Ebaristo El Sauce Que Murio De Amor
thgfhvffdvfd1 de Junio de 2013
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Evaristo Mazuelos, farmacéutico de P. (la ciudad donde acontece este relato está indicada por la letra P; seguramente Valdelomar hace alusión a su ciudad natal, Pisco) y aquel sauce corpulento y lozano aunque crecía al borde la parcela colindante con el estéril yermo, rodeado de “yerbas santas” y “llantenes”. Debía llamarse Hebaristo y tener 30 años, porque tenía el mismo aspecto cansino y pesimista, la misma catadura enfadosa y acre del joven farmacéutico de “El amigo del pueblo”, establecimiento de drogas que se hallaba en la esquina de la Plaza de Armas, junto al Consejo Provincial.
Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce fúnebre de la parcela eran dos vidas paralelas, dos cuerdas de una misma arpa, dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza, dos brazos de una misma desolada cruz, dos estrellas insignificantes de una misma constelación. Mazuelos era huérfano y guardaba al igual que el sauce, un vago recuerdo de sus padres. Así como el sauce era árbol que solo servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del medio día, Mazuelos solo servía en la aldea para escuchar la charla de quienes solían cobijarse en la botica; y así como el sauce daba una sombra indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban con el agua de la acequia, así el oía con desganada abnegación, la charla de los otros mientras jugaba, el espíritu fijo de una idea lejana, con la cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su botín de elástico, cruzadas, unas sobre otras, las enjutas magras piernas. Mazuelos estaba enamorado de Blanca Luz, hija del juez de Primera Instancia, una chiquilla de alegra catadura, esmirriada y raquítica.
Si Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales, su vida no resultaría tan solitaria y trágica. Aquel sauce como el farmacéutico Mazuelos, sentía, desde muchos años atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Envejeció Evaristo el enamorado boticario, sin tener noticias de su amada Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela, viendo secarse, estériles sus flores en cada primavera. Solía, por instintos, mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al árbol del arroyo, enflaquecía. Sentabase bajo las ramas estériles del sauce y veía caer la noche. El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico. Un día el sauce espero vanamente la llegada de Mazuelos.
El farmacéutico no vino. Aquella misma tarde el carpintero de P… enviado por el dueño de la “carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos”, llego con una tremenda hacha y talo el sauce. Por la misma calle venían juntos el sauce y el farmacéutico, ahora si unidos para siempre. El sauce sirvió para el cajón del farmacéutico. El alcalde municipal señor Unzueta, tomo la palabra en el cementerio: “Aunque no tengo las dotes oratoria que otros, agradezco el honrosa cargo que la sociedad de Socorros Mutuos a depositado en mí, para dar el último adiós al amigo noble y caballeroso, al empleado cumplidor y al ciudadano integérrimo, que en este ataúd de duro roble”… y concluía: “Mazuelos tú no has muerto. Tu memoria vive en nosotros. Descansa en paz”. Al día siguiente el dueño de la funeraria, llevaba al señor Unzueta una factura por un ataúd de roble por 18.70 soles. El alcalde reclamo airadamente que el ataúd no era de roble sino de sauce. El señor Rueda le dijo que era cierto; pero que entonces como se veía en su discurso la frase “duro sauce” en vez de “duro roble”. El alcalde pago sin chistar.
ANÁLISIS DEL
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