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La Metamorfosis


Enviado por   •  6 de Octubre de 2014  •  2.069 Palabras (9 Páginas)  •  224 Visitas

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II

- Bueno - se dijo con un suspiro de alivio -; pues no ha sido preciso que venga el cerrajero, y dio con la cabeza en el pestillo para acabar de abrir.

Este modo de abrir la puerta fue causa de que, aunque franca ya la entrada, todavía no se le viese. Hubo primero que girar lentamente contra una de las hojas de la puerta, con gran cuidado para no caerse bruscamente de espaldas en el umbral. Y aún estaba ocupado en llevar a cabo tan difícil movimiento, sin tiempo para pensar en otra cosa, cuando sintió un ¡oh! del principal, que sonó como suena el mugido del viento, y vio a este señor, el más inmediato a la puerta, taparse la boca con la mano y retroceder lentamente, como impulsado mecánicamente por una fuerza invisible.

La madre - que, a pesar de la presencia del principal, estaba allí despeinada, con el pelo enredado en lo alto del cráneo - miró primero a Gregorio, juntando las manos, avanzó luego dos pasos hacia él, y se desplomó por fin, en medio de sus faldas esparcidas en torno suyo, con el rostro oculto en las profundidades del pecho. El padre amenazó con el puño, con expresión hostil, cual si quisiera empujar a Gregorio hacia el interior de la habitación; volvióse luego, saliendo con paso inseguro al recibimiento, y, cubriéndose los ojos con las manos, rompió a llorar de tal modo, que el llanto sacudía su robusto pecho.

Gregorio, pues, no llegó a penetrar en la habitación; desde el interior de la suya permaneció apoyado en la hoja cerrada de la puerta, de modo que solo presentaba la mitad superior del cuerpo, con la cabeza inclinada de medio lado, espiando a los circunstantes. En esto, había ido clareando, y en la acera opuesta se recortaba nítido un trozo del edificio negruzco de enfrente. Era un hospital, cuya monótona fachada rompían simétricas ventanas. La lluvia no había cesado, pero caía ya en goterones aislados, que se veían llegar distintamente al suelo. Sobre la mesa estaban los utensilios del servicio de desayuno, pues, para el padre, era ésta la comida principal del día, que gustaba de prolongarse con la lectura de varios periódicos. En el lienzo de pared que daba justo frente a Gregorio, colgaba un retrato de éste, hecho durante su servicio militar, y que le representaba con uniforme de teniente, la mano puesta en la espalda, sonriendo despreocupadamente, con un aire que parecía exigir respeto para su indumento y su actitud. Esa habitación daba al recibimiento; por la puerta abierta veíase la del piso, también abierta, el rellano de la escalera y el arranque de esta última, que conducía a los pisos inferiores.

- Bueno - dijo Gregorio muy convencido de ser el único que había conservado su serenidad -. Bueno, me visto al momento; recojo el muestrario y salgo de viaje. ¿Me permitiréis que salga de viaje, verdad ? Ea, señor principal, ya ve usted que no soy testarudo y que trabajo con gusto. El viajar es cansado; pero yo no sabría vivir sin viajar. ¿A dónde va usted, señor principal? ¿Al almacén ? ¿Sí? ¿Lo contará todo tal como ha sucedido? Puede uno tener un momento de incapacidad para el trabajo; pero entonces es precisamente cuando deben acordarse los jefes de lo útil que uno ha sido y pensar que, una vez pasado el impedimento, volverá a ser tanto más activo y trabajará con mayor celo. Yo, como usted sabe muy bien, le estoy muy obligado al jefe. Por otra parte, también tengo que atender a mis padres y a mi hermana, Cierto Que hoy me encuentro en un grave aprieto. Pero trabajando sabré salir de él. Usted no me haga la cosa más difícil de lo que ya es. Póngase de mi parte. Ya sé yo que al viajante no se le quiere. Todos creen que gana el dinero a espuertas, y además que se da la gran vida. Cierto es que no hay ninguna razón especial para que este prejuicio desaparezca. Pero usted, señor principal, usted está más enterado de lo que son las cosas que el resto del personal, incluso, y dicho sea en confianza, que el propio jefe, el cual, en su cualidad de amo, se equivoca con frecuencia respecto de un empleado. Usted sabe muy bien que el viajante, como está fuera del almacén la mayor parte del año, es fácil pasto de habladurías y víctima propicia de coincidencias y quejas infundadas, contra las cuales no le es cómodo defenderse, ya que la mayoría de las veces no llegan a su conocimiento, y que únicamente al regresar reventado de un viaje es cuando empieza a notar directamente las funestas consecuencias de una causa invisible. Señor principal, no se vaya sin decirme algo que me pruebe que me da usted la razón, por lo menos en parte.

Pero, desde las primeras palabras de Gregorio, el principal había dado media vuelta, y contemplaba a aquél por encima del hombro, convulsivamente agitado con una mueca de asco en los labios. Mientras Gregorio hablaba, no permaneció un momento tranquilo. Retiróse hacia la puerta sin quitarle ojo de encima, pero muy lentamente, como si una fuerza misteriosa le impidiese abandonar aquella habitación. Llegó, por fin, al recibimiento, y, ante la prontitud con que alzó por última vez el pie del suelo, dijérase que había pisado lumbre. Alargó el brazo derecho en dirección de la escalera, como si esperase encontrar allí milagrosamente la libertad.

Gregorio comprendió que no debía de ningún modo dejar marchar al principal en ese estado de ánimo, pues si no su puesto en el almacén estaba seriamente amenazado. No lo comprendían los padres tan bien como él, porque, en el transcurso de los años, habían llegado a hacerse la ilusión de que la posición de Gregorio en aquella casa solo con su vida podía acabar; además, con la inquietud del momento, y sus consiguientes quehaceres, habíanse olvidado de toda prudencia. Pero no así Gregorio, que se percataba de que era indispensable retener al principal, apaciguarle, convencerle, conquistarle. De ello dependía el porvenir de Gregorio y de los suyos. ¡Si siquiera estuviese ahí la hermana! Era muy lista; había llorado cuando aún yacía Gregorio tranquilamente sobre la espalda. De seguro que el principal, galante

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