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Cartas a Artaud

Daniel JulietteDocumentos de Investigación17 de Junio de 2020

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Cartas a Artaud

24/03/20

Sinceramente no entendí la mitad de la última carta que mandaste, comprendo tu adicción a los alucinógenos, que provocan oraciones que sólo tienen conexión para quien las escribe. Soportar la angustia mental es muy difícil, sobre todo para personas como tú, tan compulsivas con las letras pero que odian la literatura. Eres una víctima de tu propia conciencia, pensar para ti resulta un martirio. Algún psicólogo conductual tal vez apostaría en resolver tus adicciones sin entender tu fenomenología del sufrimiento, afortunadamente tú y yo somos más partidarios del psicoanálisis new age,  entendemos que la psicosis no tiene cura, nuestra meta más plausible sólo es entender y afirmar el dolor de nuestra pesada conciencia, que nunca se cansa de juzgarse a sí misma, nos complacemos en constatar que nunca nos podremos apartar de nuestros pensamientos, irreparables calvarios del idioma.

No entiendo porque sigues utilizando las mismas metáforas para describir tu mente, siempre hablas de tu espíritu como una materia fugitiva, intransigente, inestable, como si fuera algo obsceno y mudable. Cada vez que pienso en ti vienen a mí representaciones tuyas, en las cuales, siempre estas corriendo, tratando de atrapar esa sustancia física a la que llamas espíritu, sabiendo que jamás lograrás poseer esa parte de ti, cada día tratas de enganchar esa cosa –porque tiene esa propiedad cósica- que nunca será plenamente tuya, y sin embargo, de la cual no puedes prescindir. Perder la comprensión de las palabras no es tu mayor defecto, sentir que se escapan tus ideas no es la mayor tragedia de tu existencia, y aunque olvidas las formas de tu pensamiento, tu mayor desgracia es siempre estar enclaustrado en esa cárcel a la que llamamos lenguaje. En tus cartas a veces utilizas metáforas más directas, entiendo el sentimiento de sentir que tu mente está llena de fisuras, que cada mañana erosionan tus ideas y se pudren tus palabras. También comparto la sensación de no poseer nuestro propio pensamiento, no en el sentido de ser incapaces de pensar. Tener pensamiento es que se sostenga a sí mismo y que sea responsable en todas las circunstancias de sentimiento y de vida. Tú, el hegeliano más dramático que conozco, eres el único que al tratar al pensamiento como objeto y sujeto, logras una enajenación casi total –no te engañes al creer que lo totalizas completamente-. Otra cosa que noto tenemos en común cuando leo tus cartas, es la angustia de sentir nuestro pensamiento cambiar dentro de nosotros mismos, somos los reyes de la contradicción, no poseemos nuestro propio pensamiento pero logramos encarnar el proceso de transformación de nuestra propia conciencia, el verdadero dolor se experimenta al tener una mente-espiritu que se busca sí misma, una epopeya que sabemos no tiene destino fijo. Una tragedia intelectual en la que siempre quedamos vencidos, el infierno de una constante persecución del dolor mental.

Y aunque tu desdén por la literatura –algo tan recurrente en cada carta que mandas- no es un tema muy original desde el modernismo, contigo no se trata de un nihilismo cultural como en los dadaístas o surrealistas, lo tuyo es algo más ligado al extremo sufrir que provocan las letras. Lo que parece que alimenta tu acto de escribir es el auténtico dolor mental, cuando declaras que todo escrito es basura enmarcadas una humillación verbal que sólo puede traducirse como un intento de trivializar el sufrimiento, haciendo de la escritura el único vehículo para transportar tu dolor.

Ayer fue mi cumpleaños, no esperaba que lo recordaras ni mucho menos, pues jamás te lo mencioné, hubiera sido el mejor día de mi semana si hubieras dicho algo como: por cierto, la primera vez que nos conocimos jamás nos compartimos la fecha de nuestro natalicio, ¿qué día naciste? Y yo responderte: qué hermosa casualidad que preguntes pues justo hoy estoy celebrando el día en que suspiré por primera vez.

Y te juro que recuerdo todo. Aunque finja demencia, cargo conmigo una maldición, la de recordar casi perfectamente cada detalle –sobre todo en noches como esas-. Recuerdo que me dijiste no buscar nada serio y yo acepté sin vacilar. Jamás pensé que terminaría sintiendo algo más fuerte que unos banales besos a mitad de la noche. Entiende que soy intenso.

