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El Espinazo De La Noche


Enviado por   •  29 de Mayo de 2014  •  2.650 Palabras (11 Páginas)  •  270 Visitas

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Cuando yo era pequeño vivía en la sección de Bensonhurst de Brooklyn, en la ciudad de Nueva York. Conocía a fondo todo mi vecindario, los edificios, los palomares, los patios, las escalinatas de entrada, los descampados, los olmos, las banderas ornamentales, los vertederos de carbón y las paredes para jugar al frontón , entre ellas la fachada de ladrillo de un teatro llamado Loew’s Stillwell, que era inmejorable. Sabía dónde vivía mucha gente: Bruno y Dino, Ronald y Harvey, Sandy, Bernie, Danny, Jackie y Myra. Pero pasadas unas pocas travesías, al norte de la calle 86, con su retumbante tráfico de coches y su tren elevado, se extendía un territorio extraño y desconocido que quedaba fuera de mis vagabundeos. Sabía yo tanto de aquellas zonas como de Marte.

Aunque me fuera pronto a la cama, en invierno se podía ver a veces las estrellas. Me las miraba y las veía parpadeantes y lejanas; me preguntaba qué eran. Se lo preguntaba a los niños mayores y a los adultos, quienes se limitaban a contestar: “Son luces en el cielo chaval”. Yo ya veía que eran luces en el cielo, pero ¿qué eran? ¿Eran sólo lamparitas colgando de lo alto? ¿Para qué estaban allí? Me inspiraban una especie de pena: era un tópico cuya extrañeza de algún modo no afectaba a mis indiferentes compañeros. Tenía que haber alguna respuesta más profunda.

Cuando tuve la edad correspondiente mis padres me dieron mi primera tarjeta de lector. Creo que la biblioteca estaba en la calle 85, un territorio extraño. Pedí inmediatamente a la bibliotecaria algo sobre las estrellas. Ella volvió con un libro de fotografías con los retratos de hombres y mujeres cuyos nombres eran Clark Gable y Jean Harlow. Yo me quejé, y por algún motivo que entonces no entendí ella sonrió y me buscó otro libro: el libro que yo quería. Lo abrí ansiosamente y lo leí hasta encontrar la respuesta: el libro decía algo asombroso, una idea enorme. Decía que las estrellas eran soles, pero soles que estaban muy lejos. El sol era una estrella, pero próxima a nosotros.

Imaginemos que cogemos el Sol y lo vamos alejando hasta quedar convertido en un puntito parpadeante de luz. ¿A qué distancia habría que desplazarlo? En aquel entonces yo desconocía la noción del tamaño angular. Desconocía la ley del cuadrado inverso para la propagación de la luz. No tenía ni la más remota posibilidad de calcular la distancia a las estrellas. Pero podía afirmar que si las estrellas eran soles, tenían que estar a una distancia muy grande: más lejos que la calle 85, más lejos que Manhattan, más lejos probablemente que Nueva Jersey. El cosmos era mucho mayor de lo que yo había supuesto.

Más tarde leí otra cosa asombrosa. La tierra, que incluye a Brooklyn, es un planeta, y gira alrededor del Sol. Hay otros planetas. También giran alrededor del sol; algunos están cerca de él y otros más lejos. Pero los planetas no brillan por su propia luz, como le sucede al Sol. Se limitan a reflejar la luz del Sol. Si uno se sitúa a una gran distancia, le será imposible ver la Tierra y los demás planetas; quedarán convertidos en puntos luminosos muy débiles perdidos en el resplandor del Sol… Bueno, en este caso, pensé yo, lo lógico era que las demás estrellas también tuvieran planetas, planetas que todavía no hemos detectado, y algunos de estos planetas deberían tener vida (¿por qué no?), una especie de vida probablemente diferente a las que conocemos aquí en Brooklyn. Decidí después que yo sería astrónomo, que aprendería cosas sobre las estrellas y los planetas y que si me era posible ir a visitarlos.

Tuve la inmensa fortuna de contar con unos padres y con algunos maestros que apoyaron esta ambición rara, y de vivir en esta época, el primer momento de la historia de la humanidad en que empezamos realmente a visitar otros mundos y a efectuar un reconocimiento a fondo del Cosmos. Si hubiese nacido en una época muy anterior, por grande que hubiese sido mi dedicación, no hubiese qué son las estrellas y los planetas. No habría sabido que hay otros soles y otros mundos. Es éste uno de los mayores secretos, un secreto arrancado a la naturaleza después de un millón de años de paciente observación y de especulación audaz por parte de nuestros antepasados.

¿Qué son las estrellas? Preguntas como estas son tan naturales como la sonrisa de un niño. Siempre las hemos formulado. Nuestra época se diferencia en que por fin conocemos algunas de las respuestas. Los libros y las bibliotecas constituyen medios fáciles para descubrir las respuestas. En Biología hay un principio de aplicación poderosa, aunque imperfecta, que se llama recapitulación: en el desarrollo embrionario de cada uno de nosotros vamos siguiendo los pasos de la historia evolutiva de la especie. Creo que en nuestros desarrollos intelectuales existe una especie de recapitulación. Seguimos inconscientemente los pasos de nuestros antepasados remotos. Imaginemos una época anterior a la ciencia, una época anterior a las bibliotecas. Imaginemos una época situada a cientos de miles de años en el pasado. Éramos más o menos igual de listos, igual de curiosos, igual de activos en lo social y lo sexual. Pero todavía no se habían hecho experimentos, todavía no se habían hecho inventos. Era la infancia del género Homo. Imaginamos la época en que se descubrió el fuego. ¿Cómo eran las vidas de los hombres de aquel entonces? ¿Qué eran para nuestros antepasados las estrellas? A veces pienso, fantaseando, que hubo alguien que pensaba del modo siguiente:

“Comemos bayas y raíces. Nueces y hojas. Y animales muertos, Algunos son animales que encontramos. Otros los cazamos. Sabemos qué alimentos son buenos y cuáles son peligrosos. Si comemos algunos alimentos caemos al suelo castigados por haberlo hecho. Nuestra intención no era hacer nada malo. Pero la dedalera y la cicuta pueden matarte. Nosotros amamos a nuestros hijos y a nuestros amigos. Les advertimos para que no coman estos alimentos”.

“Cuando cazamos animales es posible que ellos nos maten a nosotros. Nos pueden cornear. O pisotear. O comer. Lo que los animales hacen puede significar la vida y la muerte para nosotros; su comportamiento, los rastros que dejan, la épocas de aparearse y parir, las épocas de vagabundeo. Tenemos que saber todo esto. Se lo contamos a nuestros hijos. Ellos se lo contarán luego a los suyos”.

“Dependemos de los animales. Les seguimos: sobre todo en invierno cuando hay pocas plantas para comer. Somos cazadores itinerantes y recolectores. Nos llamamos pueblo de cazadores”

“La mayoría de nosotros se pone a dormir bajo el cielo o bajo un árbol o sobre sus ramas. Utilizamos para vestir pieles de animal, para calentarnos, para cubrir nuestra desnudez y a veces de hamaca. Cuando llevamos la piel del animal sentimos su poder. Saltamos con la gacela,

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