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Descartes

noelflor3 de Julio de 2012

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El Racionalismo. Descartes1

La filosofía de la desconfianza

Renato Descartes (1596-1650) fue notable no sólo como filósofo, sino también como hombre de

ciencia (no habría más que recordar algunos descubrimientos suyos: la geometría analítica, la ley de

refracción de la luz, su aproximación a la formulación de la ley de inercia, etc.).

Como filósofo, interesa ante todo caracterizar el "radicalismo" que singulariza su pensamiento. La

palabra "radicalismo" mienta "raíces", es decir, la tendencia que se orienta hacia las verdaderas y

profundas "raíces" de algo, hacia los fundamentos últimos. La filosofía cartesiana se ofrece ante todo

como el más tenaz y sostenido esfuerzo, en cualquier dominio de que se trate, por alcanzar el último

fondo, los principios postreros de las cosas.

En efecto, Descartes vive, con una intensidad desconocida antes de él, aun en pleno Renacimiento, el

hecho de la pluralidad y diversidad de los sistemas filosóficos, el hecho de que los filósofos no se han

puesto jamás de acuerdo, la circunstancia de que la filosofía, a pesar de haberse empeñado en ella los

más grandes espíritus de la humanidad, no ha conseguido solucionar ninguno de sus problemas:

ha sido cultivada por los más excelentes ingenios que han vivido desde hace siglos, y,

sin embargo, no hay nada en ella que no sea objeto de disputa y, por consiguiente,

dudoso.2

Y es esto lo que Descartes no puede soportar: lo dudoso, lo simplemente verosímil. El conocimiento, o

ha de ser absolutamente seguro, o ha de ser abandonado como teoréticamente insuficiente. Descartes

vive, con una lucidez y hondura que nadie había alcanzado antes de él, el "fracaso" de más de veinte

siglos de esfuerzos filosóficos; y se propone, con decisión e intrepidez también incomparables, dar

término definitivamente, de una vez por todas, a tal estado de cosas y fundar el saber sobre bases cuya

firmeza esté más allá de toda sospecha. Desde este punto de vista, entonces, en un primer momento, su

actitud puede describirse como la de una filosofía de la desconfianza, dada la posición que asume frente

a todo aquel esfuerzo secular de la filosofía que parece no haber conducido a nada, y por las

precauciones que tomará para evitar tales "fracasos". Porque hasta ahora la filosofía no ha hecho sino

fracasar —viene a decir el pensador francés—; por tanto es forzoso —no renovar los pensadores

antiguos, sobre la verdad de cuyos escritos hay tantas dudas como sobre la de los escolásticos, sino —

empezar totalmente de nuevo, como si antes nadie hubiese hecho filosofía. En este sentido puede

apreciarse cómo Descartes es un nuevo hombre —el primer hombre moderno (Ortega), el hombre que

"aparece inmediatamente después de los antiguos".3 Y como nuevo hombre que se dispone a filosofar,

tiene que comenzar a filosofar, vale decir, iniciar radicalmente el filosofar como si antes de él nadie

hubiera filosofado. Es esta actitud lo que confiere al pensamiento cartesiano su imperecedera grandeza.

Hegel dijo que Descartes es un héroe porque tomó las cosas por el comienzo.

La duda metódica

Ahora bien, esta actitud crítica frente al pasado no significa que Descartes haga tabla rasa de él y se

dedique simplemente al uso de sus facultades de conocimiento, que olvide toda la filosofía anterior y se

ponga simplemente a filosofar por cuenta propia. Por el contrario, ese pasado encierra al menos una

enseñanza, implícita en sus fracasos: la de que debemos cuidarnos de no caer en el error, la de que

debemos también ser críticos respecto de nosotros mismos, y no sólo del pasado. De este modo, el

radicalismo cartesiano se manifiesta ante todo —por lo que ahora interesa— como preocupación por

evitar el error. Mas ello no le lleva a la construcción de una mera teoría del error, como es el caso de

Bacon, por ejemplo, sino a algo mucho más fundamental, mucho más hondo: a la duda metódica.

La duda metódica no significa dudar simplemente, como mero ejercicio más o menos cómodo o

perezoso. Tampoco significa la destructiva, estéril duda del escéptico sistemático, parálisis de la

1 Extracto del capítulo VII del libro Principios de Filosofía, de Adolfo P. Carpio. Glauco, Buenos Aires, 1974.

2 Discurso del método I parte, AT VI, 8; en Discurso del método y Meditaciones metafísicas, trad. M. García Morente,

Buenos Aires, Espasa-Calpe, 5 1943 (que en lo sucesivo se citará GM), p. 33. (La sigla AT se refiere a las Oeuvres

completes de Descartes, editadas por Ch. Adam y P. Tannery, Paris, 1897 ss., indicándose a continuación el

volumen y la página. Las Obras escogidas de Descartes, selección y trad. de E. de Olaso y T. Zwanck, Buenos Aires,

Sudamericana, 1967, reproducen sobre el margen la paginación de AT).

