La Pedagogia
rutharminda10 de Octubre de 2014
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Mariano Narodowski: Con la disolución de la asimetría se pierde la educación
“Para mí el eje de la transformación pasa primero por apuntar a una relación asimétrica, por volver a darle el poder a los educadores; y, en segundo lugar, por llenar las escuelas de pantallas. Son las condiciones necesarias para que se genere una nueva configuración de las relaciones educativas”.
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Por Carolina Gruffat
05072006Mariano Narodowski es licenciado en Ciencias Pedagógicas, por la Universidad Caece, y doctor en Educación, con especialización en Historia de la Educación, por la Unicamp, de Brasil. Actualmente se desempeña como director del área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella, donde dicta clases en las materias de Pedagogía, Sistemas Educativos Comparados, Política Educativa, y un Seminario de Integración.
Sus principales temas de interés son la historia y las políticas educativas comparadas, especialmente su aplicación en contextos socioeconómicos desfavorables. Sobre estos temas dirigió proyectos de investigación, tesis de magíster y doctorado, y proyectos de reforma para el mejoramiento de la institución escolar. Participa actualmente de distintos equipos de investigación del área educativa de la Di Tella, dedicados a los temas de financiamiento, formas autogestionadas de educación –como, por ejemplo, los jardines piqueteros y las escuelas cooperativas–, y el tema de género, en el que investiga las masculinidades.
Es autor de varios libros –entre ellos La crisis laboral docente (1988); La escuela argentina de fin de siglo (1996); Escuela, historia y poder. Miradas desde América Latina (1996); y El desorden de la educación. Ordenado alfabéticamente (2004)– y ha publicado numerosos artículos en revistas científicas y de divulgación especializadas en ciencias sociales y educación, entre las que se encuentran journals del más alto nivel internacional. Colabora también habitualmente en La Nación, Clarín, y La Capital de Rosario. Como compilador –y en colaboración con Héctor Fabio Ospina y Alberto Martínez Boom– acaba de publicar La escuela frente al límite. Actores emergentes y transformaciones estructurales. Contingencia e intereses.
En esta entrevista, Narodowski analiza el devenir de la política educativa de los últimos años y las tensiones que atraviesan actualmente a la escuela como institución moderna: “El análisis del sistema educativo termina en la pregunta acerca de para qué educo. Mi escuela puede ser muy eficiente y muy eficaz, pero si no sé para qué estoy como docente no tiene mucho sentido ser eficiente y eficaz. Uno de los problemas de la discusión educativa es eso, que siempre se vio como separado: los que estudiaban cómo ser eficientes no sabían para qué, y los que sabían para qué tenían muchas dificultades para hacerlo operativo. En este contexto, es importante articular esos dos universos”.
Descargar archivo. Entrevista a Mariano Narodowski
—¿Hoy es más difícil responder “para qué educo”?
—No, no es más difícil si entendemos el mundo actual. Tradicionalmente, la respuesta a para qué educo era una repuesta totalizadora; esa respuesta tenía que ver con formar una clase de hombre con mayúsculas, que abarcaba todo el género humano. Esa respuesta hoy ya no es posible, porque la tarea de educar necesita concebir lo singular, las diferencias, lo diverso. Por lo tanto, la respuesta que hay que dar a esa pregunta es una respuesta diversa, que tenga como elemento central la posibilidad de que otros también tengan respuestas diversas. En cierto sentido es más fácil que antes, porque tradicionalmente la pregunta de para qué educamos, o qué clase de hombre queremos formar, generaba algún tipo de hombre que no debía ser formado. En la actualidad, todo lo que tenga que ver con la posibilidad de humanizarnos debe ser formado, aunque no sea mi forma de humanizarme. Me parece que el panorama que se abre es mucho más enriquecedor, aunque complejo también.
—¿Esta pregunta debe responderse como parte de una política de Estado?
