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Prostitucion


Enviado por   •  28 de Abril de 2013  •  1.323 Palabras (6 Páginas)  •  239 Visitas

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muchas caras. Estos últimos días, en los que apenas se ha dejado de hablar de la violencia sexista, poco se ha dicho y escrito en torno a una realidad, menos visible, aunque igual de dura, donde el estigma golpea tan fuerte como una bofetada. Son mujeres, pero no como las demás o, al menos, a ojos de la sociedad. Ellas cargan, cada día, con la pesada etiqueta de ejercer «el oficio más antiguo del mundo». Y la sociedad en la que viven, en la que trabajan, de la que participan, no se lo perdona. «El estigma es una forma de violencia bestial. Significa que esa persona se convierte en puta hasta que se muera. Y es algo que no ha cambiado con el paso del tiempo. Decirte `hijo de puta' es el peor insulto que se le puede hacer a alguien. Y todo esto tiene unas consecuencias para esas mujeres», reprocha Marian Arias, sicóloga, educadora social y coordinadora del centro de acogida Askabide, de Bilbo, que desde 1985 trabaja con estas mujeres.

Mientras abolicionistas y reglamentistas debaten sobre la prohibición o la regulación de la prostitución, quien es objeto de sus inacabables discusiones sufre el día a día de una sociedad que las maltrata de las más diversas maneras. Hablar de maltrato en el intrincado y heterogéneo mundo de la prostitución no es hablar sólo de violencia física.

Según un estudio de Askabide hecho en 2007 entre el colectivo que en Bizkaia se dedica a esta actividad, un 20% de las consultadas reconocieron haber sufrido algún tipo de agresión física. Sin embargo, hasta un 41% aseguró haber sido insultada, o un 25% dijo que el cliente se había ido sin pagar. «Estar expuesta a montar en un coche de un desconocido para irse a un descampado, eso acarrea un grado de vulnerabilidad terrible», apunta Arias.

Las mujeres que hacen, literalmente, `la calle' son las menos. En Bizkaia, a modo de ejemplo, estarán entre las 30-35, o lo que es lo mismo, sobre un 4%. Pero ya sea en la calle, en clubes o en pisos, son mujeres que están a merced de hombres que «son capaces de compararlas con un chuletón de Ávila», como crudamente constata María José Barahona, profesora de Trabajo Social de la Universidad Complutense y con veinte años de experiencia en el trabajo con este colectivo.

Son mujeres -y también hombres, aunque en número mucho menor- expuestas a todo y a todos. No sólo a un puñetazo, a un robo, a un insulto vejatorio. Según la investigación que hizo Askabide, el 40% de ellas trabaja entre 9 y 12 horas diarias y un 19% lo hace las 24 horas del día. «Y eso está pasando aquí», recalca Marian Arias. Un 61% de ellas sólo descansa un día a la semana y un 10% no lo hace nunca, una situación, esta última, que tiene que ver con el llamado `sistema plaza' en los clubes, por el que cada 21 días cambian de población o ciudad. «Sólo descansan cuando les viene la regla», apostilla indignada.

«Aquí no hay vacaciones, ni descansos. Y estas condiciones tienen consecuencias como problemas con la alimentación, con el sueño, una vida social muy limitada, estrés, soledad», explica la sicóloga de Askabide. Hay una explotación laboral evidente, pero la violencia que sufren no acaba ahí. Porque «ellas son putas, no gigolós». ¿Captan la diferencia? Y lo mismo sucede entre quienes demandan esos servicios. El hombre paga, se argumenta -erróneamente, puntualiza Barahona-, para satisfacer una necesidad; la mujer, en cambio, si lo hace, lo hace por vicio. Los mismos términos acuñados ahondan en esa discriminación con la que se señala a la mujer. Y ese dedo discriminador con el que la sociedad apunta a estas mujeres hace más daño que cualquier manotazo. «Nadie va diciendo a su familia que es prostituta. Lo callan. Mienten todo el día», aclara Arias. Ese desprecio social y ese silencio autoimpuesto tienen un coste sicólogico. «Lo peor para una persona es interiorizar que no sirves para nada. Y en estas mujeres se ven actitudes muy derrotistas», apunta. ¿Y qué hacen ante tanta agresión? «Pues se lo cuentan a las compañeras.

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