3 O. Hamelin, El sistema de Descartes, trad. esp., Buenos Aires, Losada, 1949, p. 18.

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inteligencia (cf. Cap. 1, § 6 a). Por el contrario, para Descartes de lo que se trata es de hacer de la duda

un método, convertir la duda en el método. Pero, ¿qué significa esto?

Descartes, enfrentándose con el pasado, no se conforma con conocimientos más o menos probables, ni

aun con los que "parezcan" ciertos. En efecto, para evitar los errores, o, en términos aun más generales,

las incertidumbres en que hasta ahora se ha incurrido, el radicalismo quiere alcanzar un saber

absolutamente cierto, cuya verdad sea tan firme que esté más allá de toda posible duda; no que

Descartes meramente busque el conocimiento verdadero, porque es obvio que nadie busca el falso, sino

que busca un conocimiento absolutamente cierto. Descartes quiere estar absolutamente seguro de la

verdad de sus conocimientos, y en plan de búsqueda radical, no puede aceptar lo dudoso, lo sospechoso

de error; ni siquiera puede admitir lo dubitable, aquello en que la duda simplemente "pueda" hincarse:

sino que sólo dará por válido lo que sea absolutamente cierto. Por lo cual, y con apariencia de paradoja,

emprende Descartes el camino de la duda. Porque, ¿cuál es, en efecto, la manera más segura de

encontrar algo absolutamente seguro, si es que lo hay? Pues ello no puede consistir sino en dudar de

todo, para ver si dudando de todo, y aun forzando la duda hasta sus mismos límites, queda algo que se

resista a ella. No lo sabemos aún, pero quizá lo haya; y, de todos modos, conviene ensayar este camino,

porque, al fin de cuentas, si no lo hubiera, por lo menos sobre esto estaríamos absolutamente ciertos —

acerca de que, en tal caso, no hay nada que sea absolutamente cierto—; y con ello el ideal de que la

filosofía se ha nutrido desde sus orígenes, la idea de un saber o de una ciencia absolutamente últimos, se

vendrá abajo definitivamente, y ya no se nos ocurrirá nunca más gastar estériles esfuerzos en su vana

búsqueda.

Las Meditaciones metafísicas se inician con estas palabras:

Hace ya mucho tiempo que me he dado cuenta de que, desde mi niñez, he admitido

como verdaderas una porción de opiniones falsas, y que todo lo que después he ido

edificando sobre tan endebles principios no puede ser sino muy dudoso e incierto;

desde entonces he juzgado que era preciso seriamente acometer, una vez en mi vida,

la empresa de deshacerme de todas las opiniones a que había dado crédito, y empezar

de nuevo, desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y constante en las

ciencias.4

El método cartesiano consiste entonces, inicialmente, en emplear la duda para ver si hay algo capaz de

resistirla —aun a la duda más exagerada— y que sea, entonces, absolutamente cierto. La duda es, pues,

metódica, es decir, que se la emplea como instrumento o camino para llegar a la verdad,5 y no a la

manera de los escépticos. Es, en segundo lugar, universal, porque habrá de aplicarse a todo sin

excepción, porque nada deberá excluirse de ella, hasta no llegar al caso justamente de que resulte

imposible la duda. Y en tercer lugar la duda es, por lo mismo, hiperbólica, si así puede decirse, porque

será llevada hasta su último extremo, hasta su última exageración, forzada al máximo posible, según

veremos.

El carácter metódico de la duda lo expresa Descartes en las siguientes líneas:

estamos apartados del conocimiento de la verdad por numerosos prejuicios de los

que creemos no podemos librarnos de otro modo que empeñándonos, una vez en la

vida, en dudar de todas aquellas cosas en las que hallemos una sospecha, aun mínima,

de incertidumbre.6

E inclusive las que son meramente dudosas deben tenerse por falsas:

también será útil tener por falsas aquellas de que dudaremos, a fin de hallar tanto

más claramente qué sea lo más cierto y fácil de conocerse.7

Es decir que deben darse por erróneas aun aquellas cosas en que pueda suponerse la más mínima

posibilidad de duda, porque de tal modo procederemos, según nuestro plan, de la manera más radical,

apartando vigorosamente el espíritu de todo lo que pueda engañarlo, para no aceptar más que lo

absolutamente

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