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La Elocuencia


Enviado por   •  21 de Abril de 2014  •  Ensayos  •  471 Palabras (2 Páginas)  •  243 Visitas

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Se inicia este volumen con una extensa introducción histórica del hecho que originó esta obra cumbre de la Elocuencia, exponiéndonos de forma objetiva, las biografías de los principales intervinientes, los motivos de la conjura y sus consecuencias. La llamémosla ¿por qué no? hazaña de haber abortado el golpe de estado que Catilina quería llevar a cabo, otorgó a Cicerón más fama y aún mayor reputación como guardián de la República, pero, como en todo, los minutos de gloria pasaron muy rápido y con el transcurrir de los años éste caería en desgracia. Los discursos no estaban redactados ex professo como se nos presentaron tiempo después para acabar con la conjura, sino que el propio político los recogió en papel con el único fin de ser recordado y admirado por las generaciones futuras. Quería dejar algo más fuerte que un mausoleo de mármol que pudiera recoger sus restos. Quería dejar huella en la Memoria Quería la inmortalidad.

Las Catilinarias se dividen en cuatro discursos, de los cuales, los dos primeros son los más importantes y carismáticos, en los que Cicerón se la juega literalmente. Los otros dos no tienen calado ni fuerza. Aunque claro, Cicerón, por muy cónsul que era y por mucha valentía y arrojo que mostrara al acusar a Catilina, se nota (y sobre esto el traductor incide continuamente por medio de sus anotaciones) que le falta justo lo mismo para juzgar y para decidir el castigo a imponer al traidor. Es más, le invita al exilio voluntario. Por mucho que se vanaglorie de ser un salvador de la Patria y de las más excelsas virtudes romanas y, aún más, de llamar a Catilina asesino, el temor a no tener todas las cartas a su favor es patente y no lo borra a pesar de escribir los dos primeros discursos cuatro años después del incidente (seguramente siguiendo una notas de guión y esquemas bien atesorados). No creo que a Cicerón se le pasara por alto, pero su fuerza inicial pasa a ser debilidad incontenida leída y analizada en frío. Con sus palabras destapa la conjura, la erradica y expulsa a los malhechores de la Ciudad (más bien, hacen caso estos de la invitación pacífica del cónsul de “dejarnos en paz”. Lo último que deseaba era una guerra civil dentro de los propios muros de Roma. Salva la República con la toga y no con las armas de lo cual se jacta. Los dos últimos discursos, una vez que todo está más que probado ante el Senado y el Pueblo romano, continúan descendiendo internamente en la debilidad de la ambigüedad y Cicerón no llega a “mojarse” con la pena que hay que aplicar a los conjurados y lo deja todo en manos de otros. El miedo por pasar de ser un héroe de la República a un tirano es harto demostrable.

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