La leyenda de la Novia de Culiacán
Yaritza Valenzuela SánchezApuntes27 de Octubre de 2015
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La Novia de Culiacán
Un domingo como a las 5 de la tarde caminaba por el centro justo frente a la catedral de Culiacán, cuando en la otra acera vi a una mujer menudita con un rostro acariciado por el paso del tiempo, una mirada muy tierna y tan llena de esperanza que por momentos me parecía irreal, pero la cosa que me desconcertó y me llamo más la atención era que venía portando un vestido de novia, todavía muy blanco, pero un poco viejo y deshilachado. Como yo andaba sin prisas, me que quede observándola mientras se dirigía a la puerta de la catedral. Caminaba sigilosamente, cargando un retrato viejo y desgastado en su mano derecha, sus labios desiertos y agrietados se movían lentamente, en un principio sin expresar sonido alguno, pero luego empezó a producir una peculiar melodía que más bien parecía quejido.
De repente, surgió de la nada un fuerte remolino y comenzó a sacudir ferozmente a aquella extraña mujer, el vestido comenzó a deshacerse en mil pedazos y su piel, su piel se encogió poco a poco hasta esfumarse por completo.
Al presenciar aquello quedé totalmente estupefacta, no sabía exactamente qué era lo que había visto, mi cuerpo temblaba sin control, y mi corazón latía fuertemente, pero casi de inmediato caí desmayada en plena calle.
Al recobrar el sentido, le conté mi delirio a una anciana comerciante que me ayudó a levantarme, pero ella algo misteriosa me dijo que eso no había sido una alucinación sino una total realidad, y para aclarar mis dudas, me contó la siguiente historia.
Apenas tenía veinte años, hermosa, con toda una vida por delante. Se había enamorado perdidamente de Jesús y él también de ella. Ambos eran amigos de Ernesto, quien toda su vida la había amado.
Guadalupe Leyva Flores, se llamaba pero le decían “Lupita” de cariño. Aquel día, Jesús le pidió matrimonio. Ella encantada aceptó. Todo estaba perfecto, la felicidad no podía ser mayor. Ernesto no se enteró hasta que Jesús le pidió de favor que fuera su padrino de bodas. Éste, con la furia en la sangre ante tal suceso fue a la casa de Lupita a reclamar, porque él sentía un amor muy grande por ella, desde que eran niños. Lupita, tiernamente, explicándole las cosas amablemente le dijo que ella lo quería como un hermano, que amaba a Jesús y que por favor lo entendiera. Ernesto simuló entender pero salió lleno de rabia y de coraje del lugar.
Llegó el día de la boda, en la ciudad de Culiacán (era un domingo de 1948, a las cinco de la tarde exactamente). La catedral lucía espléndida, se había llenado de los mejores arreglos florales. Familiares y amigos de la pareja abarrotaban el atrio. Jesús llegó primero y esperaba con ansias a su hermosa novia. Su padrino Ernesto lo acompañaba en aquel momento.
De pronto, ¡llegó! la novia radiante entraba por la puerta principal, todo fue sonrisas y aplausos. Los ojos de Jesús se iluminaron, era tanta la felicidad que sentía que nada que pudiera pasar se la quitaría. La abrazó y le dio un beso en la frente.
Ernesto no podía soportar aquello, era como si se estuvieran burlando enfrente de él. Sacó una pistola de su bolsillo derecho y los aplausos se confundieron con dos disparos de revólver, el novio cayó instantáneamente, ensangrentado, desposándose con la muerte. Todos estaban espantados, Lupita enmudeció al momento, sus ojos se engrandecieron y salieron dos grandes lágrimas. No podía creer, no quería creer, de hecho nunca lo creyó, lloró sobre su cuerpo, mientras que Ernesto se daba un tiro también cayendo muerto al instante.
Pasaron los días, los meses, los años, Lupita jamás se quitó el vestido de novia, incluso se le veía hablar sola, ida, ilusionada, muchos decían que veía a su novio muerto. Durante más de treinta años se le vio pasear viva por las calles de la ciudad, con su vestido desgarrado de novia, e incluso después de muerta ha hecho su camino todos los domingos a las cinco de la tarde hacia la catedral en busca de esperanza.
Entrañable para aquellos que durante años la han mirado transitar por la Avenida Álvaro Obregón, Ángel Flores, Miguel Hidalgo, el Mercado Garmendia, el Hospital Civil, las tiendas de telas y mercerías.
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