—Sí, el Estado debería ser el garante de que cada uno de nosotros pueda dar múltiples respuestas. En primer lugar, tiene que ser el garante, en términos de derechos humanos, de que la respuesta que yo dé acerca de cómo educar no vaya en contra de otros; y, en segundo lugar, en términos de justicia, tiene que garantizar que todos tengamos las mismas posibilidades y podamos educarnos conforme a nuestros valores. Que no ocurra, como ocurre en la actualidad, que los ricos tengan muchas más chances de construir su proyecto que los pobres, tanto en lo que respecta a la cantidad de años de educación como respecto de los contenidos de la educación que les van a dar a sus hijos y a sus alumnos. El único que puede garantizar la igualdad de oportunidades, en una sociedad democrática moderna, es el Estado, porque el mercado puede nivelar algunas cuestiones, lo puede hacer con algunos bienes, pero no lo puede hacer con el bien educación.
—En su libro La escuela argentina de fin de siglo. Entre la informática y la merienda reforzada usted analiza las tensiones que atravesaron la escuela en las últimas décadas. ¿Podría hablarnos de esas tensiones?
—Ese libro estaba destinado a discutir con el gobierno de Menem y sus intelectuales, que defendían la transformación educativa de los 90. Yo, si bien no tenía una visión de oposición absoluta a eso, tenía enormes críticas que están plasmadas en ese libro: era una reforma hecha “de arriba hacia abajo”, “de escritorio”, y que se tenía que plasmar en el aula, aunque no consideraba las cuestiones relativas a la justicia social. No se entendían los problemas, que ahora estallaron, vinculados a la autoridad, a la docencia, a las nuevas tecnologías.
—¿En qué temas habría que centrar el proceso de reforma de esta política?
—Creo que más allá de la cuestión burocrática, de las leyes, lo más importante son dos cosas: proyecto y liderazgo. El proyecto implica debatir los grandes rasgos de lo que queremos para nuestras escuelas, que tiene que ver con estas cuestiones que estamos planteando; y la segunda cuestión es de liderazgo: la Argentina necesita un liderazgo en materia educativa. Sarmiento, por ejemplo, era proyecto y liderazgo, por eso tenía tantos enemigos; porque era un tipo vehemente, pasional, sabía lo que quería y estaba dispuesto a defender sus ideas.
—¿Qué obstáculos encuentra, en su opinión, la formulación de un proyecto educativo?
—Hay dos cuestiones importantes: una en la sociedad civil y otra en la clase dirigente. Creo que tenemos una clase dirigente cortoplacista, que no mira los resultados de la educación, ni siquiera los resultados a corto plazo de la educación; el sistema educativo no forma parte de su agenda central. Con respecto a la sociedad, lo que me parece que pasa es que los sectores de menores recursos están preocupados por el día a día, su subsistencia, y están conformes con la escuela, mientras les dé algo de contención; por lo tanto, ahí no hay un actor social protagónico. Y la clase media hace muchos años que se fue de la educación estatal –en la ciudad de Buenos Aires tenemos los sistemas educativos privados más grandes del mundo: de cada tres hogares con hijos en edad escolar, dos mandan sus hijos a escuelas privadas–, y ese fenómeno se da en todas las grandes ciudades de la Argentina. Entonces, el actor central de estos temas en el mundo, que es la clase media, en la Argentina encontró un camino fácil, que es la solución individual; la clase media considera que de esa manera se soluciona el problema. De manera que tampoco desde la sociedad se pugna por un cambio estructural del sistema educativo.
—¿Sería necesario, entonces, avanzar en un proyecto colectivo, más allá de las soluciones individuales, y en sentido inverso a como se hizo la reforma, es decir, “de abajo hacia arriba”?
—Sí, claramente. Yo creo que cualquier solución a los problemas educativos tiene que pasar por una nueva alianza entre el Estado, las escuelas y las familias; una alianza por la que los funcionarios dejen de decirnos a los ciudadanos lo que tenemos que hacer, y que tengan más poder para decidir los educadores y las familias. La función de financiamiento y apoyo a las escuelas por el Estado está ausente desde hace décadas en la Argentina, y debemos recuperarla.
Además, en nuestro país tenemos una larga tradición comunitaria, en la que la sociedad civil pudo generar ese tipo de iniciativas: desde las sociedades de fomento, las bibliotecas populares, el movimiento de bibliotecas anarquistas de principios de siglo. Yo entiendo que no es tan complicado, lo que tiene que garantizar
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