El Sapito Willy

El sapito Willy

Había una vez un sapito llamado Willy, este sapito quedó huérfano al nacer, por ende tuvo que aprender a sobrevivir solito, nadie le enseñó a saltar ni cuál era su alimento, es por esto que el sapito al crecer se nutría de lo que a mano tenia, siendo las plantas su único alimento y salvación, comía de las más deliciosas y frondosas plantas verdes, su favorita era la aralia con sus grandes y tupidas hojas, cuando se acababan se cambiaba de charco buscando su adorada planta favorita. Un día encontró su sueño hecho realidad, un charco lleno, llenísimo de aralias y daba volteretas en el aire de pura felicidad. Cuando comenzaba a darse el festín empezó a escuchar quejidos, cada vez más fuertes, sobre todo cuando sacaba un trozo de ese delicioso manjar, de pronto uno de sus bocadillos cobró vida y muy ofuscada una aralia lo enfrentó diciendo que como era posible que se las estuviera comiendo, a ellas les causaba mucho dolor cada vez que él les daba un mordisco, le explicó que los sapos comían moscas no plantas. El sapito atónito miraba a su amado alimento, primero porque hablaba y segundo por la barbaridad que le estaba diciendo, él no entendía nada. Cuando la planta acabó de hablar el sapito Willy muy acongojado y confundido le cuenta su triste historia y que él no quería hacer daño, sólo no sabía que de ellas no debía alimentarse. Aralia comprendió lo que al pobre sapito engullidor de plantas le acontecía, e ideó un plan para enseñarle a cazar moscas, lo entrenó para dar los mejores saltos mortales, a estirar la lengua lo más rápido y lejos que podía, para así alcanzar la mosca más esquiva. Salieron en busca de aquella mosca, cuando en un abrir y cerrar de ojos el sapito Willy tenía entre su lengua una mosca, Aralia emocionada hasta las lágrimas de lo veloz que fue Willy en aprender y poner en práctica lo enseñado, que lo adoptó y lo instruyó en todo sobre el vivir de los sapitos, Willy con lo hábil e inteligente que era aprendió todo fácilmente y así con el pasar del tiempo aralia dijo al sapito que ya estaba completamente preparado para recorrer otros charcos, convivir con los de su especie y saltar muy alto, tan alto como ella ya lo había visto saltar.

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