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Huevo Misterioso

hubrox10 de Noviembre de 2013

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Estaba escrito que a Abel lo mataría la pobreza, y a Galois la estupidez. En toda la historia de la

ciencia no hay ejemplo más completo del triunfo de la crasa estupidez sobre el indomable genio

que el proporcionado por la vida extraordinariamente breve de Evariste Galois. La exposición de

sus infortunios puede constituir un monumento siniestro para los pedagogos vanidosos, para los

políticos inescrupulosos y para los académicos engreídos. Galois no era un "ángel inútil", pero

hasta su magnífica capacidad tenía que caer vencida ante la estupidez que se alineó contra él, y

Galois destrozó su vida luchando con los necios, uno tras otro.

Los primeros once años de la vida de Galois fueron felices. Sus padres vivían en la pequeña aldea

de Bourg-la-Reine, en las cercanías de París, donde Evariste nació el 25 de octubre de 1811.

Nicolás Gabriel Galois, el padre de Evariste, era una verdadera reliquia del siglo XVIII, hombre

cultivado, intelectual, saturado de filosofía, apasionado enemigo de la realeza y ardiente defensor

de la libertad. Durante los Cien Días, después de la huida de Napoleón de la isla de Elba, Galois

fue elegido alcalde de la aldea, y después de Waterloo conservó su cargo sirviendo fielmente al

Rey. Servía de sostén a los aldeanos frente al sacerdote y amenizaba las reuniones sociales

recitando poesías a la moda antigua, que él mismo componía. Estas actividades innocuas serían

más tarde la ruina de este hombre. De su padre, Evariste heredó la facilidad para versificar y el

odio a la tiranía y a la bajeza.

Hasta la edad de 12 años, Galois no tuvo más maestro que su madre, Adélaide-Marie Demante.

Algunos de los rasgos del carácter de Galois fueron heredados de su madre, que procedía de una

familia de distinguidos juristas. Su padre parece que descendía de los tártaros. Dio a su hija una

educación humanista y religiosa, que ella, a su vez, trasmitió a su hijo mayor, no en la forma en

que la había recibido, sino unida a un estoicismo viril característico de su mentalidad. Adélaide

no rechazó el cristianismo ni lo aceptó sin discusión; simplemente comparó sus doctrinas con las

de Séneca y Cicerón, formando así su moralidad básica. Sus amigos la recuerdan como una mujer

de carácter fuerte, con una mentalidad generosa y cierta vena de originalidad bromista, que a

veces la inclinaba a la paradoja. Murió en 1872, teniendo 84 años. Hasta sus últimos días

conservó el completo vigor de su inteligencia. Ella, como su marido, odiaba la tiranía.

No se tiene noticia de que las familias de los progenitores de Galois se caracterizaran por su

talento matemático. El genio matemático propio de Galois apareció como una explosión,

probablemente en los primeros años de su adolescencia. Fue un niño cariñoso y más bien serio,

aunque solía intervenir en las alegres fiestas en honor de su padre, en las que también componía

poesías y diálogos para entretener a los asistentes. Todo esto cambió en cuanto fue objeto de una

mezquina persecución y de una estúpida incomprensión, no por parte de sus padres, sino de sus

maestros.

En 1823, teniendo 12 años, Galois ingresó en el liceo de Louis le Grand en París. Aquel liceo era

algo terrible. Dominado por un director que más que un maestro era un carcelero, aquel lugar

semejaba una prisión, y en realidad lo era. La Francia de 1823, aun recordaba la Revolución. Era

una época de conspiraciones y contraconspiraciones, de tumultos y rumores de revolución. Todo

esto encontraba eco en el liceo. Sospechando que el director planeaba volver a traer a los jesuitas,

los estudiantes protestaron, negándose a cantar en la capilla. Sin notificarlo a sus padres, el

director expulsó a los muchachos que según él eran más culpables. Se encontraron en la calle.

Galois no estaba entre ellos, pero quizá hubiera sido mejor que así hubiera sido.

Hasta entonces la tiranía constituía una simple palabra para este muchacho de 12 años, pero ahora

la veía en acción, y esta visión deformó una parte de su carácter durante toda su vida. Sintió una

rabia incontenible. Sus estudios, debido a la excelente instrucción humanista de su madre

marcharon perfectamente, y Galois obtuvo premios. Pero también ganó algo más duradero que un

premio, la tenaz convicción, exacta o equivocada, que ni el temor ni la más severa disciplina

pueden extinguir la idea de justicia en las mentes jóvenes que desde el principio hacen un culto

de ella con devoción abnegada. Esto es lo que le enseñaron sus compañeros con su valor. Galois

jamás olvidó su ejemplo, pero era demasiado joven para no quedar amargado.

