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Mi Madre


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  Ensayos  •  1.178 Palabras (5 Páginas)  •  206 Visitas

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(Ensayo de Daisaku Ikeda publicado en 1998, en la revista de Filipinas Mirror.)

Mi madre fue una sencilla mujer del Japón, como muchas nacidas a fines del siglo XIX, cuya vida estuvo por entero dedicada a su difícil esposo y a la crianza de sus ocho hijos, siete varones y una niña. Yo fui el quinto de ellos. Pero también hubo en mi hogar dos niños adoptados, por lo que, en total, fuimos diez hijos. La vida de mi madre no fue de ninguna manera fácil. Mi padre, quien murió en 1956, fue un hombre terco y obstinado, que se ganó en el vecindario el mote de "el intransigente". No me cabe duda de que ella necesitó una enorme dosis de paciencia para mantenerse al lado de su esposo, hasta que este falleció.

Además de realizar las labores domésticas, mi madre también contribuía con el negocio familiar de las algas marinas. Producirlas toma muchísimo tiempo, y es un trabajo realmente duro. Todos los días, durante la temporada de cosecha, ella se subía a un pequeño bote, muy temprano a la mañana, y partía a recoger algas. Para sacarlas, tenía que meter las manos en el agua helada del mar, por lo que siempre las tenía resquebrajadas y adoloridas. Como si eso fuera poco, debía cocinar y cuidar a los niños; y aun así, siempre mantenía la casa limpia: quitaba el polvo, barría y, con un paño húmedo, limpiaba con sumo cuidado cada uno de los tatami (esteras) del piso. No era raro que cargara a uno de los niños sobre sus espaldas mientras lavaba la ropa a mano, o que remendara prendas hasta avanzadas horas de la noche.

Jamás la vi tomar un descanso o dormir una siesta. Creo que estaba demasiado ocupada para detenerse a reflexionar sobre el sentido de su vida. Pero dio lo mejor de sí como ama de casa. Ella nunca habría podido realizar tantas labores hogareñas ni mantenernos alimentados y vestidos pulcramente, si no hubiese sido una mujer muy bien organizada y metódica. Su trabajo era tan eficiente, que era casi un arte. Jamás actuaba infructuosamente, y la distribución que daba a cada cosa en el hogar tenía un sentido y un propósito. Mi madre no fue en modo alguno alguien excepcional, pero considero que fue una gran mujer.

En aquella época existía un claro dominio masculino dentro de la sociedad, por lo que las mujeres tenían escasas oportunidades y ningún poder de decisión. Sin embargo, pese a lo difícil de las circunstancias, mi madre siempre sacó fuerzas de su interior y se entregó sin descanso al bienestar de su familia. Ella, que jamás se quejaba de nada, solía decir, con su eterno buen humor, que éramos los "campeones de la pobreza". Cualquiera fuese mi circunstancia, su presencia me llenaba de esperanza y de coraje.

Llevo eternamente grabadas las palabras de mi madre en el corazón. A veces, parecen resplandecer como si una refulgente luz brotara de un diamante. Aún puedo sentir que me habla con una voz cálida y cariñosa, que apacigua mi espíritu y me otorga nuevo vigor. Una voz que me alienta a hacer lo correcto y me ayuda a distinguir lo que está bien de lo que está mal. Recuerdo vívidamente sus palabras sencillas, nada extraordinarias: “Nunca hagas algo que les cause problemas a los demás”; “no mientas”. Y cuando comenzamos a asistir a la escuela, nos advirtió: “Una vez que decidan hacer algo, asuman la responsabilidad y háganlo".

También aprendí de sus acciones. A pesar de que éramos tantos los niños con los que tenía que lidiar en todos los aspectos, desde distribuir

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