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EL ORDEN DEL DISCURSO


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2022  •  Apuntes  •  615 Palabras (3 Páginas)  •  97 Visitas

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EL ORDEN DEL DISCURSO

El autor en el discurso del que hablo de que habría preferido poder deslizarse subrepticiamente. El autor piensa que en mucha gente existe un deseo semejante de no tener que empezar, un deseo semejante de encontrarse, ya desde el comienzo del juego, al otro lado del discurso, sin haber tenido que considerar desde el exterior cuánto podía tener de singular, de temible, incluso quizá de maléfico. Por más que en apariencia el discurso sea poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre él revelan muy pronto, rápidamente, su vinculación con el deseo y con el poder. Desde luego, si uno se sitúa en el nivel de una proposición, en el interior de un discurso, la separación entre lo verdadero y lo falso no es ni arbitraria, ni modificable, ni institucional, ni violenta.

De los tres grandes sistemas de exclusión que afectan al discurso, la palabra prohibida, la separación de la locura y la voluntad de verdad, es del tercero del que he hablado más extensamente. «El comentario limitaba el azar del discurso por medio del juego de una identidad que ten dría la forma de la repetición y de lo mismo. La disciplina es un principio de control de la producción del discurso. Como le habían hablado de un marino inglés que poseía el secreto de esos discursos maravillosos, lo hizo llevar a su palacio y allí lo retuvo.

Al saber monopolizado y secreto de la tiranía oriental, Europa opondría la comunicación universal del conocimiento, el intercambio indefinido y libre de los discursos. Los discursos religiosos, judiciales, terapéuticos, y en cierta parte también políticos, no son apenas disociables de esa puesta en escena de un ritual que determina para los sujetos que hablan tanto las propiedades singulares como los pape les convencionales. Las «sociedades de discursos», cuyo cometido es conservar o producir discursos tienen un funcionamiento en parte diferente, pero para hacerlos circular en un espacio cerrado, distribuyéndolos según reglas estrictas y sin que los detentadores sean desposeídos de la función de distribución. Claro que ya apenas quedan «sociedades de discursos» semejantes, con ese juego ambiguo del secreto y de la divulgación.

Puede tratarse muy bien de que el acto de escribir, tal como está institucionalizado actualmente en el libro, el sistema de la edición y el personaje del escritor, se desenvuelva en una «sociedad de discurso», quizá di fusa, pero seguramente coactiva. La diferencia del escritor, opuesta sin cesar por él mismo a la actividad de cualquier otro sujeto que hable o escriba, el carácter intransitivo que concede a su discurso, la singularidad fundamental que concede desde hace ya mucho tiempo a la «escritura», la disimetría afirmada entre la «creación» y cualquier otra utilización del sistema lingüístico, todo esto manifiesta en la formulación la existencia de cierta «sociedad de discurso». La educación, por más que sea legalmente el instrumento gracias al cual todo individuo en una sociedad como la nuestra puede acceder a cualquier tipo de discurso, se sabe que sigue en su distribución, en lo que permite y en lo que impide, las líneas que le vienen marcadas por las distancias, las oposiciones y las luchas sociales. Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican.

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