Storytelling: El cacao que aprendió a nadar
MARIA FERNANDA VINCES PINApuntes19 de Noviembre de 2025
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MELANY PIERINA BRAVO CEVALLOS Y MARIA FERNANDA VINCES PIN
Storytelling: El cacao que aprendió a nadar
En una pequeña finca, un grupo de estudiantes de Ingeniería Ambiental decidió emprender una aventura verde: crear el mejor suelo para cultivar cacao. Con la ayuda de un biólogo curioso, un ingeniero ambiental con botas embarradas y toneladas de entusiasmo, nació un experimento que tenía como ingredientes mágicos tierra de embanque, bovinaza y lechuguín.
El plan era simple (o eso creían): mezclar distintos porcentajes de humus y tierra para descubrir cuál haría crecer al cacao más fuerte y feliz. Los tratamientos se bautizaron como T1, T2, T3, T4 y T5 —como si fueran superhéroes del suelo— y cada uno tenía su propia personalidad.
T1, el clásico de tierra pura, se mostraba orgulloso de ser natural y suelto.
T3, la mezcla equilibrada, parecía el estudiante modelo: ni mucho ni poco, todo en armonía.
T5, el todo poderoso humus 100 %, rebosaba de nutrientes y confianza… aunque, como pronto descubrirían, ¡demasiado entusiasmo puede ser peligroso!
Al principio, T1 fue el rey de la germinación (100 %), seguido de T3 con 90 %, mientras que T5, el presumido, apenas llegó al 60 % porque su exceso de nutrientes causó un “ataque de sales” que estresó a las semillas. Las pobres plántulas de cacao parecían decir: “¡Demasiado abono, por favor!”
A los 60 días, la historia seguía igual: T1 y T3 lideraban el crecimiento, demostrando que el equilibrio entre aire, humedad y nutrientes es la clave del éxito. En cambio, T5 aprendió la lección: “no siempre más es mejor”.
Pero cuando todo parecía ir viento en popa… llegaron las lluvias Las inundaciones arrasaron la finca, afectando un 35 % de las plantas. Fue un momento triste: las raíces flotaban, los árboles se inclinaban y las estudiantes, con botas llenas de barro, anotaban los daños con el corazón apretado.
Aun así, no todo se perdió. La investigación dejó una gran enseñanza: la bovinaza y el lechuguín sí mejoran la fertilidad del suelo, pero el secreto está en la combinación justa, no en el exceso.
Así, entre experimentos, charcos y risas, las jóvenes investigadoras demostraron que la ciencia también se cultiva con las manos sucias y el alma limpia. Y aunque el cacao aprendió a nadar, también les enseñó a ellas que la resiliencia es el mejor fertilizante para seguir creciendo.
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