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Poemas De Alberto Angel

Gatitam25 de Septiembre de 2013

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POEMAS DE ALBERTO ANGEL MONTOYA

EL ALBA INÚTIL

A los labios del hombre taciturno, la aurora

trajo un ebrio recuerdo de olvidados cantares.

El alba en las pupilas noctámbulas había

sorprendido la angustia de las viejas saudades.

En los círculos hondos de las mustias ojeras

se azulaba un exceso de veladas sensuales.

Vertió el vino de Francia

en la copa vibrante.

-La noche prolongaban

los grises cortinajes-.

Miró la flor marchita

de su frac un instante,

y evocó vagamente:

Casi estaba desnuda

en la fiebre del baile.

El breve seno apenas

velaban los encajes.

Oprimía la espalda

la caricia insinuante

que vagaba furtiva

de deseos. El talle

cedía entre su brazo

como un junco ondulante.

Después... aun más desnuda

la tuvo que en el vals,

y pensó vagamente:

Flor y mujer, vosotras

sólo duráis un baile.

-En la mano brillaba la heráldica sortija

herencia antigua y noble de un tiempo inmemorable.

Trémula entre los dedos fatigados, la copa

despertó una añoranza de mujeres fugaces-.

Las lámparas habían develado la alcoba.

El alba subrayaba de luz los ventanales.

Las severas efigies de los antepasados

miraban desde el fondo de remotas edades.

Con un grito argentado de dagas, la panoplia

al nieto recordaba las glorias ancestrales.

Dejó la copa exhausta

sobre la mesa grave.

Descorrió silencioso

los grises cortinajes,

y pensó vagamente:

¿Y de todo qué resta

tras el sensual alarde?

Sólo una flor marchita

en la seda del traje.

-En las manos del hombre taciturno, la aurora

palideció una huella de victorias cobardes-.

Arriba

ROMANCE DE LA NIÑA INOCENTE

No me la mostréis vestida

que yo la miré desnuda.

Su propia piel la ceñía

veste a su propia hermosura.

Y era de armiño su cuello

que en red de venas se azula.

Y era el sostén de sus senos

su sola forma alta y dura.

Y para el seno por joyas

los corales de sus puntas.

Y el banco raso del torso

bajando hasta la negrura

del terciopelo que al sexo

a un tiempo exhibe y oculta.

Y eran sus piernas de seda.

Y eran sus plantas menudas.

-Tan menudas que en mi mano

cupieron una por una-.

Zapatos de Cenicienta,

cómo brillaban sus uñas.

No me la mostréis vestida

que yo la tuve desnuda.

Arriba

SE EXTASIABAN TUS OJOS EN LA ESPERA

Se extasiaban tus ojos en la espera

y una ola de amplia encajería

tu albo cuerpo orgulloso circuía

como circunda el mar una escollera.

Altanero pendón, alta bandera

alzada en ti por recordar la vía,

sobre el cuello y los hombros se extendía,

a un viento de pasión, tu cabellera.

Desde las duras cúpulas al blando

y oculto valle, la batalla entera

fulgió al incendio de tu boca, cuando

tras la derrota de tu cabellera,

como una lanza a un viento sin bandera,

quedó tu grito entre los dos temblando.

Arriba

TU MANO

Yo no sueño con manos gentilicias

blancas como las blancas azucenas.

Albas las sueño, mas las sueño plenas

de pasión y de eróticas primicias.

Manos para los rezos impropicias.

Pálidos nidos de azuladas venas.

Manos sabias en íntimas caricias.

Manos para borrar todas las penas.

Manos que entre las uñas afiladas

guarden cruentas lujurias ignoradas.

y al mandato de sádicos fervores,

clavaran su febril concupiscencia

en la misma maniática inconsciencia

con que otras manos deshojaran flores.

POEMAS DE ALVARO MUTIS

GRIETA MATINAL

Cala tu miseria,

sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.

Aceita los engranajes de tu miseria,

ponla en tu camino, ábrete paso con ella

y en cada puerta golpea

con los blancos cartílagos de tu miseria.

