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El bebé conejo y el zorro

danifigueroa48Ensayo2 de Julio de 2014

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El bebé conejo y el zorro

Martín era un conejo bebé que recién había aprendido a caminar. Un día salió a pasear por el bosque aprovechando que sus papás habían salido a buscar zanahorias para el almuerzo. Caminaba y caminaba mirando los árboles y jugando con las mariposas, mientras veía cómo en sus alas se reflejaba la luz de sol. Cuando de pronto vio a lo lejos algo marrón que le se acercaba rápidamente. El conejito se quedó mirando pero no sabía qué era. De pronto, se dio cuenta y pensó: “¡¡¡Es un zorro!!! ¡¡¿Y de seguro me quiere comer!!!”. Entonces, se tranquilizó y se le ocurrió una idea genial. Cogió un hueso que estaba cerca de él, disimuló e hizo como si no hubiera visto nunca al zorro. Cuando el zorro estaba a punto de lanzarse encima del conejo, lo encontró sentadito con un hueso en la boca. El zorro se sorprendió de verlo tan tranquilo ante su presencia, así que le preguntó: “¿No estás asustado?” Y El conejo respondió:” Pues no.”

Zorro: “Mmm… ¿y qué es ese hueso que tienes en la boca?” Conejo: “Bueno, es que tenía hambre y me tuve que comer a un zorro que pasaba por aquí.” Zorro: “Esteeee… ehhh… ah ya, seguramente ya no tienes hambre ¿verdad?” El conejo: “Pues la verdad es que como no he tomado desayuno y como mi mamá aún no me ha dado mi almuerzo, todavía tengo hambre” El zorro: “¡Ay por favor no me comas!, ¡¡¡yo tengo muchos hijos que mantener y también tengo esposa y te prometo que te voy a conseguir muchas zanahorias todos los días!!!” Al poco rato llegaron los papás del Martín a la casa y lo encontraron en su habitación con muchas zanahorias y contento.

Historia de las estrellas

Aquella mañana un forastero venido de muy lejos caminaba por una playa hermosa y vacía del golfo de California. El sol brillaba con intensidad y le impedía ver claramente qué le esperaba más adelante. Por momentos se detenía a descansar, miraba las conchas y estrellas marinas que la marea había dejado en la playa. Al verlas pensaba: “Soy como ellas, aventadas así nada más en la arena. Mi corazón está triste. ¿Qué haré para remediarlo?”. Pero la única respuesta que obtenía era el ruido constante de las olas.

Al llegar a un punto donde comenzaba a formarse una bahía, vio a lo lejos una figura humana que se inclinaba y recuperaba la posición erguida. Una y otra vez recogía algo de la arena y con el impulso de su brazo lo lanzaba al mar. “De seguro son botellas, o basura” se dijo el viajero mientras se iba acercando.

Pasos más adelante notó que se trataba de un joven indígena, de complexión atlética, vestido sólo con pantalones de manta. Se aproximó todavía más y de repente estuvo a unos metros del muchacho. Éste detuvo su incansable tarea por un instante, lo miró atento a los ojos y le sonrió mostrando sus blanquísimos dientes. —Hola güero —lo saludó.

—Hola. Vengo desde allá —el viajero señaló el comienzo de la bahía— y me llamó la atención ver que estés echando tanta basura al mar.

—No es basura, mi buen. Son estrellas —explicó el indígena y le mostró una estrella de mar que llevaba en la mano.

— ¿Y para qué lo haces? —preguntó el forastero.

—Cuando la marea baja, el mar deja hartas destas en la arena. Si se quedan fuera del agua se mueren. Yo las echo de vuelta para que sigan viviendo.

El viajero lo miró con aire burlón y le comentó:

—¿Pero apoco crees que vale la pena? En esta playa hay cientos de estrellas. ¡Y en las playas del mundo hay millones más! Aparte de todo, cuando vuelva a bajar la marea, las echará otra vez para acá. ¿Te das cuenta que si regresas una al agua la historia de las estrellas no cambia para siempre?

El joven indígena pensó un instante, entornó con gracia

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