Multiculturalidad E Identidad: Actualidad Y Porvenir Del Discurso De José María Arguedas
wmchXXX7 de Septiembre de 2011
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Introducción:La cultura literaria es una de las riquezas más significativas que la humanidad entera puede tener. En Puno, como en la mayoría de las ciudades de los Andes, la literatura, especialmente la oral, es una de las más exquisitas expresiones que el hombre ha venido construyendo desde tiempos inmemoriales para encontrarse con su propio espíritu. La oralidad[1] ha traspasado el tiempo como traspasa al silencio el canto de un batracio en las orillas del Lago Sagrado de los Incas. El tiempo no ha detenido esa fuerza enorme de ecos narrativos que los hijos de la pachamama, como una especie de ritual, han venido contando alrededor de una k’oncha, donde la madre cocina el pesk’e mientras les narra a sus pequeños las historias ancestrales. Tal vez por ello tengamos en nuestro altiplano importantes escritores, entre los que han destacado, de alguna manera, los poetas. Dante Nava, por ejemplo, fue un importante poeta andino que en toda su obra, aunque breve, siempre sintió la necesidad de mostrar la imagen del hombre andino, esto se puede notar en uno de sus más antologados poemas que empieza así: «Soi un indio fornido de treinta años de acero, / forjado sobre el yunque de la meseta andina»[2]. Otro poeta, Alejandro Peralta, el más destacado poeta vanguardo__indigenista de Puno y del Perú, en los años veinte, ensalzó el brío del indio con estos versos: «Ha venido el indio Antonio / con el habla triturada i los ojos como candelas / EN LA PUERTA HA MANCHADO LAS CORTINAS DEL SOL[3]». Un poeta más reciente, dentro de la poesía puneña contemporánea, aún vivo, es Efraín Miranda Luján[4], aquel poeta que alguna vez escribió y gritó a los cuatro vientos: «¡No me grites de calle a plaza: cholo; / grítame de selva a cordillera, / de mar a sierra, / de Tahuantinsuyo a República: INDIO! / ¡Lo soi! / ¡A puntapiés, insultos y balas: lo soi! / ¡Explotado, robado, asesinado: lo soi! / ¡Con mi esqueleto, mi ecología y mi historia: lo soi!»[5]; Tiempo después, repleto de mayor autenticidad, firmeza e integridad, el tayta José María Arguedas (Apurimac, 1911- Lima, 1969), escribió: «Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz, habla en cristiano y en indio, en español y en quechua»[6], dándonos a conocer, de ese modo, su espacio e identidad, su sentir de peruano desde donde escribiría una vasta obra narrativa representando todo un mundo indígena, pleno de cosmogonía y tradición. En esa lista de obras que hoy se ha convertido en una fuente donde se han depositado todos los signos identitarios de un país como el nuestro, ahí descansa un discurso valedero y digno de ser el abrevadero para las generaciones de hoy y las futuras. Además, en la obra de Arguedas, encontramos una extensa cultura peruana que es el punto de partida para reflexionar sobre aspectos conflictivos de multiculturalidad, identidad e idiosincrasia peruana, o sobre la crisis histórica del presente.
Los signos reflexivos de «Todas las sangres» o el anhelo de José María Arguedas:
En Latinoamérica, el indio de los Andes, el peón de las explotaciones de caoba y el gaucho de la Pampa fueron personajes literarios hartamente tratados en la novelística indigenista. Así, el boliviano Alcides Arguedas (1879-1946) publica Raza de bronce (1919), obra que se caracteriza por su voluntad realista de describir la situación del indio dominado por los grandes terratenientes, gamonales que se habían apoderado, al transcurrir los siglos, de su tierra. La dureza de las escenas y la riqueza evocadora de las descripciones se compaginan con un análisis de las condiciones políticas que hacen de los personajes representantes de clases sociales antagonistas. El argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927), con la novela Don Segundo Sombra (1926) evoca al gaucho apenado y valiente, domador de caballos y educador de hombres. En Huasipungo[7] (1934), el ecuatoriano Jorge Icaza alude a la explotación de las masas indias por una aristocracia débil, majadera y brutal, dominada a su vez por el imperialismo norteamericano. Finalmente, en Perú, el protagonismo del indio alcanza relieves considerables cuando en 1935 salen a luz dos libros rotundos: La serpiente de oro de Ciro Alegría y Agua de José María Arguedas; pero esto era solamente el principio, en 1941 se publican El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría y Yawar fiesta de José María Arguedas.