Yo tampoco buscaba nada serio cuando te escribí por primera vez, y sin embargo ocurrió sin ocurrir. Como el típico tema tratado por Shakespeare o los mitos griegos más sobresalientes, fui tomado por el pathos. Recuerda la manera en que se comporta Eros, en ese momento no fui dueño de lo que sentí, pero el amor parece no ser cosa de economía. Si hubiera hecho un cálculo de lo conveniente que era haber sentido lo que siento, te juro que todo saldría en contra. Tú artista con vocación de mil tareas, mil inquietudes, mil sueños. Yo lo mismo pero con las direccionales descompuestas. Lamentablemente el amor –si es que puedo verbalizar el sentimiento- no es como escoger una carrera, en esas situaciones puedes dejar todo de lado por lo más conveniente, escoger lo que deja más ganancias. En las situaciones antes descritas, no sé ni siquiera si existe alguna elección. Pero tampoco creas que le atribuyo esta narración al destino, que sin dudarlo –si es que existiera- sería más cruel que todos los dioses juntos.

En fin, aun no tengo respuestas a todas las cosas que rondan en mis entrañas, al igual que tú, soy un mar de pensamientos, ideas e imágenes que no puedo navegar. Ordenar este tumulto es de las hazañas más dolorosas que alguien pueda realizar. Imaginamos más de lo que decimos, ojala algún día aprendamos a vivir en un mundo que no acepta esa agonía.  

Espero que a tu regreso podamos conversar cara a cara, seguir discutiendo cosas que parecen irrelevantes y así alargar los días para jamás tener que afrontar una despedida. Por el momento sólo espero más de tus cartas, que sin mucho sentido escribes. Con euforia y desesperación yo.

28/03/20

No esperaba tu respuesta tan pronto, dos días es muy prematuro hasta para ti. Al leerte me recorre una sensación muy extraña, tu precoz manera de escribir me da la impresión que ahora estas sufriendo en demasía. Bien dices que alguien se gana el derecho de hablar cuando ha llorado. La batalla contra la contenedora vida interior se siente como paroxismo, las palabras como dagas. No estoy seguro si en ti existe una especie de mística que denuncia al lenguaje por transformar al pensamiento vivo en algo petrificado, algo inerte; casi puedo asegurar –por la manera en que planteas ambigüedades sintácticas muy apremiantes- que tu vida intelectual está reñida con todo tu sistema físico, la gran batalla es entre tu pensamiento y tu sistema nervioso, estas sumido en una incapacidad casi esquizofrénica de verbalizar esta contienda.

Aunque yo tiendo a utilizar el lenguaje como vía de escape, la escritura para mí es casi una sesión terapéutica, tú colocas a las letras en una sospecha constante, cada verdad que materializas por medio de la palabra depende de tu estado vital, contrario a lo que hacemos muchos de nosotros, que utilizamos esta capacidad humana como una copia pulida de lo que pensamos, el señor Artuad escribe de tal manera que cada silaba es una coextensión de su tormentosa conciencia.

Lo que me encanta de leerte es tu manera tan peculiar de darle voz a cada parte de tu mente, lo catalogado como apropiado y lo virtuoso para ti no poseen jerarquía. Perderías vitalidad si censurarás la franqueza o ciertas licencias en aras de formas literarias tradicionales, el arte –creo que estarías de acuerdo- debe informar desde cualquier flanco o posición del espíritu, desde lo aparentemente trivial hasta lo cruel o crudo. Al más estilo platónico, podríamos decir que debe existir una armonía entre las partes más salvajes de la mente junto con la existencia de operaciones más elevadas del intelecto, pero dicha armonía no conoce de amos y esclavos.

Eres una clase de materialista al que realmente aprecio, en tu intento –bastante utópico- de hacer absoluta a la conciencia, resulta también absolutamente carnal. Cada dolor mental, cada agonía intelectual, la depresión espiritual es, al mismo tiempo, sufrimiento físico, enfermedad corporal. El irresoluble malestar en tu conciencia es una incurable llaga en tu corporalidad. Pero al expresar constantemente tu incapacidad –cosa que compartimos- de poseer tu conciencia, el no ser dueño de tus pensamientos, y al equiparar al espíritu como algo corpóreo, entonces, parece ser que tu cuerpo tampoco es propiedad tuya. Al igual que la conciencia, el cuerpo es algo que escapa.

Tus cartas, justamente proyectan tus titánicas metas: intentar equilibrar el ser con la carne por medio de las palabras. La batalla de estos esfuerzos se vislumbra en la irregularidad de tus textos, por momentos rompes con ideas y las retomas varias líneas después, parecen pequeñas fisuras que recuerdan a las partes que se deben conectar para entender este pensamiento vivo, palabras carnales. Claro que esta manera de mezclar un cuento con un texto expositivo o un relato onírico con alguna carta para un destinatario anónimo no son una novedad desde el modernismo. Pero creo que eres el único que lo haces con una increíble violencia, disrupción que agrede a lectores que, como yo, nos vemos obligados a pasar de una dulce narración de moralidad racional a un estado de total conmoción que emociona al grado de causar un malestar corpóreo tan autentico que demuestras el dolor que resulta al someternos al jugar con las reglas del lenguaje.

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