La Corriente Electrica
marlytlp6 de Julio de 2015
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Con estas palabras describía el escritor argentino Abel Posse en 1995 la
aportación de los escritores latinoamericanos a esa ardua pero necesaria
tarea, aún inacabada, de revisión del amplio y diverso corpus textual que
conforma la Crónica de Indias. En unas décadas en las que la crítica
literaria ha hablado de «visión de los vencidos»3, del «problema del
otro»4 o del «discurso del fracaso»5 como nuevos enfoques capaces de
propiciar un acercamiento más adecuado a la realidad diversa y compleja de
la Crónica, la creación literaria ha contribuido también a esa tarea de
«reconstrucción», de relectura desde una perspectiva múltiple, con unas
obras que se proponen, como explica Posse, reescribir la Crónica,
desentrañar las múltiples caras de una América plural que se esconden bajo
la «historia oficial» (esa «Historia de lo grandilocuente, lo visible»,
como la define Posse), imaginar lo que los cronistas no quisieron o no se
atrevieron a expresar, o lo que hubieran descrito los que no tuvieron
siquiera la oportunidad de acceder a la escritura.
La publicación en 1978 de Daimón, la primera novela de su «Trilogía del
Descubrimiento»6, inicia la fundamental contribución de Abel Posse a esta
tarea de reescritura de la Crónica que es asimismo una tarea de
descubrimiento de su verdadero «yo» literario, más allá de los ensayos que
suponen sus novelas anteriores7.
Aunque se habían escrito ya otras obras sobre el tema8, la figura del
conquistador Lope de Aguirre contaba entonces con dos referentes básicos:
la recreación perfectamente documentada del personaje de Aguirre que había
realizado el venezolano Arturo Uslar Pietri en El camino de El Dorado
(1947), novela histórica en la línea de reflexión comprometida en torno a
la historia americana que caracteriza al autor9, y la personalísima
versión cinematográfica Aguirre, la cólera de Dios (1972) con la que
Werner Herzog, entreverando diversas expediciones (en especial la de
Orellana y la de Orsúa) en una nueva búsqueda de El Dorado, había dado a
conocer al mundo a este personaje convertido en símbolo de la locura a la
que conduce el deseo de poder y de fama.
Posse comparte con ambos creadores la atracción por este hombre que
encarna el lado —23más terrible de la conquista; como él mismo ha
explicado:
Cuando yo elegí el personaje de Lope de Aguirre me pareció que era
un personaje fascinante, y que yo podía rehabilitar la barbarie de
Aguirre, la barbarie maravillosa de España, la barbarie que termina
con una aventura desopilante y genial, aunque monstruosa10.
Su propuesta, sin embargo, se desmarca de la de los autores anteriores por
su inscripción en unas coordenadas estéticas y políticas absolutamente
distintas que él mismo explica:
Este personaje me pareció tan descomunal que decidí que tenía que
seguir viviendo, porque esa impronta anárquica y salvaje es la que
permaneció en América [...]. Los dictadores de América son, de
alguna manera, ese Lope de Aguirre, y yo traté de que ese personaje
tuviera dos vidas: la suya real y otra que, mediante sucesivas
reencarnaciones, lo lleva hasta el siglo XX. Ese ha sido mi esfuerzo
y mi intento, el de utilizar a este personaje como símbolo de los
diversos avatares de la vida y de la historia americana11.