El año siguiente marca otra crisis en la vida del muchacho. Su interés por la literatura y por los

clásicos terminó por el aburrimiento; su genio matemático ya despuntaba. Sus maestros

advirtieron el cambio, el padre de Evariste fue informado, y el muchacho continuó sus

interminables ejercicios de retórica, latín y griego. Su trabajo fue considerado mediocre, su

conducta poco satisfactoria, y los maestros tenían cierta razón. Galois tuvo que seguir

ocupándose de aquellas materias que su genio rechazaba. Fatigado y disgustado prestaba una

atención superficial, y seguía sus estudios sin esfuerzo ni interés. La Matemática era ensenada

como una ayuda para la grave tarea de digerir los clásicos, y los discípulos de los diversos grados

y de distintas edades consideraban el curso de Matemática elemental de escasa importancia en

comparación con sus restantes estudios.

Durante este año de agudo aburrimiento Galois comenzó a asistir al curso regular de Matemática.

La espléndida Geometría de Legendre abrió su camino. Se dice que dos años eran el tiempo usual

empleado por los muchachos más devotos de la Matemática para comprender a Legendre. Galois

leyó la Geometría desde el principio al fin tan fácilmente como otros muchachos leen una

aventura de piratas. El libro despertó su entusiasmo. No era un manual escrito por un cualquiera,

sino una obra maestra compuesta por un matemático creador. Una sola lectura fue suficiente para

revelar la estructura global de la Geometría elemental con una claridad cristalina al fascinado

muchacho. Pronto la dominó.

Su reacción ante el Álgebra es interesante. No le plació al principio, por una razón que

comprenderemos al examinar el tipo mental de Galois. No disponía de un maestro corno

Legendre que le inspirara. El texto de Álgebra era un manual sencillo y simple, y Galois le dio de

lado. Carecía, según Galois decía, de ese chispazo de creación que sólo puede dar un matemático

genial. Habiéndose familiarizado con el gran matemático a través de su obra, Galois comenzó a

trabajar por su cuenta. Sin importarle los pesados deberes impuestos por sus maestros, Galois se

dirigió directamente para aprender Álgebra al gran maestro de la época, a Lagrange. Más tarde

leyó las obras de Abel. El muchacho de 14 6 15 años, absorbía las obras maestras del análisis

algebraico dirigidas a matemáticos profesionales maduros; las memorias sobre la resolución

numérica de las ecuaciones, la teoría de funciones analíticas y el cálculo de funciones. Sus

ejercicios en la clase eran mediocres; el curso era demasiado trivial para un genio matemático, e

innecesario para dominar la verdadera Matemática.

El peculiar talento de Galois le permitía realizar casi completamente de memoria las más difíciles

operaciones matemáticas. La insistencia de los maestros sobre detalles que le parecían obvios o

superficiales le exasperaban, haciéndole perder los estribos. De todos modos, obtuvo el premio en

los exámenes generales. Para asombro de maestros y compañeros entró en su propio reino por

asalto, dándoles luego la espalda.

Con esta primera demostración de su enorme capacidad, el carácter de Galois sufrió un profundo

cambio. Sabiendo que estaba muy cerca de los grandes maestros del Análisis algebraico, sentía

un inmenso orgullo, y deseaba colocarse en primera fila para compararse con ellos. Su familia,

hasta su extraordinaria madre, le encontró un extraño. En el colegio parece que inspiró una

curiosa mezcla de temor y de angustia a sus maestros y compañeros. Sus maestros eran gentes

buenas y pacientes, pero estúpidas, y para Galois la estupidez era un pecado imperdonable. Al

comenzar el año se referían a él diciendo que era "muy amable, lleno de inocencia y buenas

cualidades, pero... “, continuaban diciendo, “existe algo extraño en él". No hay duda que así era.

El muchacho tenía un talento desusado. Algo más tarde los maestros afirmaban que no era

"perverso", sino simplemente original y extravagante, y se quejaban de que le divirtiera

atormentar a sus compañeros. Hay en todo esto mucho de crítica, pero hay que reconocer que no

sabían apreciar lo que Galois era. El muchacho había descubierto la Matemática, y ya se sentía

guiado por su demonio. Al terminar el curso los maestros decían que sus extravagancias le habían

enemistado con todos sus compañeros",

...

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