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Guandure - Huancabamba


Enviado por   •  2 de Diciembre de 2015  •  Ensayos  •  13.908 Palabras (56 Páginas)  •  274 Visitas

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GUANDURE

Lambayeque 08 de agosto 1995

Señor:

RICARDO LA TORRE ALVARADO

Estimado Ricardo:

Después que salimos de la G.U.E San Miguel de Piura, han sido muy pocas veces que hemos tenido la oportunidad de conversar a pesar de mis repetidos viajes a Huancabamba.

Nos conocemos contigo casi todos los años que tenemos. Algo de amistad tiene que haber quedado después de tanto tiempo.

Te escribo  esta carta para agradecerte algunos buenos comentarios que has tenido sobre mi cuento “GUANDURE” y para enviarte ocho cuentos más a sugerencia de mi hermano “Neyo” y con la esperanza de que puedas publicarlos juntos o parcialmente. Sé que podrías hacerlo y tengo entendido que algo le has sugerido a mi hermano en tu condición de jefe del INC.

Te agradezco esta deferencia y esta inmerecida importancia que le das a lo que escribo.

Si puedes darle a este viejo escribidor la satisfacción de saber que no es el único que lee sus cuentos y poemas, te lo agradeceré siempre.

Cualquiera que sea el destino de los cuentos que te envió, por favor házmelo saber a la siguiente dirección:

Av. Augusto B Leguía # 230

Lambayeque.

Tengo el teléfono 074-28-2551 en Lambayeque si me tienes alguna noticia escribe por correo, preferentemente ya que acá en Lambayeque no hay agencia de viaje por su cercanía a Chiclayo, o en todo caso llámame. Si no me encuentras yo te estaría devolviendo la llamada te envío saludos respetuosamente a tu familia y amigos

Tu amigo:

Rigoberto García Labán

GUANDURE

Era el mes de octubre. No es fácil olvidar este mes con eso de las procesiones y los hábitos morados. Era tarde, noche ya, cuando con mis pensamientos a cuestas me iba acercando, paso a paso, a mi casa escondida, entre dos falques viejos y secos, a un lado dela parcela que me tocó cuando se  dividió   la  cooperativa.

Mi viejo me contaba cuando niño, allá en Piura, que los serranos le echaban guandure a sus chacras para que los extraños no se coman las cosechas y hasta los pájaros y las ratas se caían muertos cuando se comían la cosecha con guandure. Me contaba que tenían Colambo, que era como una culebra grande que les hacía guardianía en las chacras, de día y de noche. Decía él que cuando era niño se fue con unos amigos a robar cidras, que eran unos frutos como tumbos pero más duros y que adentro tenían un limón. Decía que saltaron la cerca de piedra y méjicos y se pusieron a comer las cidras. Contaba mi viejo que no se podían parar después de habérselas comido, porque como que les pesaba  el  cuerpo y se zurraron en los pantalones.

Yo iba recordando todo eso mientras caminaba a mi casa y ya casi llegando, oscuro estaba para entonces, allí a unos metros de los faiques como que  me esperaba un hombre, parado él, mirándome, supongo. Ni un palo cerca, ni piedras, porque no era conocido. Medio que frené el paso.

  • ¿Qué  hace  allí  parao?  Oiga-   le dije.
  • Tú  eres  Juan  Yarlequé?  -  me contestó
  • Sí. Y usted   quién es?
  • Me llamo Samuel Chasquero, me ha mandado tu papá, me ha pagado los pesajes para que venga a verte desde Huancabamba. Yo no he conocido y preguntando, me ha agarrado la noche por aquí. He tocado la puerta pero no hay gentes adentro.

Raro era que yo viniera pensando en mi viejo y ese hombre allí esperándome.

Abrí la puerta de mi casa, lo hice pasar, oscuro como estaba, y prendí la lámpara. Lo pude entonces ver más claro, él era como un serrano de Ayabaca, tenía poncho de lana que le llegaba más abajo de Las rodillas, una de las puntas tocaba el suelo. Usaba llanques ajustados a sus pies coloraos y con las dos manos sostenía una alforja grande. Nunca había visto una alforja tan grande. Era viejo el  hombre,   pero  duro  y bien parao.

  • Acomódese - le dije - cómo está mi papá y qué encargo  le ha hecho.

Yo lo conozco a tu papá de años, él viaja siempre a Huancabamba. Yo soy de allí. Me contó hace unos días que tenía un hijo natural por Tambogrande, que no andaba bien. Y me dijo, yo te pago el trabajo, tú eres buen maestro, anda y levántale la  suerte. Y me vine sin conocer, para quedar bien con  el amigo.

Era bueno el hombre, se notaba y por lo que me dijo, era brujo. Estaba callado y miraba para  fuera como si lo llamaran.

Salimos de la casa sin ponernos de acuerdo y nos sentamos a mirar el oscuro.

- Por aquí no llueve - me dijo - todo está seco.

Le conté que acá en Tambogrande comenzamos a sembrar en noviembre, cuando llueve en la sierra, que sembrábamos arroz, otros algodón, maíz, sorgo y por julio agosto las tierras se quedaban secas, sin siembra.

Me contó que él tenía una chacra en la faldita de un cerro, cerca de un ojo de agua y que sembraba ollucos, ocas y que cuando el tiempo era bueno sembraba trigo.

Hablamos mucho sin mirarnos, como si cada uno intentara confesarse al silencio, a la oscuridad. Yo me pude imaginar la choza de pencas y de magueyes en donde vivía don Samuel Chasquero y su familia allá en Huancbamba. Me pude imaginar el viento helado de la puna y la lluvia cayendo en los surcos abiertos con yuntas y el arado de palo saltando entre las piedras. Imaginé el caballo negro dando vueltas sobre el trigo cosechado y los viajes a la ciudad por caminitos angostos, como soguitas abandonadas entre los cerros.

Los murmullos de mi familia regresando de la procesión nos hizo regresar con la lamparita de mi casa.

Comimos todos en silencio.

  • Ya serán las diez - me dijo don Samuel Chasquero - hay que aprovechar la candelita para hervir el remedio. Ya todo está pagado, yo tengo que regresar mañana  al  medio día.

Estaba disponiendo que se hagan las cosas. No me preguntó si quería o no. Me pidió un plato y sacó unos  frutos verdes,   largos  y me dijo:

  • Se llama huachuma, San Pedro le dicen en la costa.

Los peló y los hizo pedacitos como para fresco y  los  puso  a  la olla.

Como  una  hora  estuve callado.

  • Hay que salir para fuera - me  dijo  después de un rato.

Alzó su alforja y nos fuimos a la noche, junto a los faiques, nos sentamos. Sacó como una manta pequeña y la tendió en el suelo. Sobre ella fue colocando imágenes, piedras, estampitas, espadas, fotografías, conchitas de choro, caracoles, un rosario y un gran crucifijo al centro. Chorreó de la olla unos pocos del remedio a los jarros y me dijo que tome. Ambos bebidos el líquido tibio, amargo,   espeso  y nos sentamos  otra hora supongo.

...

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