La Hermenéutica Nietzscheana.
munamuna6 de Julio de 2014
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Dinámica de la figuratividad en la hermenéutica nietzscheana.
El hombre es un animal que interpreta para comprenderse a sí mismo, a los otros, al mundo y a las infinitas relaciones vinculadas a su destino de búsqueda y recolección de interminables posibilidades de sentido. Para llevar a cabo esta vocación, se sirve de la hermenéutica en tanto disciplina filosófica crítico-explicativa que formaliza el modo interpretativo y comprensor de la existencia (Ortiz-Osés), que al admitir su finitud, le delata nuevas e infinitas perspectivas sobre el sentido.
La hermenéutica encuentra su origen en el infinitivo griego hermeneúein, que designa al menos tres direcciones de significado: primero, expresar –afirmar y hablar–; segundo, explicar –interpretar y aclarar–; y, tercero, traducir –trasladar–. No obstante, los determinantes de la acción interpretativa de la hermenéutica, aquellos que acentúan la eficacia lingüística del término (dar a conocer y penetrar), son expresar e interpretar. No obstante, lo verdaderamente importante para la actividad hermenéutica, es que “algo” –aquello interpretable– debe hacerse comprensible – esclarecimiento– o que ese algo debe ser comprendido –desvelamiento–, es decir, intelegir el significado oculto a la comprensión humana, pero inscrito por el carácter de la interpretación como búsqueda de ese “algo”. Esta búsqueda se vuelve para el ser humano, un desafío dada la necesidad de un mediador, un intercesor que domine el arte de comprender las contradicciones propias de la existencia: el dios Hermes, un elevado, un daimon transmisor e interpretativo, complemento e intermediario de geniales capacidades de inventiva y manejo en el tráfico de mensajes, dichos, susurros, miradas de complicidad entre los dioses con los hombres y viceversa; un intérprete que maneje una lengua divina y una humana, a fin de hacer humano el mensaje divino y representar adecuadamente las necesidades, súplicas y sacrificios de las personas frente a la sublime instancia. De aquí surgen las labores fundamentales de la hermenéutica: la transferencia de sentidos, la interpretación de los sentidos y la comprensión de sentidos contenidos en formas simbólicas más allá de las modernas aspiraciones epistemológicas y determinaciones teóricas absolutas. Desde su utilización en el siglo XVIII como “arte del comprender” o “técnica de la correcta comprensión” (acuerdo, avenencia, compenetración, armonía), la hermenéutica habla de “ciencia o arte de la interpretación de textos” y se atiene a dar determinadas reglas para la interpretación; su fin era preferentemente auxiliar, normativo e incluso técnico, ya que brindaba instrucciones metodológicas a las ciencias interpretativas medievales –ars interpretandi– para evitar arbitrariedades y malos entendidos tanto en el campo exegético de la literatura bíblica –hermeneutica sacra– como en el del derecho –hermeneutica juris– y en el de la filología –hermeneutica profana–; también se incluía dentro de las –ars sermonicales– las “artes del sermón” y se enseñaba junto a la gramática, la lógica, la retórica y, casualmente, junto a la poética, como “artes de la composición”; y diferenciándose de la retórica, se practicaba como “arte del diálogo”.
A fines del siglo XIX, la hermenéutica, que mantuvo su carácter de auxiliar para las ciencias de la interpretación, se presenta con pretensiones de universalidad filosófica en la hermenéutica romántica y psico-lingüística de Schleiermacher y, segundo, en la hermenéutica metódica con pretensiones de verdad de las ciencias del espíritu de Dilthey. Durante el siglo XX, la hermenéutica ingresa en la escena intelectual como alternativa crítica a la idolatría por la ciencia metodológicamente
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positivada por su incuestionabilidad en su capacidad de dar cuenta de los problemas gnoseológicos que afectan a las ciencias del espíritu, y se presenta como una filosofía con aspiraciones de universalidad para sus postulados y campos de acción, ya que la interpretación –conformada por la vida, la historia y el lenguaje– participa en toda relación hombre-mundo, y tiene por finalidad la comprensión como el peculiar modo de ser del ser humano. Así, el problema hermenéutico de la comprensión trasciende los límites impuestos por el método de la ciencia moderna, las aporías del historicismo y la epistemología neokantiana y se extiende a formas de experiencia tales como el arte, la historia y la filosofía, cuyos caracteres precientíficos elevan – cada uno en su ámbito– una pretensión de verdad similar a la de la ciencia.