En la novela de Posse la rebelión de Aguirre no es el tema, sino el punto
de partida: Aguirre «regresa» de entre los muertos para organizar una
nueva expedición, convirtiéndose en el hilo conductor de una obra que
revisa lo que fue el descubrimiento y la conquista, pero también, en una
concepción cíclica del tiempo, recorre cinco siglos de la historia de
América. Desde el punto de vista literario, nos encontramos, como ha
explicado Luis Sáinz de Medrano, ante «un ejercicio de libertad mucho más
radical» que el de otros autores en el manejo del personaje12. Esta nueva
visión / versión de Lope de Aguirre asume en buena medida las nuevas
propuestas en torno al tratamiento de la materia histórica en la novela
que definen ese «género» (si podemos llamarlo así) que Seymour Menton ha
acuñado con el término de «nueva novela histórica latinoamericana»13,
siendo, tal vez, su principal acierto el hecho de abordarlo por primera
vez desde una perspectiva «bajtiniana» (para continuar con los
planteamientos del Menton respecto a este tipo de novela) que hace uso de
la parodia, la hipérbole, la befa, con una intención claramente
desmitificadora. Pero, como apunta el propio Posse en la cita anterior, es
imposible entender la elección del personaje, la concepción de la novela e
incluso los recursos literarios citados sin acudir al contexto político
más inmediato; explica Teodosio Fernández que
Cuando Posse publicó Daimón, en 1978, el panorama había cambiado
notablemente. Los años setenta supusieron para Argentina el regreso
de Perón, en 1973, y luego el gobierno militar que a partir de 1976
acentuó el clima de represión y violencia compartido por los demás
países del cono sur14. Los escritores argentinos supervivientes
hubieron de callar, de exiliarse o de buscar fórmulas narrativas
capaces de evitar la censura y la autocensura. La novela histórica
fue una de las posibilidades, en un momento en que el género
empezaba a mostrar en Hispanoamérica una gran vitalidad. Daimón y
Los perros del Paraíso [...] fueron las contribuciones de Posse al
desarrollo de sus modalidades más novedosas15.
Abel Posse.
No es mi propósito insistir aquí en un aspecto sobre el que se han
realizado ya algunas valiosas aportaciones críticas como es el de la
contribución de Abel Posse al conjunto de la creación literaria en torno a
la figura de Lope de Aguirre16, ni tampoco en su vinculación (aunque serán
inevitables las referencias) con esa «nueva novela histórica
latinoamericana» de la que Daimón y, sobre todo, Los perros del paraíso
han sido considerados claros ejemplos17. Mi interés se centra en Daimón
como novela que presenta ya todos los componentes que van a definir el
acercamiento del escritor argentino al periodo histórico que refleja la
Crónica de Indias en su producción novelística posterior18. —24
Mientras Daimón aborda el problema de la conquista a través de la figura
del traidor Aguirre, en la ya citada novela Los perros del paraíso (1983),
que supone la indiscutible consagración del autor19, Posse ofrece una
nueva versión del Descubrimiento de América en la que se entremezclan las
perspectivas del propio Cristóbal Colón (quien se presenta como un judío
converso obsesionado por la búsqueda del Paraíso), los Reyes Católicos
(símbolos del poder y la violencia de todo imperio) y los propios
indígenas, a través de las «delegaciones» inca y azteca que, en la primera
parte de la novela, estudian una posible conquista del continente europeo.
Por su parte, El largo atardecer del caminante (1992), analizada
ampliamente en este mismo volumen por Luis Sáinz de Medrano, plantea de
nuevo el tema de la conquista, pero a través del «gran personaje moral» de
ésta, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien, ya en sus últimos años, en
Sevilla, recuerda los hechos que marcaron su vida en América y escribe una
nueva crónica que corrige y amplía sus crónicas oficiales (Naufragios y
Comentarios). Se trata, en definitiva, de «una forma de compensar las
visiones y las interpretaciones», como explica el propio Posset20, que
hace que esta obra, aun sin pertenecer a esa proyectada trilogía todavía
inacabada, complete junto a las dos anteriores un cuadro diverso con el
que Abel Posse busca desmentir la versión que nos dio la historia oficial
de ese periodo fundacional de la realidad americana.
Abel Posse, Daimón.
El descubrimiento de la historia
Si hay un aspecto que define el tratamiento de la materia histórica en
Daimón, como en las novelas posteriores de Posse sobre el descubrimiento y
la conquista, es sin duda la necesidad del autor de reescribir un periodo
histórico que ha sido escrito por los vencedores. Esta preocupación,
vinculada a los preceptos generales de la nueva novela histórica, es en
realidad un rasgo esencial en un escritor que ha hecho de las relaciones
entre la historia y la literatura el centro de toda su producción
novelística. El propio Posse, en un artículo titulado «La novela como
nueva crónica de América. Historia y mito»21, señalaba ya cómo «en la gran
literatura latinoamericana son excepción las obras que no surgen en
relación a preocupaciones vinculadas a nuestra historia»22 y,
concretamente al referirse a ese periodo fundamental del descubrimiento y
la conquista, explicaba:
Nuestra literatura llegó casi a los umbrales de este siglo
intoxicado por la «historia oficial» de la Conquista [...]. Fueron
los poetas y novelistas quienes lanzarían
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