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cajvaDocumentos de Investigación6 de Septiembre de 2015

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Franz Oppenheimer

 El Estado

Su historia y evolución desde un punto de vista sociológico


        Título original: Der Staat

Franz Oppenheimer, 1908

Traducción: Juan Manuel Baquero Vázquez

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

 

 


 PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN EN ESPAÑOL

Resulta chocante que alguien que escribió en el momento en que lo hizo Franz Oppenheimer y que, además, defendía una tesis «sin romanticismos» sobre el origen y la esencia del Estado (rapiña y opresión) confiara, sin embargo, en que la evolución histórica conduciría casi inexorablemente a su desaparición y a su sustitución por lo que él denomina «la libre ciudadanía»; una etapa histórica donde la humanidad conocería la auténtica libertad. Para entender este optimismo del autor alemán, conviene explicar sus tesis más relevantes.

Oppenheimer está convencido de que las teorías convencionales sobre el Estado, diversas y a menudo en conflicto, son claramente insuficientes para indagar sobre lo que una teoría sociológica del Estado debe explicar: su esencia misma. Quizás por ello, ninguna teoría ha conseguido la aceptación general: ni el origen, ni la evolución, ni el propósito del Estado que pretenden desentrañar, han conseguido un acuerdo unánime. Solamente un estudio sociológico o psico-sociológico del Estado —línea de investigación iniciada por Saint-Simon y Comte— podría, por fin, demostrar cuál era el verdadero significado de ese singular producto histórico.

Pues bien, el estudio científico de la Historia Universal, que hasta ahora ha sido —en términos hegelianos— la historia de los Estados, muestra claramente que en todas partes el Estado ha surgido de la conquista y que su objetivo no ha sido otro que la explotación económica de los dominados. No solo eso: todos los Estados, sean del tipo que sean, son y han sido siempre Estados de clases en los que la clase dominante gobierna en su propio beneficio sobre todas las demás. Las pruebas históricas, sobre todo el abundante material etnográfico del que dispone y al que hace múltiples referencias el profesor alemán, no dejan lugar a dudas sobre la veracidad de una tesis de filiación aparentemente marxista.

Nuestro autor cree que las teorías sobre el origen del Estado que no reconocen este hecho fundamental están completamente equivocadas. En su mayoría, se trata de doctrinas que hacen surgir el Estado de una primitiva acumulación de capital, como si el Estado fuera el resultado natural de la evolución económica desde una especie de comunismo primitivo hasta la aparición y consolidación de la propiedad privada. En este proceso, el origen del Estado reside en un contrato pacífico y voluntario, con independencia de que se parta de la premisa de que los hombres son sociables por naturaleza o todo lo contrario, porque en ambos casos se asume que los individuos son libres e iguales y que, gradualmente y como efecto del ejercicio de ciertas virtudes económicas, irán apareciendo las clases sociales sin que intervenga ningún poder extraeconómico. Este es el axioma de la sociología «burguesa» que puede remontarse hasta la filosofía griega y que ha sido repetido una y otra vez en la historia del pensamiento. Tesis —insiste Oppenheimer— muy influyente, pero por completo errónea, como señalan las pruebas históricas y las deducciones de la ciencia económica y de la sociología. Sin embargo, a pesar de todas estas pruebas, en la teoría de la acumulación originaria no existe rastro alguno de ese poder opresor basado en el hurto y en la explotación que está en la raíz misma del Estado, aunque ya Gumplowicz, y algunos otros antes que él, demostraron que en su origen está siempre la conquista.

La razón que explica el origen violento del Estado no es otra que el deseo de satisfacer necesidades económicas, aunque ese deseo es algo más que la persecución de bienes materiales o el ánimo de enriquecerse. Como es sabido, una de las tesis más célebres de la obra de Oppenheimer es que la satisfacción de las necesidades puede llevarse a cabo a través de dos tipos de medios: políticos y económicos, siendo el Estado la forma para la organización de los medios políticos. Estos son violentos y se basan en la apropiación del trabajo de otros individuos, mientras que el trabajo personal de cada uno y el libre intercambio constituyen los medios económicos, que son pacíficos por naturaleza.

