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Amor Maternal

Eve130611 de Diciembre de 2014

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De entre balbuceos incomprensibles, sonidos llenos de inocencia y ternura, nace súbitamente y casi como un instinto innato una palabra que brota del alma: MAMÁ.

¿Qué fenómeno más allá de lo científicamente comprobable hace que la primera palabra de un ser humano en toda su fragilidad sea el dulce llamado a su madre? Ajeno a cualquier realidad circundante, sea recostado sobre un pedazo de cartón o una cuna con adornos de esmeraldas, independiente al idioma o la cultura que recibe al niño como un componente más, sea en la paz de un cálido hogar o bajo un manto de humo producido por las bombas de una nación deshecha por la guerra. Que noble es la naturaleza al dar homenaje a la mujer a través de la primera palabra que aquí todos pronunciamos como muestra de la importancia de esta creación divina: nuestra mamá.

No intentemos darle una razón científica porque sencillamente a nadie importa los centros neurológicos que maduran para formar el habla, no tienen aquí lugar explicaciones sicopedagógicas para definir ese llamado al ser que nos da vida. No nos enfrasquemos en una cruzada filosófica sobre el amor maternal. Simplemente atengámonos a admirar el gesto más puro de una criatura, dibujemos en nuestra mente por unos instantes la escena, y les aseguro que hasta el más frio asesino baja la mirada en silencioso recuerdo de aquella mujer que lo vio crecer al hombre que hoy es dándole quizás lo único que tenia para darle, el amor de una madre.

“Mama me ama”, en temblorosa caligrafía de un niño que ingresa al maravilloso universo de la escritura con esas primeras palabras, quizás manos de un futuro aclamado escritor ganador de un Nobel, o de un niño descalzo bajo la sombra de un árbol que no llegue mas allá de esas primeras palabras. El primer contacto con la escritura es con una frase que evoca el amor más puro que jamás haya nadie podido alcanzar, irónicamente, ni siquiera con todas las palabras que fuimos aprendiendo en el transcurso de nuestras vidas. Intentémoslo! Definan a Dios, tarea nada fácil; ahora traten de definir el amor que nos profeso nuestra madre, busquen palabras que no terminen en una ausencia de calificativos, y en un silencio a garganta anudada.

Las batallas no son exclusivas de las guerras, y nuestras madres han librado muchas en el día a día con el sacrificio sin medidas buscando algo de simpleza suprema: la sonrisa de sus hijos. Cuantas han resignado la suya durante quizás toda su vida por ver que finalmente sus pequeños se hicieran hombres y mujeres de bien, cuantas enfrentan el hambre con una sonrisa al servir el poco alimento que tiene solo a los platos de sus hijos. Cuántas más deben soportar maltratos físicos y sicológicos anteponiendo su humanidad frágil antes que la de sus proles. Tantas otras que debieron ser madres y padres al mismo tiempo, ante la ausencia de una de las columnas que sostiene la estructura familiar, la madre sin dudar se duplica en sacrificios y mantiene firme el templo familiar, sin que jamás esa figura granítica le quite la ternura del beso de buen día, o el cariño en preparar las comidas que nadie, nunca, podrá igualar.

Las historias de valor de nuestras madres llenarían libros que quedarían eternamente incompletos, y todos conocen alguna, si es que la vida de algunas no les hizo partícipes.

Cuando los griegos acuñaron el término Amor Ágape solo pudieron hacerlo inspirándose en el amor de una madre, el amor incondicional y abnegado, que no demanda ni necesita ser correspondido, que lo entrega todo y todo lo perdona. Muchos ya no disfrutan de la presencia física de sus madres, otros mas no la tienen cerca, y algunos tienen la dicha de compartir aun sus días al lado de una mujer de quien quizás los años se encargaron de dejar huellas en forma de arrugas, cabellos grisáceos, y una sabiduría sin igual, pero que jamás pierden la belleza de la sonrisa sincera, la ternura

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