Las Poquianchis
alaska19514 de Mayo de 2015
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Nacidas en la ciudad mexicana de Jalisco a inicios del siglo XX (Delfina nació en 1912, de las otras no se sabe la fecha), las hermanas Carmen, Delfina, María de Jesús y Luisa González Valenzuela, habrían de crecer en una familia disfuncional y convertirse en una de las más representativas expresiones de criminalidad femenina en el ámbito latinoamericano.
Bernardina Valenzuela, madre de las hermanas, era una mujer muy religiosa, que rezaba el rosario cada día e infundía en sus hijas un catolicismo devoto y recalcitrante. Entretanto Isidro, padre de las muchachas, era un hombre imbuido en la idiosincrasia machista propia de la cultura latina, que ejercía su poder paterno de forma abusiva y violenta, con ese aire despótico tan frecuente en alcohólicos como él.
Para traer el pan a la mesa, Isidro González trabajaba como “juez de acordada”, encargándose de vigilar durante la noche, recorriendo sobre su caballo las rústicas y polvorientas calles, cosa que, en un tiempo y lugar insuficientemente cuidado por los representantes de la ley, le hacía sentirse como una especie de “amo y señor del orden”, algo así como los sheriff del viejo oeste norteamericano.
La fuga de Carmen
Carmen González Valenzuela de vieja
Cansada del autoritarismo y los maltratos cotidianos de Isidro, Carmen, la mayor de las hijas, se fugó cierto día con Luis Caso, un hombre bastante mayor que ella.
A diferencia de otros padres, el orgulloso Isidro montó su caballo y fue a buscar a la hija rebelde, hasta que finalmente la encontró y entonces, tras sermonearla, gritarle e injuriarla, la agarró de los pelos y la condujo hasta una pequeña y miserable celda, donde la encerró como castigo a su comportamiento “indecente”
Horas después de encerrar a Carmen, a Isidro le llegó una orden municipal en virtud de la cual, junto a dos de sus agentes, partió en búsqueda de Felix Ornelas, un ranchero revoltoso y extorsionador que no mostraba reparo alguno en ocultar su desdén por la ley. Ahora, y cuando Isidro intentó detenerlo, las cosas se complicaron y no resistió la tentación de dispararle a Felix, matándolo instantáneamente, por lo cual tuvo que escapar de la escena y se pasó un año entero ocultándose en diversos ranchos de Jalisco, olvidando antes de huir que Carmen seguía encerrada. Por ello, solo catorce meses después de ser encerrada, Carmen salió libre gracias a la ayuda de un abarrotero obeso que accedió a tal cosa a cambio de que ella le prometiera matrimonio…
Los atroces negocios de las hermanas
De manera similar a Carmen, Delfina, otra de las hijas de Isidro, tenía una relación escondida con un hombre mayor que ella. Al enterarse, Isidro casi la mata con un brutal golpe en la nuca…
Ya en medio de los años treinta, Defina, Carmen y María de Jesús, entraron a trabajar como obreras en una fábrica textil, aunque poco después Carmen entró en una relación con Jesús Vargas, un “vividor” de poca conciencia al que todos conocían como “El Gato”, y con el cual ella, en 1938, se instaló a vivir en una cantina…
Trabajadoras sexuales que las Poquianchis mantenían como rehenes, consiguiéndolas bajo el engaño de que trabajarían de empleadas domésticas con buenos sueldos…
Afortunadamente, la cantina de El Gato empezó a marchar bien, pero éste era tan irresponsable que despilfarró las ganancias e hizo quebrar el negocio; aunque Carmen, que sí era planificadora, guardó algo para sí y lo empleó para abrir un pequeño negocio de vinos y otros licores, el cual inspiró a su hermana Delfina para que instalará un prostíbulo en que metió a jovencitas que se conseguía bajo el engaño de que las haría trabajar como empleadas domésticas…
Fue en El Salto, dentro de Jalisco, donde Delfina puso su primera cantina junto al prostíbulo referido, al cual acudían soldados, policías, y hasta autoridades municipales, cosa que no era sorprendente pues los controles sobre este tipo de establecimiento eran realmente escasos. Así, para contribuir al negocio, las pupilas (chicas que se hospedaban en el prostíbulo y trabajaban allí) de Delfina salían de noche a las calles en busca de clientes a los que intentaban convencer para visitar el burdel, pero en 1948 se suscitó un incidente que marcó la clausura del establecimiento, a raíz de lo cual Delfina fue con sus mujeres a la feria de San Juan de Lagos, donde consiguió ayuda del alcalde para alquilar dos locales en los que reabriría su cantina y su prostíbulo.
