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Cuentos Cortos

tikitikibety7 de Octubre de 2013

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El sabio rey Salomón

Salomón era hijo del rey David. Salomón siendo muy joven, fue elegido por Dios para gobernar a su pueblo. Salomón no tenía muy claro cómo podría gobernar al pueblo de Dios siendo tan joven. Un día mientras dormía, oyó una voz que le decía:

—Salomón, Soy el señor tu Dios y he decidido permitirte que me pidas un deseo.

—Señor, soy muy joven y lo que más deseo ahora es que me des sabiduría para poder tomar buenas decisiones y poder guiar a tu pueblo.

—Como no has pedido riquezas ni propiedades sino sabiduría, he decidido entregarte mucha sabiduría pero no solo eso sino que además tendrás muchas riquezas y serás un gran hombre. Todos te respetarán y oirán de ti y tu sabiduría.

—Gracias señor, te prometo que no defraudaré.

Entonces Salomón ahora tenía más confianza en sí mismo. Unos días después, al palacio del rey salomón vinieron dos mujeres a visitarle. Ellas se estaban peleando por la posesión de un bebé. Cada una decía que el bebé era suyo pero eso era imposible pues solo una de ellas tenía que ser la madre verdadera.

La primera de ellas le decía al rey Salomón que en la mañana despertó con un bebé que era el suyo y que estaba muerto.

La segunda mujer decía que eso era mentira y que la primera lo estaba inventando para quedarse con su hijo.

Entonces el rey Salomón lo pensó por un momento y llamó a uno de sus guardias. Le dijo al guardia:

—Saca tu cuchillo y corta a este bebé en dos. Dale la mitad del bebé a cada una de las mujeres.

Entonces la primera de ellas dijo:

—¡No! Sabio rey Salomón, no lo haga por favor. ¡Prefiero que se lo den a ella pero no le quiten la vida a mi hijo!

Entonces el rey Salomón supo que verdaderamente la primera mujer era la madre del pequeño. Entonces así el rey Salomón pudo resolver el problema de las dos mujeres y el bebé con su sabiduría.

Goliat y el pequeño David

Hace mucho tiempo, cuenta la biblia que durante el reinado del rey Saúl, había un joven llamado David que era muy valiente. Aunque era muy pequeño a comparación de los soldados, él ayudaba en el campamento en la guerra que el pueblo de Israel tenía contra los Filisteos. Un día un gigante muy pero muy enorme llamado Goliat, salió al frente de batalla y dijo a los israelitas:

—A ver israelitas. ¿Hay alguno de ustedes que quiera enfrentarme? ¡Ja ja ja! ¡Ninguno de ustedes me puede vencer!

Entonces los israelitas tenían temor porque Goliat era muy grande y fuerte. Pero David le dijo al rey Saúl:

—Déjame pelear. Yo puedo vencerlo.

—Pero David, tú eres muy pequeño. ¿Cómo podrías ganarle tú a Goliat?

—Yo puedo vencerlo. Sé que Dios no dejará que Goliat me venza y yo tendré la victoria.

Entonces el rey Saúl que no le creía a David totalmente, por fin decidió dejar que David pelee con Goliat solo para ver qué podría hacer. David apenas tuvo el permiso del rey, se fue al río y consiguió unas piedras muy lisas. Luego se fue al campo de batalla.

— ¡Ja ja ja! ¿Este enano va a pelear contra mí? ¡Ja ja ja! En menos de 10 segundos lo venceré y lamentarán haber sacrificado la vida de este joven al ponerlo frente a mí.

—Yo te demostraré que puedo vencerte a pesar de mí tamaño. Dios está de mi lado y yo confío en él.

Goliat se reía, mientras que David puso en su honda una de las piedras que había recogido en el río para utilizarla como proyectil. David, seguro de sí mismo, empezó a darle vueltas a su honda agitándola circularmente. Goliat se seguía riendo pero en un momento sorpresivo David le lanzó la piedra directamente a la frente.

¡Goliat no pudo hacer nada!

Entonces en ese momento cuando los filisteos vieron la derrota de Goliat, todos se fueron corriendo y los israelitas ganaron la guerra.

La mamá de Pablito

En cierta ocasión, un niño de 10 años llamado Pablo regresando del colegio encontró a su madre alistando su ropa mientras la colocaba en una maleta. Sorprendido el le pregunta suavemente:

—Mamita, ¿nos vamos de viaje?

—Doña Rosa, sonriendo ligeramente y haciendo gala de gran valentía para no llorar, se inclina hacia él y tomándolo entre sus brazos responde— No hijo, viajo sola. Tu abuela me envió un pasaje para irme a trabajar muy lejos, pero te prometo que no te faltará nada y que te llamaré seguido. Tú te quedarás un tiempo con tu tía Inés y verás que te llamaré todas las veces que pueda y podremos vernos por internet.