Compárala con la de otras gentes

y mide bien el asombro de sus diferencias,

la singular agudeza de sus bordes.

Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.

Ten presente a cada hora

que su materia es tu materia,

el único puerto del que conoces cada rada,

cada boya, cada señal desde la cálida tierra

donde llegas a reinar como Crusoe

entre la muchedumbre de sombras

que te rozan y con las que tropiezas

sin entender su propósito ni su costumbre.

Cultiva tu miseria,

hazla perdurable,

aliméntate de su savia,

envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.

Aprende a reconocerla entre todas,

no permitas que sea familiar a los otros

ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.

Que te sea como agua bautismal

brotada de las grandes cloacas municipales,

como los arroyos que nacen en los mataderos.

Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;

que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,

los elementos de tu más certero abandono.

Nunca dejes de lado tu miseria,

así descanses a su vera

como junto al blanco cuerpo

del que se ha retirado el deseo.

Ten siempre lista tu miseria,

y no permitas que se evada por distracción o engaño.

Aprende a reconocerla hasta en sus más breves signos:

el encogerse de las finas hojas del carbonero,

el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,

la soledad de una jaula de circo varada en el lodo

del camino, el hollín en los arrabales,

el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,

la ropa desordenada de los ciegos,

las campanillas que agotan su llamado

en el solar sembrado de eucaliptos,

el yodo de las navegaciones.

No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.

Aprende a guardarla para las horas de tu solaz

y teje con ella la verdadera,

la sola materia perdurable

de tu episodio sobre la tierra.

Arriba

CITA

Bien sea en la orilla del río que baja de la cordillera

golpeando sus aguas contra troncos y metales dormidos,

en el primer puente que lo cruza y que atraviesa el tren

en un estruendo que se confunde con el de las aguas;

allí, bajo la plancha de cemento,

con sus telarañas y sus grietas

donde moran grandes insectos y duermen los murciélagos;

allí, junto a la fresca espuma que salta contra las piedras;

allí bien pudiera ser.

O tal vez en un cuarto de hotel,

en una ciudad a donde acuden los tratantes de ganado,

los comerciantes en mieles, los tostadores de café.

A la hora de mayor bullicio en las calles,

cuando se encienden las primeras luces

y se abren los burdeles

y de las cantinas sube la algarabía de los tocadiscos,

el chocar de los vasos y el golpe de las bolas de billar;

a esa hora convendría la cita

y tampoco habría esta vez incómodos testigos,

ni gentes de nuestro trato,

ni nada distinto de lo que antes te dije:

una pieza de hotel, con su aroma a jabón barato

y su cama manchada por la cópula urbana

de los ahítos hacendados.

O quizá en el hangar abandonado en la selva,

a donde arrimaban los hidroaviones para dejar el correo.

Hay allí un cierto sosiego, un gótico recogimiento

bajo la estructura de vigas metálicas

invadidas por el óxido

y teñidas por un polen color naranja.

Afuera, el lento desorden de la selva,

su espeso aliento recorrido

de pronto por la gritería de los monos

y las bandadas de aves grasientas y rijosas.

Adentro, un aire suave poblado de líquenes

listado por el tañido de las láminas.

También allí la soledad necesaria,

el indispensable desamparo, el acre albedrío.

Otros lugares habría y muy diversas circunstancias;

pero al cabo es en nosotros

donde sucede el encuentro

y de nada sirve prepararlo ni esperarlo.

La muerte bienvenida nos exime de toda vana sorpresa.

Arriba

EXILIO

Voz del exilio, voz de pozo cegado,

voz huérfana, gran voz que se levanta

como hierba furiosa o pezuña de bestia,

voz sorda del exilio,

hoy ha brotado como una espesa sangre

reclamando mansamente su lugar

en algún sitio del mundo.

Hoy ha llamado en mí

el griterío de las aves que pasan en verde algarabía

sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano,

sobre las heladas espumas que bajan de los páramos,

golpeando y sonando

y arrastrando consigo la pulpa del café

y las densas flores de los cámbulos.

Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,

un

...

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