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Hebaristo Y Sauce Que Murio De Amor

rosalbacruz1 de Julio de 2013

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EL SUEÑO DE UN PADRE

Faltaban escasos meses para el alumbramiento, la madre se emocionaba al sentir las pataditas tan frecuentes en su vientre; _ Toca mi barriga Vicente… ¡Se nos viene un deportista!_. No será, Juana… a lo mejor es una niña…, dejémoslo ahí, el día del día se verá.

Eran ya las 6 de la tarde en el pueblito de San Isidro, el sol de venado se despedía con un amarillo pálido y triste. Las aves llegaban a abrigar sus nidos, cuando de repente se escuchó la estampida del tiro de una escopeta, ¡Ayayay…! Gritó doña Juana al sentir un terrible dolor en las entrañas, las aves se espantaron y volaron despavoridas sin rumbo. Se escuchaban unas voces: ¡A la quebrada ha caído, cooorreeee, cooorreeee, no demores y trae la cuchilla…! Don Vicente Retamozo al escuchar las voces, dejó la alforja y corrió hacia la quebrada, al llegar sintió un estremecimiento que le heló la sangre al ver que dos cazadores dejaban sin vida a una venada. Bajó la mirada y moviendo la cabeza con una expresión de desacuerdo, emprendió el regreso a casa porque ya se anochecía; de repente escuchó un ruido en medio del camino, que lo hizo detenerse, apenas pudo ver que algo se movía entre las ramas y sorprendido del hallazgo, recogió en sus brazos a un pequeño venadito casi muerto de miedo.

Llegó corriendo a casa con el indefenso animal a enseñarle a doña Juana y contarle lo sucedido en la quebrada. Pero su sorpresa fue más grande aún, al escuchar el llanto del recién nacido. - ¡Es un varón, Vicente! - le decía la comadre Sara, tableándolo en la espalda. Entró muy de prisa al cuarto y lleno de alegría besó a su esposa sin soltar al venadito de sus brazos, doña Juana se emocionó al ver a don Vicente con el cervatillo entonces comprendió lo sucedido en la quebrada, enjugando sus ojos con una lágrima.

Al niño lo bautizaron con el nombre de Edwin Retamozo y el venadito fue llamado Rayo, los dos iban creciendo fuertes y felices alimentados con la leche calientita salida del pecho de doña Juana. Don Vicente era muy feliz al verlos correr por el campo a uno tras del otro como unos verdaderos rayos, para alcanzar una pelota que en la feria le habían comprado a Edwin, y recostado en un viejo tronco de eucalipto al olor de las frescas hierbas, imaginaba ver a su hijo algún día convertido en un famoso deportista aclamado por las inmensas multitudes fanáticas del futbol.

Los años pasaban entre juegos y estudios. Edwin competía junto a sus compañeros con mucha responsabilidad tanto en el aula, como en la cancha deportiva, saliendo siempre airoso y triunfante. La gente siempre lo admiraba y se preguntaban con frecuencia: ¿Qué fuerza oculta le ayudaba para resistir sin mostrar cansancio?, ¿Será que el alma de la mamá del cervatillo ha intervenido para que tenga tanta velocidad en las piernas, en agradecimiento por haber criado al huerfanito?, ¿Lo habrán frotado con las canillas de venado y ese es su secreto?.., .entre otras preguntas más.

Sin embargo, la verdad del misterio solo era las tardes de juego con su inseparable Rayo, correteando por los campos extensos con constancia y libertad bajo la mirada vigilante de su padre y sin faltar las caricias y ternura de su madre cuando cansados de tanto correr, llegaban a casa y eran recibidos con los brazos abiertos, con pasto fresco para Rayo y con una suculenta cena preparada por las manos maravillosas de doña Juana para Edwin.

Con plena satisfacción se iban cumpliendo los sueños de don Vicente, su hijo ya era reconocido por los entendidos del deporte rey. Atrás quedaron los momentos vividos en la época de su niñez, Rayo también creció y enamorado de una linda venadita, se marchó por los montes a retomar su vida silvestre junto a los suyos.

Edwin se convirtió en

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