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Leyenda De La Quiaca


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2011  •  1.267 Palabras (6 Páginas)  •  975 Visitas

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Leyenda de La Quiaca

Hace muchos años, en el corazón del imperio incaico, en la puerta norte del país, cada vez más cerca del cielo de la Puna Jujeña, en una pampa entre los cerros tallados por el viento , habitaba una tribu denominada “Chicha”. Se sustentaba en base a la agricultura y la cría de guanacos. Su jefe era el Dios Escaya, quien tuvo una hija a la que puso de nombre Kiaca ( lugar de sueño) .

La tribu poseía un medallón sagrado que permanecía guardado en lo profundo de una cueva, en el cerro blanco que resguardaba el lugar. La entrada estaba cubierta por una enorme piedra negra que solamente el jefe y su familia podían moverla y entrar en ese lugar.

El medallón era una joya hermosa, entregado por los dioses a los primeros habitantes. Con forma de media luna, confeccionado todo en oro. En el centro estaba grabado el rostro de dos niños llenos de felicidad, en la parte superior aparecía un cóndor posándose en una nube que recibía los rayos del sol. Por detrás se podía distinguir una pareja de guanacos saltando sobre hojas de coca. En el contorno se dibujaban plantas de maíz que rodeaban todo el paisaje.

Una vez por año, al comenzar la época de la siembra , el jefe de la tribu junto con su esposa Tafna, sacaban el medallón y lo llevaban a la tribu para adorarlo y pedir que les diera mas alimentos y cuidara a los animales.

La celebración duraba tres días. Durante las mismas, los ancianos ofrecían el sacrificio de una macrauchenia ( camélido antecesor del guanaco) y otros alimentos. Los jóvenes danzaban alrededor de la apacheta armada con un montículo de piedras blancas y una planta de girasol en el centro, donde colgaban el medallón. Las mujeres preparaban las tijtinchas en ollas de barro. Hervían las mazorcas de maíz, cabezas y patas disecadas de guanaco; ocas y habas secas. Hacían la kallapurca, sopa de maíz pelado y carne desmenuzada. Todo esto para darle de comer a la Pachamama y compartirlo con los pobladores del lugar y los vecinos. También preparaban la chicha, bebida a base de maíz, para tomar y divertirse incansablemente.

Cuando Kiaca cumplió quince años, fue a sacar el medallón sagrado sin el permiso de los padres. Lo llevó al rancho en que vivía junto a su familia y lo envolvió en una túnica blanca tejida por su madre con fibras de alpaca. Lo guardó entre sus pertenencias. Todos los días, cuando el sol asomaba con los primeros rayos, la princesa tomaba el envoltorio y escondida detrás del horno en el fondo de la casa contemplaba la belleza del medallón. Se lo colgaba en el cuello para verlo resplandecer con la luz del ponchito de los pobres. Soñaba con el amor y el progreso de su pueblo.

Cuando llegó la fecha de agradecimiento a los dioses, el curaca Escaya fue a sacar el medallón sagrado. Grande fue su sorpresa cuando al entrar en la cueva, no lo encontró. Un profundo escalofrío recorrió su cuerpo. Desesperado se puso a buscar el tesoro por distintos lugares. Llamó a los hombres de la tribu y les ordenó revisar cada rincón de la comarca . Inspeccionaron todos los ranchos, sin comer y sin dormir. Revisaron las laderas de la montañas, los sembradíos y los corrales de los animales. El objeto sagrado no aparecía por ningún lado.

Al tercer día de búsqueda, y casi sin esperanzas, decidieron revisar

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