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Donde Vuelan Los Condores


Enviado por   •  27 de Mayo de 2015  •  24.124 Palabras (97 Páginas)  •  239 Visitas

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permiso previo del editor.

Primera edición, 1996

Segunda edición, J997

Tercer.! edición, 1997

Cualta edici6n, 1998

© EDUARDO BASTIAS GUZMÁN

© EDITORIAL ANDRÉS BELLO

Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile

Derechos exclusivos

Registro de Propiedad Intelectual

Inscripción N" 96.831, año 1996

Se telmin6 de imprimir esta cuarta edición

de 5.000 ejemplares en el mes de marzo de 1998

Ilustración Portada:

Carlos Rojas Maffiolctti

Ilustraciones en color: Sonia Carr<lra

IMPRESORES, Salesianos S. A.

IMPRESO EN CHILE I PRINTED IN CHILE

ISBN: 956-13-1424-X

EDUARDO BASTÍAS GUZMÁN

DONDE VUELAN

LOS CÓNDORES

Una pesadilla

.'

EDITORIAL ANDRÉS BELLO

Barcelona • Buenos Aires • México D.F. • Santiago de Chile

UNA PUESTA DE SOL DESLUMBRANTE

PARA UN DÍA MUY ESPECIAL

H ay pocos lugares más apropiados que lo alto de las escalinatas ele la Universiclad Santa María para apreciar llna puesta de sol impresionante.

P8ra Gioconda, la emoción de sentir hecha realidad su llegada a la Universidad se sumó al impacto de la pintura que se coloreaba frente él sus ojos, con los reflejos del sol tras el mar en una bóveda de colores alucinantes.

Parecía un sueño que su vida universitaria fuera a realizarse en Valparaíso, tan cerca de Santiago, al lado de Viüa del Mar y sobre un cerro donde la Universidad Técnica Federico Santa María p3rece un castillo del Medievo, transportado desde alguna ciudadela de vieja traclición europea.

Las emociones de esta tarde, bajando pausadamente los peldaños de ¡jieclra, mientras el sol pincelaba sus caprichosos clestellos con matices de fuego, en el blanco y azul de nubes y cielo, volvería a revivirJas con emoción meses más tarde, en la cama de un hospital al recordar aquel día, el primero en su carrera de Ingeniería Informática, tan sólo una semana después de descender del bus que la trajera desde Iquique.

Con sólo una maleta y un bolso de manos había llegado a casa de unos amigos muy queridos de sus padres, que la acogieron, hasta que ellos mismos le pudieron conseguir que la aceptaran en una pensión univerH

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ll'i;t del Cc.;rro Alegre. A Gioconda le bastó un dormitori(l illtlividual en esa vieja casa, que un inglés contratado por una empresa marítima había construido en el siglo pasado y que aún conserva, con esfuerzo, la línea senorLlI de una época esplendorosa.

Gioconda no alcanzó a sentirse sola por mucho tiempo gracias al afecto que encontró en doña Luisa, dueña de la pensión, quien había decidido dedicar sus días a la atención de universitarios, más que por una renta, como una forma de compartir su vida en esa enorme casona, acompai1ándose de estos jóvenes, en quienes veía a sus propios hijos, ya fuera del hogar.

-Tienes suerte, hija, que la senara Luisa haya tenido un cupo para ti. Pasó dos anos sola con su hija Victoria, la única soltera, desde que sus otros cinco hijos se casaron e hicieron sus propias casas. Ahora se da el lujo de degir a sus pensionistas -le dijo la tía Antonia, al confirmarle que la recibirían.

En su primer día universitario, Gioconda bajó, junto :1 los hermanos Cárdenas, una llluchacha de apariencia quinceañera y el único varón de la pensión, por el Paseo Yugoslavo y el Pasaje Apolo hasta el plan de Valparaíso. Con ellos tomó el bus que la llevó hasta su castillo, como decidi6 llamar al edificio de su universidad.

Su primera clase fue a las ocho de la mañana y la segunda terminó a las doce, de modo que tuvo tiempo p~1 ra conocer los jardines y la piscina, recorrer las callejllelas pavimentadas que se entremeten entre árboles y III1Iros, conocer la biblioteca y el solemne salón de actos () :11I1a magna, antes de reiniciar sus actividades programad.l,'; para las dos de la tarde. Fue en esta clase cuando un

',llIpO de unos doce jóvenes llegaron a apostarse fuera de 1.1'; Vl'lltanas, sin pronunciar palabra, pero" manifestando 11' 11 ( II ¡alllente su presencia.

El profesor los vio, suspendió su charla, ordenó sus apumes y caminó hacia la puerta, despidiéndose impersonalmente antes de llegar a la salida, la que de inmediato fue bloqueada por tres macizos muchachos, quienes sólo permitieron la entrada de los demás intrusos.

-Nos van a mechonear -confidenció Margarita, la joven que se encontraba sentada al lado de Gioconda.

El mechoneo no le era desconocido. Sus comp~lñeras de la pensión le habían informado y advertido cómo era la recepción de los mechones o nuevos alumnos: con bromas, burlas y hasta cnteles vejámenes.

-En la Santa María son halto considerados. Vieras tú en la Católica, ahí no se salva nadie. El año pasado a los hombres los mojaron con orina y a las mujeres las pasearon por la calle con el pelo pintado. Mejor no te cuento más.

Las advertencias sirvieron para que Gioconda decidiese ir todos los días a su castillo con jeans y la palera que le quedaba grande y ya no le gustaba, hasta después que la mechonearan.

La remota posibilidad de que este ailo no hubiese mechoneo ya no era posible. El grupo que venía con este propósito, inferior en número a sus víctimas, ya estaba operando con risotadas y órdenes a grandes voces.

La falta

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