Ricardo Palma
AntonyGY6 de Noviembre de 2012
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Biografía resumida de Ricardo Palma
Ricardo Palma Soriano nació en Lima el 7 de febrero de 1833. Sus padres fueron don Pedro Palma y doña Guillermina Soriano.
Estudió Leyes en la Universidad San Marcos. En 1861, participó de un fallido atentado contra el presidente Ramón Castilla, por lo que fue desterrado a Chile.
Al regresar, fue elegido senador por Loreto. El 2 de mayo de 1866, participó en el combate del 2 de Mayo, contra la escuadra española que bombardeaba el puerto del Callao.
Desde muy jóven empezó a escribir poemas, cuentos y obras de teatro. También ejerció el periodismo, trabajando en diario como El Mercurio, El Correo, La Patria y El Liberal.
En 1872, se publicó la primera parte de sus famosas "Tradiciones Peruanas", una serie de sabrosos relatos con episodios, personajes y costumbres de nuestro pasado incaico y, sobre todo, colonial. Esta obra le dio mucho prestigio y reconocimiento internacional.
Durante la Guerra contra Chile fue corresponsal de varios periódicos extranjeros. El 15 de enero de 1881 participó en la batalla de Miraflores. Al final de la batalla los chilenos incendiaron su casa y su biblioteca personal.
En 1884, el presidente Miguel Iglesias lo nombró director de la Biblioteca Nacional del Perú, cumpliendo una gran labor en su reconstrucción y equipamiento. De aquellos tiempos viene su apelativo de "Bibliotecario Mendigo". Ejerció este cargo hasta 1912.
El ilustre tradicionalista peruano Ricardo Palma falleció en Miraflores, el 6 de octubre de 1919.
HISTORIA DE UN CAÑONCITO - TRADICIONES PERUANAS
Según Palma no a habido peruano que conociera bien su tierra y a los hombres de su tierra como don Ramón Castilla. Para él la empleomanía era la tentación irresistible y el móvil de todas las acciones de los hijos de la patria.
Estaba don Ramón en su primera época de gobierno, y era el día de su cumpleaños (31 de agosto de 1849). Corporaciones y particulares acudieron al gran salón de palacio a felicitar al supremo mandatario. Se acercó un joven a su excelencia y le obsequió, en prenda de afecto, un dije para el reloj.
Era un microscópico cañoncito de oro montado sobre una cureñita de filigrana de plata: un trabajo primoroso, en fin, una obra de hadas.
El presidente agradeció, cortando las frases de la manera peculiar muy propia de él. Pidió a uno de sus edecanes que pusiera el dije sobre la consola de su gabinete. Don Ramón se negaba a tomar el dije en sus manos por que afirmaba que el cañoncito estaba cargado y no era conveniente jugar con armas peligrosas.
Los días transcurrieron y el cañoncito permanecía sobre la consola, siendo objeto de conversación y curiosidad para los amigos del presidente, quien no se cansaba de repetir: “¡Eh! Caballeros hacerse a un lado…, o hay que tocarlo… el cañoncito apunta…, no se si la puntería es alta o baja…, no hay que arriesgarse,…, retírense… no respondo de averías. Y tales eran las advertencias de don Ramón, que los palaciegos llegaron a persuadirse de que el cañoncito sería algo más peligroso que una bomba o un torpedo.
Al cabo de un mes el cañoncito desapareció de la consola, para formar parte de los dijes que adornaban la cadena del reloj de su excelencia, por la noche dijo el presidente a sus tertulios: ¡Eh! Señores… ya hizo fuego el cañoncito…, puntería b aja… poca pólvora… proyectil diminuto… ya no hay peligro… examínenlo.
Lo que había sabido es que el artificio del regalo aspiraba a una modesta plaza de inspector en el resguardo de la aduana del Callao, y que don Ramón acababa de acordarle
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