Otro factor importante en la actual situación de la hermenéutica, lo constituyó el giro lingüístico realizado por la filosofía, la que destaca cómo la hermenéutica filosófica asume la centralidad del carácter ontológico del lenguaje en nuestra relación con el mundo, al redescubrir el acontecimiento lingüístico de articulación pensamiento-mundo en tanto productor de sentido, pues no hay comprensión del sentido ni sentido en la comprensión si no es mediada por el lenguaje. A partir de lo anterior, la hermenéutica alcanza su estatuto filosófico como teoría filosófica al hacer de la comprensión y sus precondiciones ontolingüísticas, el centro problemático de su interés como rasgo básico de la existencia humana, y asimismo, cargar la interpretación de cuestión fundamental de la filosofía (Grondin). La hermenéutica reclama para sí, teorizar las aporías de la finitud del hombre desde la perspectiva de temporalidad que le define, como también la situación del lenguaje en tanto médium y condición para el acceso comprensivo de la realidad y su fundamento metafórico, arquetípico, instituyente del conocer que trabaja con anterioridad a toda conceptualización y proyecto existencial. Con Heidegger, la hermenéutica cambia de objeto y de vocación –la interpretación de textos– para dar un giro existencial, abandonando su estatuto técnico para ser concebirá como una forma de filosofía. Gadamer, desde su vinculación con la raíz fenomenológica husserliana, pero especialmente con el pensamiento de Heidegger, intenta esclarecer el fenómeno de la comprensión mediada por el lenguaje desde su determinación histórica, y viene a completar (urbanizar, edificar) la hermenéutica heideggeriana de la facticidad de corte ontológico-existencial del ser y de la comprensión, al proveer los fundamentos onto-lingüísticos e histórico-dialógicos del comprender. El lenguaje alberga la comprensión e interpretación, de ello, surge la implicación hermenéutica entre el lenguaje con el ser: el ser que puede ser comprendido es lenguaje (Gadamer), evidenciando la configuración intralingüística del ser. La comprensión es la búsqueda de la inteligibilidad desde la misma existencia, pues la esencia del hombre es la que comprende y da forma a esa comprensión. La interpretación es la forma-molde de la comprensión; a su vez, el comprender gesta el sentido de la interpretación desde la existencia. Para ambos autores, tanto la interpretación como la comprensión, constituyen un destino y uno de los modos de existir en el que el hombre con el mundo conforman nudos lingüísticos, discursivos y prácticos de caracteres ontológicos, existenciales e históricos. Las características del nudo interpretación- comprensión se pueden resumir en, primero, constituyen un proceso holístico y circular, en el que toda interpretación requiere de una proyección de significado del objeto interpretado (anticipación o pre-sentimiento de sentido) desde la cual el intérprete comienza la interpretación; segundo, requieren de una suerte de reserva de conocimiento tácito, un presentimiento del significado que sirva de inicio para la
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interpretación; y tercero, la misma interpretación es siempre parcial y revisable, fundando su operatividad y apertura de forma infinita para la comprensión que designa un comportamiento de aplicación práctica –carácter indispensable para no confundirlo con la interpretación y poder así entender la acción del sujeto en la historia– para entender la manera que experimenta el sujeto en su arraigo en el mundo, en otras palabras, la comprensión es una actitud originaria de clarividencia que adviene desde ella misma y se dirige hacia el mundo.
Últimamente, la hermenéutica contemporánea de raíz nietzscheana y matriz heidegeriano-gadameriana, modula una decisiva fase de radicalización y universalización de la significatividad tanto del comprender (en el ámbito epistemológico y ontológico), como del interpretar (en el filosófico e histórico), y lo hace rehabilitando al sentido en tanto eje especular de la hermenéutica como el evento plurilingüístico que ha logrado converger y fijarse en el interdialecto –koiné– para la comunicación entre las profecías racionales del progreso moderno con la cultura tecnocientífica del consumo en los márgenes epocales de la metafísica. ¿Qué tipo de hermenéutica puede convencernos hoy frente al horizonte provocador de la modernidad tardía? ¿Podemos hablar de una hermenéutica –basada en una clave que inter-implique comprensión, perspectiva y sentido– que revele los avatares de la modernidad? Una hermenéutica que hace de la figuratividad un particular modo de angulación, es decir, un cruce de caminos, un corte, una nueva manera de ir a través de lo narrado, en la que las perspectivas se proyectan y cambian la apertura o el cierre del camino original: se pierden por un lado y,
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