suspiré, y luego me volví
hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo. Sólo
Alice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza.
Ella se relajó. Avísame si la cosa se pone fea.
Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego
abajo.
Gracias por ayudarme con esto.
Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. ¿Qué le
podría haber dicho? ¿«Encantado»? En realidad no era así. No
disfrutaba asistiendo al debate interior de Jasper ¿Era necesario
pasar por todo esto? ¿No era un camino más seguro admitir
simplemente que él nunca sería capaz de controlar su problema
con la sed como los demás, en lugar de tentar continuamente
sus límites? ¿Por qué coquetear con el desastre?
Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición
de caza. No era un periodo de tiempo excesivamente insoportable
para el resto de nosotros. Algo incómodo a veces, si
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un humano caminaba muy cerca de nosotros o si el viento soplaba
del lado equivocado. Pero los humanos rara vez se aproximan
a nosotros. El instinto les dice lo que sus mentes conscientes
difícilmente comprenderían: que somos peligrosos.
Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo.
Una chica bajita se detuvo en un extremo de la mesa más
próxima a la nuestra para hablar con un amigo. Se pasó los dedos
entre el pelo corto, color arena, y sacudió la cabeza. Justo
en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su
aroma en nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma
en que me hacía sentir el olor: sequedad y dolor en la garganta,
un agujero anhelante en el estómago, un agarrotamiento
instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña
en la boca…
Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar;
pero hoy resultaba más duro al tener los sentidos agudizados
y notarlo todo por duplicado: la sed se multiplicaba
al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no
sólo la mía.
Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando…
Imaginaba que se levantaba del lado de Alice y se
paraba al lado de la chica. Pensaba en inclinarse como si le fuera
a susurrar algo al oído y dejar que sus labios rozaran el arco
de su garganta. Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo
de su pulso debajo de la fina piel que sentiría bajo su boca…
Propiné una patada a la silla de Jasper.
Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego
él bajó la suya. Pude escuchar cómo se enfrentaban en su
interior la culpa y la rebeldía.
—Lo siento —musitó.
Me encogí de hombros.
—No ibas a hacer nada —murmuró Alice en un intento de
mitigar el disgusto de Jasper—. Lo vi.
Reprimí la mueca que hubiera echado por tierra la mentira
de Alice; ella y yo debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba
fácil para ninguno de los dos oír voces y tener visiones
del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo
eran de por sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.
—Pensar en ellos como personas ayuda un poco —sugirió
Alice con voz aguda y musical, demasiado baja y rápida para
que la escucharan los oídos humanos—. Se llama Whitney y
tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su madre
invitó a Esme a aquella fiesta en el jardín, ¿te acuerdas?
—Sé quién es —contestó Jasper secamente.
Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas
bajo el alero a lo largo del muro que rodeaba la gran habitación.
El tono de su voz puso fin a la conversación.
Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche.
Era ridículo enfrentar esa clase de riesgos, intentar demostrar
entereza y mejorar la resistencia. Jasper tendría que asumir
sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran
los más apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido;
no podría adaptarse a él.
Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la
bandeja de comida —un atrezo, en realidad—y dejándole solo.
Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo dejar de
hacerlo. Aunque era más evidente que Rosalie y Emmett
mantenían una relación, Alice y Jasper se conocían tan bien
que sentían los estados de ánimo del otro como si fueran propios.
Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque
sólo fuera entre ellos.
Edward Cullen.
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Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie
lo hubiera pronunciado en voz alta, sólo lo había pensado.
Mi mirada se encontró durante una breve fracción de segundo
con la de un par de enormes ojos marrones, de color chocolate,
unos ojos humanos en medio de un rostro pálido, con forma de
corazón. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca
con mis propios ojos. Era el tema más destacado del día en todas
las mentes: la nueva alumna, Isabella Swan, la hija del jefe de policía
de la ciudad, que había venido a vivir aquí por algún cambio
en su situación familiar. Bella. Hasta ahora había corregido
a todo el mundo que se dirigía a ella por su nombre completo…
Miré a lo lejos, aburrido. Me llevó un segundo darme cuenta
de que ella no había sido la persona que había pensado en
mi nombre.
Por supuesto, Bella ya se ha quedado alucinada con los Cullen,
oí cómo continuaba el primer pensamiento que había oído.
Identifiqué la «voz» como la de Jessica Stanley. Había pasado
ya un tiempo desde que me incordió por última vez con su
charloteo interno. Qué alivio sentí cuando ella superó ese desdichado
encaprichamiento. Había sido casi imposible escapar
de sus constantes y ridículas ensoñaciones. Me dieron ganas en
aquel momento de explicarle con toda exactitud lo que podría
haber ocurrido si mis labios, y los dientes detrás de ellos, se
hubieran encontrado cerca de ella. Esto habría silenciado cualquier
tipo de molestas fantasías con bastante rapidez. Pensar
en su reacción casi consiguió arrancarme una sonrisa.
Le iría bien engordar un poco, continuó
...