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EL SUPERZORRO


Enviado por   •  7 de Octubre de 2013  •  9.841 Palabras (40 Páginas)  •  380 Visitas

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TITULO: EL SUPER ZORRO AUTOR: DAHL ROALD

Roald Dahl, uno de los autores más queridos y leídos, sitúa la acción de este relato en un idílico escenario campestre. Un valle, tres granjas, tres malvados granjeros y un bosque... Y en él, don Zorro, quien, con gran astucia, será capaz de enfrentarse con éxito a los vicios y malas costumbres de algunos humanos.

1

Los tres granjeros

Había una vez un valle... y en el valle tres granjas, y en las granjas, tres granjeros. Tres granjeros bastante feos, por cierto. Y además, antipáticos. Más feos y más antipáticos que Satanás. Se llamaban Benito, Buñuelo y Bufón.

Bufón tenía pollos en su granja avícola, cientos y cientos de pollos. Bufón era gordo como un tonel, de tanto comer pollo a todas horas: de desayuno, pollo; de comida, pollo; de cena... pollo con patatas. Buñuelo se dedicaba a los patos. Patos y gansos, a miles. Era tripón y bajito, tan bajito que parecía enano. Se alimentaba de donuts y de hígado de pato. Primero chafaba el hígado hasta que se hacía pasta y después metía la pasta en el donut... Esta porquería le daba dolor de barriga y se ponía de un humor que no había quien 10 aguantara. Benito se dedicaba por igual a los pavos y a las manzanas. Y os 10 podéis imaginar criando miles de pavos, a la sombra de sus enormes manzanos. A éste 10 que le pasaba es que no comía nada. Sólo bebía. Bebía litros y litros de sidra, que sacaba de sus manzanas. Y así estaba él de delgado, que parecía un lápiz. Pero eso sí, era el más listo de los tres. Siempre iban juntos, y en cuanto aparecían, los niños les cantaban: Benito, Buñuelo, Bufón Flaquito, pequeño, tripón Tres grandes bribones, Sois unos ladrones y tenéis todos mal corazón.

2

Don Zorro

Y encima del valle había un bosque ... y en el bosque, un árbol enorme, y en el árbol un agujero, una madriguera, que era el hogar de don Zorro, doña Zorra y sus cuatro zorritos y cada tarde, al oscurecer, le decía el señor zorro a su zorrita: «¿Y qué le apetece hoya mi zorrita? ¿Un sabroso pollo de los que cría Bufón? ¿O quizás un tierno patito de casa Buñuelo? ¿No sería mejor un buen pavo de los de Benito? Pide por esa boquita» Y la zorrita pedía, y don Zorro se internaba en la espesura del bosque, en busca del botín. Pronto se enteraron los tres

Granjeros de las fechorías de este zorro y antes de que les robara más animales, decidieron ir a por él. Cada noche se escondía uno de ellos en algún sitio oscuro de su granja, para 'poder pegarle un tiro en cuanto asomara la cabeza. Pero don Zorro era demasiado listo para ellos. Sólo se acercaba a la granja si el viento soplaba d~ cara y así, en cuanto olía a algún granjero, daba media vuelta y se marchaba. Se marchaba a la granja del otro granjero, que dormía tranquilamente en su cama. A la mañana siguiente, los tres estaban furiosos: « [Hay que matar a este maldito bicho!», decía Benito. « ¡En cuanto le agarre, le retuerzo el pescuezo!», decía Bufón. «¡Y yo le saco los hígados!», decía Buñuelo. «Pero ¿cómo demonios le podemos agarrar, si es más listo que Lepe?, se preguntaba Bufón. Benito, que en aquellos momentos se estaba hurgando en la nariz con disimulo, exclamó « Tengo una idea. «Me extraña», le contestó Buñuelo, que ese día estaba de muy mal humor. «Calla la boca y escúchame», le dijo Benito. «Mañana por la noche nos esconderemos en el bosque, junto al árbol donde vive el zorro y en cuanto asome... cuatro tiros y listo.» «Muy inteligente», contestó Bufón. «Lástima que no tengamos las señas del tal señor zorro...» «Te equivocas, mi querido Bufón», le contestó Benito. «Yo sí las tengo... Escuchadme: en el bosque hay un gran árbol, y en el árbol hay un agujero, y en el agujero una madriguera, y en la madriguera ...»

3

La caza

Cariño», le dijo don Zorro a su señora, ¿qué quieres para cenar?». « [Hm ...hm_, se me antoja un buen pato!», le contestó. «O mejor dos, uno para mí y otro para los niños.» «Como tú digas amor», dijo don Zorro, «¡serán de lo mejorcito de Buñuelo!». «Ten mucho cuidado, corazón», le advirtió la zorra. «Pero encanto, ¿no ves que con estas narices que tengo a mí no se me escapa nadie? Además, cada uno de esos bribones tiene un olorcillo muy particular... Bufón huele a piel de pollo,

Piel de pollo podrida. Buñuelo, a hígado de ganso. Y en cuanto a Benito, ése apesta a sidra fermentada...» «Está bien, está bien», dijo doña Zorra, «pero sobre todo, no te descuides... Ya sabes que te estarán esperando». «Adiós amor», dijo el buen zorro, «hasta pronto». Poco se podía imaginar el astu- to zorro que en aquellos precisos mo- mentos los tres granjeros se acercaban al agujero de su madriguera, cada uno con una escopeta cargada de cartu- chos. Y tenían además la suerte de que el viento soplaba hacia ellos, de forma que el zorro no podía olerlos al salir de su escondrijo. El pobre zorro, sin sospechar nada, se dirigió hacia el largo túnel oscuro que conducía a la salida de su madriguera. Una vez al final, sacó su hermosa cabeza por el agujero del árbol y aspiró el fresco aire de la noche. Nada, ni rastro de olor. Lenta-mente, empezó a sacar el cuerpo de dentro del agujero. Al salir, movía su cabeza, olfateando en todas direcciones. Se disponía ya a dirigirse hacia espesura del bosque cuando le pareció oír un ruido muy leve, parecido al que podría hacer el pie de un hombre al pisar sin querer un montón de hojas secas. Al oírlo, don Zorro echó cuerpo a tierra y se quedó completamente inmóvil, alargando sus grandes orejas. Escuchaba con gran atención, pero no pudo oír nada más. «Debo de haberme equivocado», pensó entonces, «ese ruido debió ser algún ratón campestre o algún otro bicho parecido». Y decidió proseguir su camino. El bosque estaba oscuro, y el silencio de la noche era denso, no se oía ni el

Ruido de una hoja. En el cielo brillaba la redonda luna... Y justamente en ese momento, sus ojos vieron en la oscuridad de la noche el reflejo metálico de algo que relucía entre los árboles. De nuevo, el zorro se quedó inmóvil... « ¿Qué demonios puede ser?», pensaba el raposo?, «es algo que se mueve... y ahora sube hacia mí., ¡cielo santo! ¡Es el cañón de una escopeta!». Más veloz que el rayo, don Zorro dio un salto hacia su agujero, al tiempo que todo el bosque se llenaba del ensordecedor ruido de los disparos: ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! El humo y el olor de la pólvora

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