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Edgar Allan Poe


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2014  •  727 Palabras (3 Páginas)  •  165 Visitas

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La boca, grande y flexible, y sus dientes ferozmente desiguales, aunque sanos como yo jamás había visto en cabeza humana. Sin embargo, la expresión de su sonrisa no era de ningún modo desagradable, como podría suponerse, aunque carecía de toda variación. Era una sonrisa de profunda melancolía, de permanente y molesta tristeza. Tenía unos ojos anormalmente grandes y redondos como los de un gato. También las pupilas, al menor aumento o disminución de la luz, experimentaban la misma contracción o dilatación que se observa en la familia de los felinos. En momentos de excitación, las órbitas le brillaban de un modo casi inconcebible; parecía que emitieran rayos luminosos, pero no como un reflejo, sino como sucede con una vela o con el sol. Con todo, en su estado ordinario eran tan totalmente opacas, sutiles y tontas como para transmitir la idea de un cadáver por largo tiempo enterrado.

Esos rasgos de su persona parecían causarle un gran fastidio y continuamente se refería a ellos por medio de semijustificativas excusas, que al escucharlas por vez primera me causaron muy dolorosa impresión. Sin embargo, pronto me acostumbre y mi inquietud desapareció. Más bien parecía tener el propósito de insinuar que de afirmar directamente el hecho de que físicamente no siempre había sido lo que era, y que una larga serie de ataques neurálgicos le habían reducido, de un estado de belleza poco frecuente, al que yo ahora veía. Durante muchos años había sido atendido por un médico llamado Templeton, un señor viejo de unos setenta años de edad, a quien había conocido en Saratoga y de cuyo cuidado mientras tanto recibía, o imaginaba que recibía, gran beneficio.

Permítase, en esta ocasión, la licencia de traducir un nombre propio para acercar al lector en lengua castellana a la atmósfera que quiso recrear el autor y que, entendemos, con su traducción queda más patente. El doctor Templeton había viajado mucho en su juventud, y en París se convirtió con entusiasmo en un seguidor de la doctrina de Mesmer. Sólo por medio de remedios magnéticos, había logrado aliviar los agudos dolores de su paciente, y este éxito inspiró en este último cierto grado de confianza en las opiniones que daban origen a aquellos remedios. Sin embargo, el doctor había luchado, como todos los entusiastas, para lograr una concienzuda conversión de su pupilo, y finalmente consiguió su propósito de que se sometiera a numerosos experimentos. Por una repetición frecuente de aquéllos había surgido un resultado, que desde aquellos días ha llegado a ser tan frecuente como para atraer muy poca o ninguna atención, pero que en la época sobre la cual escribo apenas se conocía en Norteamérica. Quiero decir que entre el doctor Templeton y Bedloe, poco a poco, había crecido una evidente y fuertemente acentuada conformidad o relación magnética. Sin embargo, no estoy preparado para sostener que esta afinidad se extendiese

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