ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

El Hombre, El Ser En El Mundo

japo51japo18 de Noviembre de 2014

12.770 Palabras (52 Páginas)337 Visitas

Página 1 de 52

EL HOMBRE, SER EN EL MUNDO

Hablar del hombre como «relación» e insistir sobre la «gratuidad» de su existencia es todavía una abstracción que necesita ulteriores concreciones. La primera de todas es la siguiente: relación y gratuidad son realidades necesariamente mundanas. Sólo podemos relacionarnos, expresar nuestro amor, experimentar la gratuidad, en medio del mundo. Toda experiencia humana es siempre mundana. La gracia sólo puede ser experimentada en las relaciones interhumanas ­en el amor y en el trabajo, en el sacrificio y en la alegría, en la fiesta y en el juego...­ así como en el contacto con la naturaleza. Solamente así, solamente teniendo el mundo como escenario y transfondo. Ahora bien, también es cierto lo contrario: la existencia en el mundo no puede ser comprendida sino como gratuita.

El mundo es como el «argumento» de toda relación. Amar es ­como ha dicho Saint-Exupéry­ «mirar en la misma dirección». No podría amarse si no hubiera nada que hacer ni que mirar, nada «sobre lo que hablar». Al mismo tiempo, la relación ­sobre todo cuando se trata de una relación comunitaria­ «crea» mundo y lo interpreta. Esa relación será abierta en la medida que cuente con el mundo de los demás grupos humanos. De este modo, concepción del hombre y concepción del mundo vienen a fundirse y casi a confundirse. «La imagen del mundo (Weltbild) y la imagen del hombre (Menschentild) mantienen siempre una relación de recíproco intercambio» (Th. Steinbüchel). Si varía la visión del mundo, varía también la visión del hombre, y recíprocamente.

E. Fromm 1 señala las cinco necesidades fundamentales del hombre. La primera es la «relación», que nos ha ocupado en el capítulo anterior. Prescindiendo de la cuarta necesidad ­identidad personal­ las otras tres se refieren claramente a la mundaneidad del hombre: creatividad, arraigo y necesidad de una estructura que oriente y vincule. Esta alusión a las «necesidades del hombre» es doblemente esclarecedora. En primer término, hace comprender que ser-en-el-mundo es algo más que una estructura abstracta: responde también a las exigencias psicológicas fundamentales del existir del hombre. Por otro lado, no es una estructura estática, un puro «estar» que nada nos diría que pueda ser de verdad interesante. El «ser» es aquí, por el contrario, un actuar, un vivir, un relacionarse. Se «es» en el mundo en la medida en que se es creativo, en que se encuentra y se da sentido a la existencia, en que se orienta uno en alguna dirección ­y orientarse es siempre ponerse en marcha­, en que se establecen vínculos positivos con la realidad...

1. SITUACIÓN

a) La mundaneidad del hombre

La condición del hombre como ser-en-el-mundo ha sido puesta de manifiesto especialmente por la fenomenología y el existencialismo. Quiere decir algo más que la simple perogrullada de que «estamos» en el mundo (¿dónde, si no?). Es más bien la afirmación de que sólo somos si somos en-el-mundo, que nuestro ser es siempre ser-en, y que no es posible «salirse del mundo». No sin cierta ironía escribía Pablo: «Os decía en mi otra carta que no tuvieseis trato con gente lujuriosa. Es claro que no hablaba en plural, de todos los lujuriosos de este mundo, como tampoco de todos los avaros, ladrones e idólatras; para evitar todo trato con esta gente tendríais que vivir en otro mundo. Lo que quería deciros en la carta es que no tengáis trato con gente que presurice de cristiano y es lujurioso, avaro, idólatra, calumniador, borracho o ladrón. Con alguien así, ¡ni sentarse a la mesa!» (1 Cor 5, 9-11). Con ello se pone en evidencia la imposibilidad literal de «renunciar al mundo». La fórmula sólo es válida si se entiende como una renuncia ­activa y beligerante, por supuesto­ a cierto «orden» del mundo, sólo posible para aquellos que poseen una energía suficiente. Cuando la renuncia se convierte en simple «huida», se ha de pagar un fuerte precio: la creación artificial de un pequeño mundo mezquino y ridículo, en el que las cosas más pequeñas se convierten en «todo un mundo». La única solución entonces es precisamente volver al mundo...

MUNDANEIDAD/INTIMIDAD: No existe, pues, un «yo puro», un aislado «yo pienso», una «pura conciencia». El «estar en»­ ésta es la primera pregunta del que vuelve en sí e intenta recuperar su propia identidad: «¿dónde estoy?»­ es la primera referencia del yo. Somos y estamos siempre «aquí», es decir, «fuera»: existir es ex-sistir, estar fuera, para luego poder estar «dentro», consigo mismo. Mundaneidad e intimidad se dan en continua dialéctica, el yo vive en la encrucijada del dentro y el fuera. La conocida fórmula «hemos sido arrojados a la existencia» denota no sólo el «trauma del nacimiento», cuando materialmente fuimos arrojados al mundo; supone también una experiencia de la necesidad de estar continuamente «saliendo» de sí mismo hacia los otros y hacia el mundo.