En ambos casos se trata de obtener bienes y satisfacer necesidades (tanto fisiológicas como sociales) de la manera más segura y cómoda; es decir, empleando el medio menor para obtener el mayor resultado, y ambos se emplean uno junto al otro, desde el origen de la civilización. Precisamente, uno de los medios no económicos más eficaces para la satisfacción de las necesidades es el propio Estado. De hecho, el capitalismo y la sociedad de clases son también una creación del medio político, del poder de conquista. Así queda refutada la tesis contraria: que las clases sociales se han formado sin intervención del medio político; es decir, la tesis de la acumulación del capital defendida por autores liberales como J. Turgot y A. Smith, entre otros.

Además, esto es así siempre y en todas partes porque la humanidad comparte sin excepción una misma psicología. Todos los hombres, con independencia de su raza, obedecen a las mismas influencias del ambiente y presentan similares características en un análogo nivel de desarrollo. Los seres humanos tienen los mismos instintos y necesidades. Por eso, se observan iguales fenómenos en escenarios totalmente diferentes, hasta en aquellos «pueblos ignorados por la historia». El profesor de Frankfurt rechaza tajantemente las doctrinas racistas porque, por encima de las naciones y las razas, está la idea de Humanidad. Su planteamiento es general y no contempla excepciones.

Los primeros pueblos, los cazadores primitivos, no tenían Estado porque no se habían desarrollado todavía suficientemente los medios económicos, porque —podría decirse— no había aún nada que robar. Ningún Estado puede llegar a serlo hasta que haya desarrollado un número determinado de objetos para la satisfacción de las necesidades humanas. De ahí que los cazadores primitivos vivieran prácticamente en la anarquía. Serán los pastores nómadas, agresivos y violentos, los que más adelante se acaben imponiendo sobre los campesinos, surgiendo así el Estado. A su vez, del conflicto entre unos y otros surgirá la civilización.

Los campesinos vivían en asociaciones débilmente organizadas sin un poder único y común y vivían apegados a la tierra. No eran belicosos, porque la guerra no mejoraba en nada su condición. Precisamente por tener un carácter más pacífico eran presa fácil de los pastores nómadas que, además, aprendieron pronto la utilidad de conservar la vida de los enemigos para convertirlos en esclavos. En ese momento, con la introducción de la esclavitud, se ha completado el Estado en sus caracteres esenciales, aunque aún le falta circunscribir su poder organizado a un territorio delimitado. Y esto ocurre tanto en los Estados marítimos (fundados por los nómadas marinos), como en los Estados terrestres.

Del Estado terrestre surgirán el Estado feudal y el Estado absoluto que, a pesar de los cambios, continúan siendo en esencia lo mismo: un conjunto de medios políticos para la satisfacción de las necesidades, aunque ya se puede decir que el Estado primitivo se ha desarrollado plenamente y que lo que hará a partir de ahora es crecer. Este crecimiento es tanto objetivo como subjetivo; es decir, el Estado se desarrolla como una forma política y jurídica de contenido económico, a la vez que se va elaborando una especie de comunidad o integración psíquica que se manifiesta en la conciencia de pertenencia, desapareciendo con el tiempo el recuerdo de su origen auténtico.

Del Estado feudal desarrollado y del Estado absoluto, llegaremos al Estado constitucional actual en el cual el Estado debería representar los intereses de todos, aunque —como ocurre en los otros estadios de la evolución estatal— la Administración, la ley, la justicia y la política internacional siguen siendo productos de clase. En realidad, el Estado es y ha sido siempre un Estado de clases, originadas en las desigualdades de fortuna que forjan características idénticas en todas las clases dominantes. De hecho, según el tipo de dominio, hay un tipo de Derecho, pues los Estados se mantienen de conformidad con los mismos principios que los originan. Por eso, la vida del Estado constitucional moderno está también determinada por el capital productivo. Sin embargo, la novedad del sistema moderno son los funcionarios. Ellos tienen el deber de preservar los intereses públicos, no los de una clase determinada, de modo que los medios económicos avanzan en su lucha contra los medios políticos. No obstante, adelantándose a las tesis de la Public Choice, Oppenheimer escribe que los funcionarios realizan también políticas de clase prescritas para ellos, pues no dejan de ser hombres «reales» con su propia conciencia de clase.

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