Los 100 años De Doña Jovita
11 de Noviembre de 2013
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Jovita Zavaleta aprendió el arte de curar en situaciones de alto riesgo, utilizando técnicas sencillas
Fe para curar y
fortaleza para vivir
Revela sus secreto de cómo alargar la vida y pasar la década.
Hernán Flores Rodríguez
Llegar a cumplir 100 años en un país donde la esperanza de vida es de solo 67, es un privilegio. Pero esta aventura de vida es aún más sobresaliente cuando la persona ha dedicado su existencia a salvar vidas en condiciones heroicas.
Esta historia la encarna Jovita Zavaleta Pereda, una anciana que es ejemplo de vitalidad e inteligencia pese a su avanzada edad y escasa instrucción. Lleva 74 años dedicada a curar diversas enfermedades utilizando medicina natural y, en esa larga trayectoria, guarda una anécdota que ha marcado su vida.
Cuando cientos de pobladores de su tierra natal, Compín, en la provincia Gran Chimú, morían con peste bubónica, ella debutó en el oficio de curar a enfermos que agonizaban con el mortal mal.
La sicosis que se vivía en el pueblo llevaba a la población a quemar a las personas contagiadas e incendiar viviendas como una medida desesperada para frenar el avance de la enfermedad. Era 1938.
El mal atacó a una joven llamada María, a quien sus familiares la evacuaron agónica a una choza distante de la zona urbana, con todas sus prendas para que muera y luego la incineren.
En este episodio aparece Jovita, una mujer muy querida en el pueblo. Su rostro, por aquel entonces con menos marcas del paso de los años, refleja igual que hoy la sabiduría de quien ha hecho de las plantas una herramienta infalible de sanación.
Con el riesgo que representaba intentar curar a la mujer, Jovita, quien tenía 26 años, cuenta que acudió a escondidas para auxiliar a María.
Cirugía artesanal
La mujer agonizaba en su lecho de dolor. Tenía mucha fiebre y enormes bubones (tumores en las piernas) que parecían estar a punto de reventar. “Rompí una botella y con un vidrio corté los tumores y le coloqué sábila. Sabía que tenía sed por la elevada temperatura de su cuerpo y le daba de beber agua con una cuchara, luego iba corriendo a desinfectarme con alcohol y creso (desinfectante químico). Dos días después de recibir el tratamiento, ella despertó y al cabo de un mes estaba curada. “Para sanar hay que tener mucha fe, perder el miedo y poner el corazón fuerte”, dice Jovita, de rostro marchito pero mirada vivaz.
Esta historia es una de las muchas hazaña que guarda la anciana en su memoria, quien con orgullo dice que nunca nadie murió en sus manos por mala práctica. Profesa la religión católica, Jovita confiesa que antes de cada jornada se encomienda a Dios y a la patrona de su pueblo, la Virgen del Consuelo, para que la medicación surta los efectos esperados.
‘La doctora del pueblo’, como la llaman algunos, cuenta que heredó de su madre Crispina Pereda el don de curar, práctica que también ejerció con éxito su hermana Cruz Zavaleta.
Técnica ancestral
Jovita coge las manos de los enfermos y con su dedo pulgar fija su atención en los latidos que hay en las muñecas. Dice que de esta manera les toca el pulso y advierte el tipo de enfermedad. Su técnica le ha permitido curar la meningitis, bronconeumonías, infecciones, el susto, entre otras afecciones. También ha recuperado a personas que han sido desahuciadas por lo médicos. Esto lo dice con sencillez, propia de personas que amurallan su grandeza.
Todos estos males se tratan con la maravilla curativa de la yerbasanta, acelga, cushay, cerraja y otros productos como la linaza, el maíz negro, el llantén y una diversidad de vegetales que hay en su pueblo.
Al preguntarle sobre el cáncer, la enfermedad más mortal de los últimos años, cree que tiene relación con la alimentación.
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