MUNDO/QUE-ES: Se impone ahora hacer toda una serie de precisiones. «Mundo» no se entiende aquí en un sentido absolutamente objetivo, como el conjunto de todas las cosas que me rodean. Así concebido, el mundo no puede ser captado por el hombre: no es posible captar todo, menos aún es posible captarlo como una totalidad estructurada y englobante, tampoco podemos hacerlo con una absoluta objetividad. Sólo puedo conocer el mundo parcialmente y desde mí mismo, subjetivamente (lo cual no quiere decir que no sea una visión real; incluso, es la única visión real posible). Lo único que nos es dado es partir de nuestras propias experiencias. Cada experiencia puede ser ampliada con otras nuevas, que se integran a las anteriores y las modifican. Todo ello se realiza dentro de un cierto horizonte de referencia. La aparición de ese horizonte es la aparición del mundo, que no es, entonces, sino «el horizonte último de toda experiencia y de toda posibilidad». Nada puede ser experimentado fuera de él, aunque este horizonte está siempre en transformación al ritmo del progresivo experimentar humano. Y es que, como explica uno de la Karamazov: «Todo es como las aguas del océano, todo corre y se junta; tocas un extremo, y se comunica y resuena inmediatamente en el otro extremo del mundo» (Dostovevski). Se trata de un horizonte realmente último: no puede ser rebasado en ningún caso, siempre se amplía y permanece como horizonte. No hay, en la misma dirección y dimensión, un «más allá» del mundo. Lo cual no nos impide hablar de la «transcendencia»: únicamente nos impide concebirla como una experiencia dada en un más allá en la misma dirección que el mundo. En la misma dirección no hay un punto ­un «non plus ultra» del mundo­ en el que comienza «otra cosa» distinta del mundo. La psicología de la Gestalt corrobora todo esto: toda percepción supone un «fondo» del que se destaca; percibir la totalidad del fondo, y percibirla a su vez sin fondo alguno, no es posible. Pero si ello fuera posible, entonces nuestra percepción cobraría un carácter de irrealidad. Cuando en el teatro contemporáneo se prescinde en absoluto del decorado ­no hay sino unas cortinas negras «al fondo», por ejemplo­, o bien el espectador lo suple con su imaginación, o bien la acción resulta en absoluto fuera de toda realidad. También la lógica clásica se encuentra de acuerdo: no es posible pensar nada fuera del mundo, ya que la cópula «es» ­la cópula del juicio más elemental «S es P»­ remite a la realidad en la que es lo que se piensa. Con todo, cada uno tiene su propio mundo, construido a base de sus propias e irrepetibles experiencias. Puede ser muy estrecho (hay quienes no ven «más allá de las narices») o muy amplio; estático o móvil; unidimensional o pluridimensional (la unidimensionalidad absoluta es prácticamente imposible; con esta expresión sólo quiere indicarse la preponderancia de una determinada dimensión en la construcción del mundo: hay unidimensionales «consumidores», pero también los hay «políticos» o «religiosos», en los que la castración de la persona coincide con la limitación de su mundo). Sin embargo, «cada uno tiene ciertamente su mundo, pero lo que éste es para él no se lo debe exclusivamente a él mismo..., sino que ha aprendido de los otros cuál es la forma de manejarse, cuál la forma de valorar, qué es preciso saber... Es siempre un mundo en común. La experiencia es experiencia en común, sólo que el individuo la recoge en sí y en lo recogido hace entonces sus nuevas experiencias propias» (Landgrebe). Es decir: mi mundo es siempre un determinado modo de vivir nuestro mundo.

Pero el mundo no está «enfrente» del hombre de un modo absoluto. Yo me incluyo en mi propio mundo, y por eso es precisamente mío: es el mundo en el que yo habito y me muevo. Por eso, también, existe una permanente y mutua interpelación: mi mundo me hace cambiar y yo cambio mi mundo. Y no sólo por el conocimiento, sino sobre todo por la acción (praxis), que me lleva a nuevas experiencias concretas; o, más exactamente, a experimentar de modo distinto la realidad del mundo. Los éxitos o los fracasos, los momentos de gran intensidad, las experiencias nuevas, pueden hacer que «todo cambie» y que todo lo vea distinto. De todos modos, el hombre conserva siempre un puesto central en la experiencia del mundo (aunque no lo tenga en la visión científica del mundo). «El cuerpo del hombre es siempre la mitad posible de un atlas universal», dice M. Foucault. Mi cuerpo se convierte ­más bien «es»­ el centro de mi mundo, lo cual nada tiene que ver con una especie de ridículo egocentrismo; afirma sólo la necesidad de situarme en un mundo «en torno de mí» y por tanto de ponerme «en medio» de ese mundo

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (74 Kb)
Leer 51 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com