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El Vuelo De Juancho


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2013  •  762 Palabras (4 Páginas)  •  318 Visitas

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El vuelo de Juancho

Esta es una historia que me contó mi abuela y, a su vez, la abuela de mi abuela se la contó a ella; por eso, esta historia es de la época de las tatarabuelas. De hecho, dicen que mi tataratatarabuela conoció a mi tataratatarabuelo cuando aún eran niños, a través de unos mensajes entregados por Don Juancho.

En ese entonces no existían ni teléfonos ni computadoras; tampoco era fácil trasladarse de un lugar a otro. Fue más o menos por aquella época que vivía un pequeño y veloz palomo al que todos conocían como Juancho.

Era un palomo muy particular, porque vestía siempre con colores llamativos, los siete colores del arco iris. Sus ojos eran tan claros como el agua cristalina; su música hacía que las parejas se enamoren, ya que su canto era muy dulce y contagioso, al grado de hacer bailar a los niños.

Muy de mañanita, desde que empezaba el día, Juancho salía a echar un vistazo, por si encontraba un buen desayuno. Le encantaban las lombrices con salsa de tierra mojada; sin embargo, no siempre tenía la suerte de encontrar esta salsa: a veces los jardines estaban secos por la falta de lluvia y por el fuerte calor del verano.

Cuando tenía la barriguita llena y el corazón contento, se aventuraba a volar, retando al viento, más y más alto; hacía piruetas en el aire, un volantín, una parada de alas, una caída libre, una vuelta de trompo y muchas otras peripecias más hasta el cansancio.

En ocasiones paseaba por el mar y se imaginaba chapoteando en él.

En otras, se imaginaba surcando las altas cordilleras… pero, en realidad, pasaba por debajo de los más altos puentes.

Realmente tenía la velocidad de un rayo; algunas veces, sin embargo, prefería detenerse para contemplar los arbustos y las flores.

Mas… ¿sabes por qué se hizo famoso?

¿Por su vuelo?… No.

¿Por sus colores?… Tampoco.

¿Por su desayuno preferido?… ¡Menos!

¿Por su trabajo?… ¡Sí! ¡Era un palomo cartero!

Siempre lo podías ver con su mochila llena de recados y su gorra para protegerse del sol, o con un paraguas para protegerse de la lluvia.

Él se encargaba de entregar los mensajes de los niños que recién aprendían a escribir y no podían caminar hasta la estación del correo porque se encontraba muy lejos de sus casas; sus padres no le daban tanta importancia a esas primeras palabras grandes y escritas desde el corazón. Juancho, en cambio, llevaba caramelos, chocolates, dulces, fotos, y, por supuesto, los mensajes importantes. En varias ocasiones terminaba empachado porque los niños le invitaban los dulces que ellos

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