Pablo profundamente triste sin decir nada se sentó en las faldas de su Madre, controlando las ganas de llorar y con un gran nudo en la garganta, mirándola fijamente a los ojos le dijo:

—Madre, no quiero que te vayas, pero si es necesario hazlo. Pablo no tenía Padre y entendió desde pequeño la dureza de la vida, vivía solo con su mamá y maduró antes que otros niños. Pablo pensaba que si su mamá se iba, él vería el modo de buscarla. Así se tranquilizaba a sí mismo. Llegó la hora de partir y se despidieron. Cuando su mamá se fue, Pablito empezó a llorar mucho porque pensó que debió haberle dicho en ese momento a su mamá cuánto la quería.

Así pasaron los meses y años. Nunca dejaron de comunicarse hasta que un día… un día Rosa enfermó gravemente por tanto trabajar y por la tristeza de no ver a su pequeño Pablo. Pablo ya tenía 15 años y no se sabe cómo pero él llegó hasta donde su Mamá estaba, en un hospital. Pablo trabajó muy duro sin que su mamá lo supiera. Cada vez que salía del colegio se iba a lustrar zapatos y a vender caramelos. Comía solo una vez al día y todo por llegar al lado de su mamá. Y así lo logró. Pudo despedirse a tiempo y en su afán por intentar salvarla, le dijo todo lo que había en su corazón por ella.

El día del entierro, recordó cuando su mamá lo cargaba de niño.

El regalo de Pepito

Hubo una vez un niño de 5 años llamado Pepito , al que le encantaban los juguetes como a todos los niños. Se acercaba la navidad y Pepito estaba impaciente porque todavía no veía que sus papás le compraran un regalo para Navidad. Sus papás siempre compraban los regalos antes de Navidad y los guardaban muy bien para que Pepito no los viera. Pero lo que no sabían ellos era que Pepito siempre sabía dónde guardaban los regalos. Este año Pepito se había propuesto abrir los regalos antes de Navidad porque estaba desesperado por saber qué le regalarían esta vez.

Un día, cuando faltaban dos días para Navidad, muy tarde llegó el papá trayendo un regalo enooorme. Era mucho más grande que cualquiera de los regalos de otras Navidad anteriores. A Pepito se le salía el corazón de la emoción!!! Entonces sus papás luego de esconder muy bien el regalo (si supieran que Pepito tenía todo bien planeado), se durmieron.

Pepito entonces se despertó muy despacio a eso de las 3 de la mañana. Muy despacio juntó tres sillas y las puso una encima de otra con el objetivo de alcanzar el regalo que estaba muy en lo alto del ropero de sus padres.

Entonces, Pepito trataba de alcanzar con sus manitos el regalo, pero no podía. Parece que necesitaba poner una cuarta silla para poder llegar pero eso sería un poco peligroso porque con 3 sillas estaba perdiendo un poco el equilibrio. Pepito empezó a estirarse y a estirarse para lograr coger el regalo por una esquina… hasta que lo logró!!!

Pepito muy contento tenía su regalo en la mano. Pepito abrazó su regalo fuerte y ahora lo que seguía era ir a su cuarto para ver su regalo. Pero al momento de bajar de las tres sillas, Pepito perdió el equilibrio y zas!!!

Pobre Pepito!!!

Al dia siguiente Pepito despertó en el hospital acompañado de sus padres y con su regalo al costado. El regalo era auto a control remoto que se transformaba en un robot y que podía volar por los aires!!!

Pero se había roto!!!

Entonces los papás de Pepito abrazaron fuerte a su hijo y le dijeron:

—Mi amor, no importa que el regalo esté roto. Lo que importa es que estás bien. Pero esperamos que hayas aprendido la lección y nunca más vuelvas a cometer una travesura como esta.

—No lo volveré a hacer nunca más. Se los prometo —dijo Pepito con lágrimas en los ojos y abrazando a sus padres.

Pepito aprendió la lección y ahora tiene mucha paciencia y espera a abrir los regalos el mismo día de Navidad. También es paciente para muchas otras ocasiones de la vida como por ejemplo cuando tiene hambre y su mamá aún no termina de cocinar.

El reloj encantado

Adrián era un niño muy inquieto de ojos muy vivaces. Una noche que no lograba dormir, se detuvo a mirar cómo giraban las agujas del reloj. Rápidamente se le ocurrió que podía jugar con ellas y se levantó de un solo salto hacia el reloj. Empezó a bostezar pero luego abrió los ojos y continuó observándolo todo mientras pensaba:

—¡Ah!, si yo pudiera detener el tiempo, o tal vez retrocederlo podría ser muy pequeñito otra vez. O a lo mejor podría adelantarlo y ser más grande y hacer todo lo que quiera como mis hermanos mayores. Sí, ¡eso es! Adrián adelantó las agujas del reloj dando muchas vueltas hasta cansarse y de los 10 años que tenía se convirtió en un joven de 18 años, muy apuesto y con chicas alrededor listos todos para ir a celebrar un mega concierto.

Pero esa noche Adrián y sus amigos quisieron manejar la moto de un amigo. Adrián no tenía licencia y ninguna experiencia manejándola. Lo único que había hecho es ver a sus hermanos mayores cómo lo hacían. Y así se montó en la moto y empezó

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