El Principe De La Niebla
Enviado por ZBTJM182 • 28 de Agosto de 2012 • 40.172 Palabras (161 Páginas) • 1.127 Visitas
Carlos Ruiz Zafón
El Príncipe
de la
Niebla
El Príncipe de la Niebla
"El nuevo hogar" de los Carver está rodeado de misterio. En él aún se respira el espíritu de
Jacob, el hijo de los antiguos propietarios, que murió ahogado. Las extrañas circunstancias de
esa muerte sólo se empieza a aclarar con la aparición de un diabólico personaje: el príncipe de
la Niebla, capaz de conceder cualquier deseo a una persona a un alto precio...
"Carlos Ruiz Zafón" (Barcelona, 1964) se fugó del esquizofrénico mundo de la publicidad en
1992 con el propósito de hacer algo edificante con su vida. Un año después obtuvo el Premio
Edebé de Literatura Juvenil con su primera novela, "El Príncipe de la Niebla". Desde 1993 reside
en Los Angeles, donde divide su tiempo entre la música y la literatura.
Para mi padre, Justo Ruiz Vigo, que me enseñó a ser
amigo de los libros.
Capítulo uno
Habrían de pasar muchos años antes de que Max olvidara el verano en que descubrió, casi por
casualidad, la magia. Corría el año 1943 y los vientos de la Gran Guerra arrastraban al mundo
corriente abajo, sin remedio. A mediados de junio, el día en que Max cumplió los trece años, su
padre, relojero e inventor a ratos perdidos, reunió a la familia en el salón y les anunció que aquél
era el último día que pasarían en la que había sido su casa en los últimos diez años. La familia
se mudaba a la costa, lejos de la ciudad y de la guerra, a una casa junto a la playa de un
pequeño pueblecito a orillas del Atlántico.
La decisión era terminante: partirían al amanecer del día siguiente. Hasta entonces, debían
empacar todas sus posesiones y prepararse para el largo viaje hasta su nuevo hogar.
La familia recibió la noticia sin sorprenderse. Casi todos ya imaginaban que la idea de
abandonar la ciudad en busca de un lugar más habitable le rondaba por la cabeza al buen
Maximilian Carver desde hacía tiempo; todos menos Max. Para él, la noticia tuvo el mismo efecto
que una locomotora enloquecida atravesando una tienda de porcelanas chinas. Se quedó en
blanco, con la boca abierta y la mirada ausente. Durante ese breve trance pasó por su mente la
terrible certidumbre de que todo el mundo, incluyendo sus amigos del colegio, la pandilla de la
calle y la tienda de tebeos de la esquina, estaba a punto de desvanecerse para siempre. De un
plumazo.
Mientras los demás miembros de la familia disolvían la concentración para disponerse a hacer
el equipaje con aire de resignación, Max permaneció inmóvil mirando a su padre. El buen relojero
se arrodilló frente a su hijo y le colocó las manos sobre los hombros. La mirada de Max se
explicaba mejor que un libro.
Ahora te parece el fin del mundo, Max. Pero te prometo que te gustará el lugar adonde vamos.
Harás nuevos amigos, ya lo verás.
¿Es por la guerra? preguntó
Max .
¿Es por eso por lo que tenemos que irnos?
Maximilian Carver abrazó a su hijo y luego, sin dejar de sonreír, extrajo del bolsillo de su
chaqueta un objeto brillante que pendía de una cadena y lo colocó entre las manos de Max. Un
reloj de bolsillo.
Lo
he hecho para ti. Feliz cumpleaños, Max
Max abrió el reloj, labrado en plata. En el interior de la esfera cada hora estaba marcada por el
dibujo de una luna que crecía y menguaba al compás de las agujas, formadas por los haces de
un sol que sonreía en el corazón del reloj. Sobre la tapa, grabada en caligrafía, se podía leer una
frase: ""La máquina del tiempo de Max"".
Aquel día, sin saberlo, mientras contemplaba a su familia deambular arriba y abajo con las
maletas y sostenía el reloj que le había regalado su padre, Max dejó para siempre de ser un
niño.
La noche de su cumpleaños Max no pegó ojo. Mientras los demás dormían, esperó la fatal
llegada de aquel amanecer que habría de marcar la despedida final al pequeño universo que se
había formado a lo largo de los años. Pasó las horas en silencio, tendido en la cama con la
mirada perdida en las sombras azules que danzaban sobre el techo de su habitación, como si
esperase ver en ellas un oráculo capaz de dibujar su destino a partir a partir de aquel día.
Sostenía en su mano el reloj que su padre había forjado para él. Las lunas sonrientes de la
esfera brillaban en la penumbra nocturna. Tal vez ellas tuvieran la respuesta a todas las
preguntas que Max había empezado a coleccionar desde aquella misma tarde.
Finalmente, las primeras luces del alba despuntaron sobre el horizonte azul. Max saltó de la
cama y se dirigió hasta el salón. Maximilian Carver estaba acomodado en
...