EL LADO OCULTO DE LA RELACIÓN MADRE - HIJA
payola_043 de Noviembre de 2013
595 Palabras (3 Páginas)490 Visitas
Según T. S Elliot «del hogar es de donde partimos». La familia constituye nuestro centro de gravedad emocional, el escenario en el que madura nuestra identidad, se desarrolla nuestra individualidad y se configura nuestro destino bajo la influencia concreta de las diversas personalidades que nos rodean. La creación de nuestra personalidad tiene lugar gracias a las influencias que recibimos del exterior, influencias que nos permiten identificamos con lo que nuestro entorno refuerza como «bueno» y reprimir lo que considera «equivocado», lo que es «malo».
En la medida en que el ego va afirmándose en la conciencia del niño va configurándose también una máscara -la persona- el semblante que exhibimos ante el mundo, el rostro que refleja lo que creemos ser y lo que los demás creen que somos. La persona satisface así las demandas de nuestro entorno y de nuestra cultura adaptando nuestro ego ideal a las expectativas y valores del mundo en que vivimos mientras que la sombra se convierte en una especie de cubo de la basura que se encarga del trabajo sucio. De este modo, el proceso de formación del ego y de la persona constituye la respuesta natural a la aprobación o descalificación, a la aceptación o censura a que nos somete el entorno en que nos movemos -nuestra familia, nuestros amigos, nuestros maestros, etcétera.
No obstante, la mayor parte de las veces los padres moldean a sus hijos mediante un proceso muy sutil de invalidación que consiste en premiar o no determinadas conductas. Los niños observan instintivamente las decisiones que toman sus padres, las libertades y los placeres que se permiten, las capacidades que desarrollan, las aptitudes que ignoran y las reglas que siguen. Todo eso tiene un efecto muy profundo sobre el niño: «Así es como debe vivirse». Tanto si los niños aceptan como si se rebelan contra el modelo que le proporcionan sus padres este temprano proceso de socialización juega un papel extraordinariamente importante.
La primera respuesta consiste en no expresar la conducta prohibida en presencia de los padres. Llega a la conclusión de que ciertos pensamientos y sentimientos son tan inaceptables que deben ser eliminados, de modo que se construye una especie de padre imaginario que termina controlando sus pensamientos y sus actividades, para llenar ese vacío, sin embargo, el niño crea un «falso Yo», una estructura de carácter que cumple con una doble función: encubrir los aspectos reprimidos de su ser y protegerle de nuevas heridas. La naturaleza original, amorosa y unificada con la que nacimos ha ido fragmentándose hasta terminar convirtiéndose en tres entidades separadas:
1. El «Yo perdido», aquellas partes de nuestro ser que las demandas de la sociedad nos han obligado a reprimir.
2. El «falso Yo», la fachada que erigimos para llenar el vacío creado por esa represión y por la falta de una satisfacción adecuada de nuestras necesidades.
3. El «Yo enajenado», aquellas partes negativas de nuestro falso Yo que son desaprobadas y que, en consecuencia, negamos.
Los desórdenes alimenticios sólo pueden resolverse en el seno de un contexto cultural amplio que nos permita desahogar la rabia por la forma en que hemos sido educadas y que incluya también el derecho de nuestras madres y de nuestras hijas a expresar su propia impotencia. Entonces el odio no se dirigirá hacia la madre sino hacia un sistema social injusto que reprime de continuo a la mujer. Sólo de ese modo podremos ser capaces de liberarnos del estancamiento autodestructivo obsesivo y llegar a toma conciencia de que los desórdenes alimenticios constituyen un acto profundamente político Los rasgos característicos de cualquier desorden alimenticio expresan claramente la culpabilidad y la angustia que no podemos manifestar.
...