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LA GUERRA DEL OPIO


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2014  •  2.106 Palabras (9 Páginas)  •  186 Visitas

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Tributo de los bárbaros rojos”. Aquella frase, aplicada al pueblo mongol, anamés y coreano, valió también, en agosto de 1793, para la ondeante bandera del sampán que trasladaba al embajador inglés del gobierno de su majestad Jorge III a la presencia del todopoderoso emperador de China. Junto con Lord Macartney viajaban una gran variedad de productos ingleses de todo tipo, muestra de lo más granado de la industria y ciencia inglesas.

Muchos años atrás, en 1516, China había tenido el primer contacto oficial con la cultura occidental cuando los primeros marineros portugueses arribaron a las costas del gran país asiático. Los holandeses no tardarían en seguir los pasos de los lusos. El primer barco inglés llegó en 1626. Para entonces los comerciantes portugueses ya se habían instalado en Macao.

Desde el principio los marineros y comerciantes occidentales vieron en China su gran oportunidad, y en la mayoría de casos su actitud respecto a los chinos y su gobierno fue de desprecio cuando no de clara hostilidad. En 1637 el capitán Weddell forzó su camino en el estuario del río de las Perlas bombardeando los fuertes del Bogue, la desembocadura de dicho río. La presión por parte occidental siguió creciendo hasta que en 1685 el emperador declaró a la ciudad de Cantón como puerto franco para que aquellos bárbaros pudieran comerciar legalmente. En 1689 los rusos firmaron un tratado con el gobierno chino, instaurándose una caravana comercial periódica entre Rusia y China que cruzaba el temible desierto del Gobi. En 1715 la Compañía de las Indias Orientales establecía sus primeras factorías en Cantón.

Desde el siglo XVI jesuitas y franciscanos habían venido realizando misiones evangelizadoras en tierras chinas, y los primeros llegaron a tener una gran influencia en la corte imperial, hasta que en los primeros lustros del XVII su ascendiente comenzó a resquebrajarse. El cristianismo fue prohibido, pero aun así nunca llegó a desaparecer, pasando a una situación de clandestinidad.

Aunque Macartney logró evitar el koutou, una ceremonia basada en una serie de reverencias que los enviados extranjeros eran obligados a hacer en señal de sumisión al emperador, no logró convencer, sin embargo, al viejo emperador Chien-Lung de la utilidad de aquellos extraños presentes que el embajador británico le había llevado. Como dejó bien claro el emperador, China no necesitaba a occidente.

La subsiguiente política británica respecto a China vino condicionada por diversos factores. La pérdida de las colonias norteamericanas había supuesto un gran golpe a la economía de las islas. Gran Bretaña, que por entonces se encontraba ya en los primeros pasos de la Revolución Industrial, vio como sus manufacturas comenzaban a apilarse en los almacenes sin encontrar salida alguna. Con el mercado europeo saturado y unos Estados Unidos independientes, el país necesitaba dar una salida a todos aquellos productos si no quería que su economía se colapsase. Fue aquella industria y aquellas manufacturas las que condicionaría la política británica a lo largo del siglo XIX.

Otro aspecto importante era el té. Europa, y especialmente Gran Bretaña, habían desarrollado una gran dependencia del té, la seda y la porcelana chinas. El gobierno británico (y otros gobiernos como el francés, a la espera de acontecimientos) había puesto grandes esperanzas en aquél encuentro entre Macartney y el emperador chino. Sin embargo, aquella misión fue un fracaso.

El problema principal que constituyó el germen posterior de los conflictos entre China y los países occidentales fue aquella enorme demanda de té, siempre creciente. Puesto que los chinos no mostraban interés en adquirir los productos europeos, ¿cómo pagar todas aquellas toneladas de té y demás productos asiáticos? La respuesta era inevitable: dinero en metálico, oro y plata.

Tras las guerras napoleónicas Gran Bretaña se había erigido en la primera potencia mundial, con la armada más poderosa del mundo como medio de disuasión principal. Y sin embargo, la balanza de pagos británica se encaminaba cada vez más hacia los números rojos. La sed de té de los británicos estaba esquilmando la tesorería de la primera nación del mundo. La producción de té indio estaba todavía en pañales, con lo que Gran Bretaña estaba a merced de China. Si querían té habrían de pagarlo.

No sólo la nación británica se veía en tales cuitas. Dejando a un lado a Rusia, que disponía de un tratado y trabaja, digámoslo así, por libre, países como Francia o Estados Unidos buscaban también con desesperación un producto que pudiera interesar a los chinos. Cuando quedó claro que China lo único que quería eran metales preciosos, los gobiernos occidentales decidieron forzar el mercado chino a toda costa. Fue Gran Bretaña principalmente quién se decidió a abrir la llave de China de buen grado o por la fuerza. Francia acabaría también alineándose con su antigua enemiga, mientras que los Estados Unidos, cuyos comerciantes y embajadores se mostraron por lo general mucho más respetuosos con el gobierno chino y sus gentes, permanecieron a la espera. Eso sí, no dudaron en aprovecharse de las consecuencias y beneficios que trajeron las guerras del opio.

Opio. Aquella sería el arma que usarían los británicos para doblegar al férreo y hermético gobierno imperial. El comercio con esa droga y el uso de una gran armada y ejércitos modernos serían la llave que abriría el mercado chino.

Tiempo atrás, con las caravanas provenientes de Asia Menor, el opio había llegado a la India. Bajo el gobierno mogol el opio se convirtió en un monopolio floreciente y lucrativo. Cuando la India pasó a ser dominada por Gran Bretaña, el monopolio de aquella droga pasó a manos de los británicos.

No fueron ellos, sin embargo, los primeros en comerciar con opio en China. Portugueses y holandeses llevaban transportándolo a China desde el siglo XVIII, aunque no en grandes cantidades. En un principio había sido adquirida para usos medicinales, pero fue inevitable que los primeros adictos comenzarán a aparecer aquí y allá. En 1769 los chinos importaban mil barriles de opio al año.

En un país sin libertades y con valores muy distintos a los europeos, el comercio y consumo de opio no sólo era ilegal, sino severamente reprobable desde el punto de vista moral. Más que las leyes, la moral confucionista era la que regía a la sociedad china. Obligación y deber era lo más importante para un individuo chino. El respeto y sumisión

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