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100 Cuentos Cortos


Enviado por   •  27 de Febrero de 2014  •  12.742 Palabras (51 Páginas)  •  688 Visitas

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Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esta obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “¡Oh, Rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso a tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”.

Luego le desató las ligaduras y lo abandonó a la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere. Jorge Luis Borges, en el Aleph.

Una historia de origen árabe nos presenta a una encantadora bailarina que sabía bailar la más voluptuosa de las danzas, la de los cuatro encantos, a la que ningún hombre se resiste. La cabeza hacia atrás, la boca entreabierta, los brazos extendidos, el cuerpo sabiamente desnudo, había sentido, ante la mirada de príncipes, todos los escalofríos del amor.

Al final de la danza, empapada en sudor y respirando de forma entrecortada, se fue de la sala y se desplomó en el jardín, cerca de un estanque donde flotaban rosas, y apoyó su frente caliente contra el mármol.

Un joven que la había seguido, poseído por el deseo de su cuerpo, se acercó a ella en medio de la noche, le hizo un comentario acerca de su perfecta danza y le preguntó en voz baja si le gustaba la voluptuosidad.

—No sé —le contestó ella— lo que significa esta palabra.

Tomado de: El círculo de los mentirosos —Cuentos filosóficos del mundo entero— de Jean Claude Carrière

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.

Fue fusilada.

Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.

Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Augusto Monterroso

En una historia contemporánea pero cuya estructura es también antigua —historia que se cuenta en todos los centros psiquiátricos—, un hombre es internado porque se cree un grano de maíz.

Un día lo dan por curado y sale.

Un momento más tarde, el psiquiatra lo ve volver a toda prisa, aparentemente aterrado.

—¿Qué le ocurre? —pregunta el doctor.

—Es terrible —contesta el hombre—. Al salir me he encontrado con una gallina.

—¿Y? —le dice el doctor—. ¡Ya sabe que no tiene nada que temer! ¡Que usted no es un grano de maíz!

—Sí, doctor, yo lo sé. Pero ¿la gallina también lo sabe?

Tomado de: El círculo de los mentirosos —Cuentos filosóficos del mundo entero— de Jean Claude Carrière

Hace millones de años, en plena selva jurásica, un dinosaurio cachondo se acercó a su pareja y le susurró al oído que estaba muriéndose de amor y de deseo.

—Ahora no se puede —dijo ella—, lo siento mucho, pero es que estoy en mi milenio.

Otto-Raúl González

Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.

Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.

La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.

Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.

Augusto Monterroso

El poeta persa que llamamos Rumi cuenta, en el Masnavi, la historia de un hombre de horrible fealdad que atravesó a pie el desierto.

Vio algo que brillaba en la arena. Era un trozo de espejo. El hombre se agachó, cogió el espejo y lo miró. Nunca antes había visto un espejo.

—¡Qué horror! —exclamó—. ¡No me extraña que lo hayan tirado!

Tiró el espejo y prosiguió su camino.

Tomado de: El círculo de los mentirosos —Cuentos filosóficos del mundo entero— de Jean Claude Carrière

Una breve historia zen nos presenta a un hombre que deseaba ardientemente hacerse rico. Sólo pensaba en el dinero, sólo rezaba por conseguir dinero. Un día

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