El nuevo centro de servicios carnales se llamaba “El Guadalajara de Noche”, y en él participaron las hermanas de Delfina: María Luisa, a cargo de la caja registradora, y Carmen, a cargo de la cocina, aunque ésta última comenzó también, por iniciativa propia, a vender prendas de vestir y otros objetos a las prostitutas, que en realidad no compraban por voluntad propia sino que estaban prácticamente en condición de rehenes y se les obligaba a adquirir tales artículos, endeudándose muchas veces…
Delfina (izquierda) y María de Jesús, dos de Las Poquianchis
Posteriormente, finalizada la feria de San Juan, Delfina desmanteló el prostíbulo y, con un gran capital reunido en 15 días de proxenetismo, viajó con sus prostitutas y sus dos hermanas a San Francisco del Rincón, en Guanajuato, donde, con la ayuda del presidente municipal de San Francisco, Adelaido Gómez, rentó una casona con varias camas y tocadores, y una silla en cada habitación. El nombre, por cuestiones de publicidad, volvería a ser “El Guadalajara de Noche”.
Eran tiempos fructíferos para el prostíbulo aquellos en los que María de Jesús, hermana de Delfina, conoció en León (Guanajuato) a Guadalupe Reynoso, quien llevaba un lujoso vestido con generoso escote, cosa que había conseguido gracias a un burdel edificado en una propiedad alquilada a un homosexual conocido como “El Poquianchis”.
Tras el encuentro, María de Jesús regresó al Salto y, junto a Enedina Bedoya y María de los Ángeles, ambas pupilas (prostitutas hospedadas en el negocio) de su hermana Delfina, instaló después su propio prostíbulo en León, aunque al inicio no tenía luz ni permiso de apertura, pero consiguió los permisos acostándose con Fernando Liceaga (secretario del presidente municipal) y el Dr. Castellanos… Sin embargo el sexo no costeaba todos los sobornos, y tuvo que dar dinero cuando el negocio era amenazado con cierre a causa de disturbios o presencia de chicas menores de edad…
Pagando puntualmente a las autoridades, el negocio era protegido por la Policía y la autoridad municipal. Su nombre, en cierto modo irónico, fue “La Casa Blanca”, y en su día de apertura tuvo el honor de recibir al sacerdote y al sacristán de la parroquia de León.
Entretanto, trabajando como cajera en el prostíbulo de su hermana Delfina, María Luisa (la menor de las cuatro González Valenzuela) juntó 39000 pesos y se apartó para siempre del negocio de la prostitución.
Dos prostitutas comiendo en un burdel de Las Poquianchis.
Por su parte Delfina, codiciosa en extremo, llegó a secuestrar y convertir en esclavas sexuales (las prostitutas del negocio) o meseras y “empleadas” a decenas de jovencitas que Juana Guadalupe Moreno y María, alias “La Cucha”, le conseguían a base de engaños, con los cuales traían a chicas de Guadalajara haciéndoles creer que trabajarían de empleadas domésticas con buenos sueldos.
Como era de esperarse, muchas de las jóvenes esclavizadas se terminaban embarazando: unas abortaban a escondidas, otras daban a luz y entonces el bebé era asesinado y enterrado como basura, y otras morían en el parto y eran enterradas con la misma falta de dignidad que los indeseados bebés.
Esto de los bebés muertos dio origen a la creencia de que los fetos eran sacrificados, calcinados y, una vez convertidos en ceniza, introducidos en botellas de refresco que se acumulaban en el patio trasero; sin embargo, con los testimonios y las evidencias que aparecieron después de la captura de las hermanas, la susodicha creencia fue descartada como mito popular.
Llegado el año 1949, falleció Carmen, la mayor de las hermanas y la encargada de administrar con libretas las deudas de las esclavas sexuales. Tras la muerte de Carmen, Delfina encontró las libretas pero, como no sabía leer ni entendía los números, les perdonó las deudas a las esclavas a cambio de oraciones por su difunta hermana…
En ese mismo año, María de Jesús conoció a un médico y ocultista de apellido Escalante, quien curiosamente resultó ser “El Poquianchis”, mismo a quien Guadalupe Reinoso (conocida como “Laura Larraga”) arrendaba la propiedad que usaba como prostíbulo.
Sin embargo, esta vez ella compró la casa de Escalante por 25000 pesos, la puso a nombre de su hermana Delfina, le hizo arreglos, y la rebautizó como “La Barca de Oro”, aunque todo el mundo siguió llamándole “El Poquianchis” al sitio e, inclusive, María de Jesus, Delfina y María Luisa, serían públicamente conocidas como “Las Poquianchis” tras la popularización del caso.
Imagen del film sobre las Poquianchis, donde se muestra a una prostituta siendo castigada (cargando ladrillos) por violar las estrictas normas de Las Poquianchis
Ahora, y pese a lo turbio del negocio, María de Jesús se mantenía incoherentemente aferrada a la religiosidad que su madre le había inculcado en la niñez. De ese modo, la prostitución en sí no era pecado, excepto cuando en ella se daban actos “prohibidos por Dios”, por lo que no permitía el sexo anal, los besos, las orgías y los contactos lésbicos,
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