Estas novelas indigenistas, aunque no signadas por un mismo indigenismo[8], se desmarcan de todo reflejo exótico o idealización romántica; ya no pintan la tierra indígena en términos abusivamente sentimentales sino que, en sus páginas, hacen un retroanálisis que revela con detallismo y nitidez al indio como un ser humano capaz de odios, de generosidades, de rencores, de ternura y de rebeldía. Demostrando así que, en Perú, en Puno, en Apurimac, en Viseca o en cualquier lugar, las personas no se diferencian o, al menos no deberían ser tratadas de modos distintos, a pesar de que las culturas son tantas, muchas también son las lenguas; pero uno solo el sentimiento, uno solo el modo de llegar o estar en el fondo de la conciencia identitaria. Si bien es cierto, Arguedas no se reconoció como indigenista, por el contrario, dio a conocer los modos en que se identificaba con esta tendencia literaria: «Para él, eran indigenistas los que escribían sólo sobre los indios, los que se acercaban a ellos desde fuera y los trataban de modo paternalista. No hubo un indigenismo, sino muchos matices de un estado de ánimo que es, en mi opinión, el mejor modo de definir el indigenismo. No fue una doctrina política, ni menos un partido dispuesto a cambiar el país. Fue una actitud de solidaridad, de cierta defensa de los valores morales y artísticos de los pueblos indígenas, con diferencias y matices múltiples en la derecha de Víctor Andrés Belaúnde o en la izquierda del partido socialista con Hildebrando Castro Pozo[9].» Todos sabemos que Arguedas, a la muerte de su madre, vivió entre indios, durmió con indios, comió con indios, habló como indio, tenía un corazón como los indios, en fin, era un indio, por eso supo escribir sobre el espíritu de los indios.
Entre los tres protagonistas culturales más grandes del Perú, sin duda, al lado de Mariátegui y Vallejo, está José María Arguedas Altamirano, estos son los tres escritores peruanos del siglo XX. El caso de Arguedas es uno de los más especiales, pues en toda su obra se puede palpar a uno de los más intensos escritores peruanos que supo, desde Agua (1935), hasta El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971), penetrar al corazón mismo del alma peruana: el indio.
Si bien es cierto, hasta nuestros días recae la marginalidad sobre el nativo americano, en este caso el indio peruano, es a partir de la conquista española que empiezan algunos desmoronamientos terrígenos, por ello, esta lectura de la narrativa de Arguedas, condensada, de alguna manera, en Todas las sangres (1964), novela que nos permite revisar los aspectos multiculturales de un país como el Perú. Nuestra lectura de la obra de José María Arguedas empieza con estas líneas que pretenden adentrarse en su prosa indigenista. Específicamente en esta novela, la más ambiciosa de Arguedas[10]. Todas las sangres es la continuación de la tarea de ampliación e incorporación del mundo andino, el autor insiste en la pretensión de mostrar la gran diversidad de elementos humanos que componen la realidad social del Perú. En Todas las sangres, los personajes se multiplican concediendo a la obra una gran tensión narrativa. Aparecen todos los problemas del Perú que entraron en conflicto en el momento en que fue escrita. Lo verdaderamente innovador y vigente de Todas las sangres reside en la superación de la dualidad entre la cultura serrana y la cultura costeña para presentar al Perú como un todo integrador, donde aquellos sectores, antes opuestos, se convierten en aliados, sin perder cada uno su peculiaridad esencial y sin disminución de la lucha indígena por su liberación, frente a otro gran adversario superior y procedente del exterior: una compañía norteamericana que agrega, desnaturalizándolo, a un proyecto de desarrollo autóctono, otro ligado a sus intereses económicos capitalistas. Es decir, esta novela, ingresa a conflictos que dejan de tener valor nacional para alcanzar una proyección de amplitud internacional[11]. La novela Todas las sangres es el intento mayor de abrir una perspectiva que dé cuenta del Perú de la sierra y la costa, del indio, del mestizo y del criollo. La novela se fragmenta en realidades múltiples que resulta un intento extraordinario por articular realidades contrapuestas de plasmación de la realidad peruana. La fundación de un espacio geográfico, la ciudad de San Pedro, trasunto literario probable de San Juan de Lucanas, del Departamento de Ayacucho, sirve de soporte para realizar una amplísima narración conflictiva de la sociedad en la que confluyen y se entrechocan elementos de la realidad contemporánea, con una indagación hacia el pasado y su peso determinante en el presente, que deja entrever el intento de reflexión globalizante: la pobreza, el mundo indígena campesino, el mundo industrial de la ciudad, etc. permite determinar una galería de tipos y conflictos en el interior de una ciudad aniquilada por el tiempo, cuyos signos de desgaste material construyen también una simbología de la historia arrasada en la perspectiva del Perú contemporáneo. Los grupos sociales (señores, comuneros, obreros, patronos, caciques, gamonales, etc.) son parte de una galería de tipos morales que entrañan un profundo pesimismo social, en el que el mismo conflicto adquiere la función de ser paralizante. La idealización del Perú indígena, serrano, andino, adquiere
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