Mamita Yunai
jeanka31 de Agosto de 2014
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La primera parte deMamita Yunai, de Carlos Luis Fallas, se titula Politiquería en el Tisingal de la leyenda y relata el viaje del autor-protagonista de Limón a Amubri (Talamanca). Es la narración de un viaje a los confines del territorio de Costa Rica, donde el Estado y la nación apenas existen, y a los lugares más sombríos de la democracia, en los cuales los comicios son una farsa racista, grotesca y degradante.
Es un viaje a un lugar en el cual los mitos de la Costa Rica liberal aparecen en forma invertida: allí ni hay Estado educador, ni nación homogénea, ni mucho menos una centenaria democracia ejemplar. El viajero es un costarricense del Valle Central. Según su propia definición, es una persona de raza blanca y -dato muy importante- que no habla inglés y menos aún ninguna lengua indígena de Talamanca.
Este viajero se improvisa en etnógrafo y nos ofrece una etnografía de sentido común en la cual nos describe un conjunto de diferentes grupos étnicos y nacionales en el marco de un mundo opresivo, decadente y deprimido dominado por una United Fruit Co., en proceso de abandono de esa región y de traslado al Pacífico sur de Costa Rica.
Diversidad. Esta parte de la novela es también una etnografía o una radiografía de la forma en la que operaba el fraude electoral en Costa Rica antes de 1948. Se muestra la manipulación de los indígenas por parte de las autoridades de policía por medio de guaro y comida, manipulación que el protagonista debe tolerar con el fin de negociar el monto de los votos irregulares.
En esta primera parte, los indígenas son presentados como una raza degradada por la compañía, no por la colonia ni por los españoles. Son gente muy triste que no tiene cantos, unos "pobres diablos", seres infrahumanos, "seres idiotas" percibidos como lo otro, como lo ajeno. Sus costumbres son repulsivas; por ejemplo, dice el protagonista, desayunan "un sancocho miserable y maloliente".
La degradación de los altivos talamancas -quienes desafiaron por siglos a los españoles- fue causada por "los conquistadores imperialistas yanquis, secundados por criollos serviles". En esta etnografía improvisada de los indígenas de Talamanca abundan, de parte del autor, las palabras de denuncia y compasión; pero el fundamento de su percepción es su profunda condición de alteridad.
Y otros… Un juego de percepciones similares se presenta en la relación con los nicaragüenses. Así, en el contexto de una descripción de una faena de trabajo en la cual hubo que hacer explotar candelas de dinamita, el autor nos describe la reacción de los obreros tras el estallido: "De todos los rincones se levantó un clamor alegre de gritos y dichos jocosos. Los ticos recordando las alegres fiestas de sus pueblos lejanos; los nicas, los combates sangrientos de su tierra mártir". En este caso es evidente la conocida y arraigada oposición entre la imagen de paz y concordia de Costa Rica y la de conflicto y discordia de Nicaragua.
Los negros forman parte de esta etnografía de sentido común. Para designarlos, el autor emplea los términos de ‘raza de color', ‘negros', ‘morenos' y ‘negritos'. Ellos también son ‘lo otro', pero de manera diferente de como son los indígenas porque los negros son alegres, pero también salvajes y lujuriosos. En determinado momento un personaje emite una expresión típicamente racista: "Parecen congos".
Como en el caso de los indígenas y también de los nicaragüenses, hay en el autor una gran compasión por los negros. En uno de los momentos en los cuales el autor se ocupa de hacer la tarea pedagógica y de denuncia en el texto, dice: "Pareciera que para los negros se ha detenido la rueda de la historia"
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