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El Hombre, El Ser En El Mundo


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2014  •  12.770 Palabras (52 Páginas)  •  274 Visitas

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EL HOMBRE, SER EN EL MUNDO

Hablar del hombre como «relación» e insistir sobre la «gratuidad» de su existencia es todavía una abstracción que necesita ulteriores concreciones. La primera de todas es la siguiente: relación y gratuidad son realidades necesariamente mundanas. Sólo podemos relacionarnos, expresar nuestro amor, experimentar la gratuidad, en medio del mundo. Toda experiencia humana es siempre mundana. La gracia sólo puede ser experimentada en las relaciones interhumanas ­en el amor y en el trabajo, en el sacrificio y en la alegría, en la fiesta y en el juego...­ así como en el contacto con la naturaleza. Solamente así, solamente teniendo el mundo como escenario y transfondo. Ahora bien, también es cierto lo contrario: la existencia en el mundo no puede ser comprendida sino como gratuita.

El mundo es como el «argumento» de toda relación. Amar es ­como ha dicho Saint-Exupéry­ «mirar en la misma dirección». No podría amarse si no hubiera nada que hacer ni que mirar, nada «sobre lo que hablar». Al mismo tiempo, la relación ­sobre todo cuando se trata de una relación comunitaria­ «crea» mundo y lo interpreta. Esa relación será abierta en la medida que cuente con el mundo de los demás grupos humanos. De este modo, concepción del hombre y concepción del mundo vienen a fundirse y casi a confundirse. «La imagen del mundo (Weltbild) y la imagen del hombre (Menschentild) mantienen siempre una relación de recíproco intercambio» (Th. Steinbüchel). Si varía la visión del mundo, varía también la visión del hombre, y recíprocamente.

E. Fromm 1 señala las cinco necesidades fundamentales del hombre. La primera es la «relación», que nos ha ocupado en el capítulo anterior. Prescindiendo de la cuarta necesidad ­identidad personal­ las otras tres se refieren claramente a la mundaneidad del hombre: creatividad, arraigo y necesidad de una estructura que oriente y vincule. Esta alusión a las «necesidades del hombre» es doblemente esclarecedora. En primer término, hace comprender que ser-en-el-mundo es algo más que una estructura abstracta: responde también a las exigencias psicológicas fundamentales del existir del hombre. Por otro lado, no es una estructura estática, un puro «estar» que nada nos diría que pueda ser de verdad interesante. El «ser» es aquí, por el contrario, un actuar, un vivir, un relacionarse. Se «es» en el mundo en la medida en que se es creativo, en que se encuentra y se da sentido a la existencia, en que se orienta uno en alguna dirección ­y orientarse es siempre ponerse en marcha­, en que se establecen vínculos positivos con la realidad...

1. SITUACIÓN

a) La mundaneidad del hombre

La condición del hombre como ser-en-el-mundo ha sido puesta de manifiesto especialmente por la fenomenología y el existencialismo. Quiere decir algo más que la simple perogrullada de que «estamos» en el mundo (¿dónde, si no?). Es más bien la afirmación de que sólo somos si somos en-el-mundo, que nuestro ser es siempre ser-en, y que no es posible «salirse del mundo». No sin cierta ironía escribía Pablo: «Os decía en mi otra carta que no tuvieseis trato con gente lujuriosa. Es claro que no hablaba en plural, de todos los lujuriosos de este mundo, como tampoco de todos los avaros, ladrones e idólatras; para evitar todo trato con esta gente tendríais que vivir en otro mundo. Lo que quería deciros en la carta es que no tengáis trato con gente que presurice de cristiano y es lujurioso, avaro, idólatra, calumniador, borracho o ladrón. Con alguien así, ¡ni sentarse a la mesa!» (1 Cor 5, 9-11). Con ello se pone en evidencia la imposibilidad literal de «renunciar al mundo». La fórmula sólo es válida si se entiende como una renuncia ­activa y beligerante, por supuesto­ a cierto «orden» del mundo, sólo posible para aquellos que poseen una energía suficiente. Cuando la renuncia se convierte en simple «huida», se ha de pagar un fuerte precio: la creación artificial de un pequeño mundo mezquino y ridículo, en el que las cosas más pequeñas se convierten en «todo un mundo». La única solución entonces es precisamente volver al mundo...

MUNDANEIDAD/INTIMIDAD: No existe, pues, un «yo puro», un aislado «yo pienso», una «pura conciencia». El «estar en»­ ésta es la primera pregunta del que vuelve en sí e intenta recuperar su propia identidad: «¿dónde estoy?»­ es la primera referencia del yo. Somos y estamos siempre «aquí», es decir, «fuera»: existir es ex-sistir, estar fuera, para luego poder estar «dentro», consigo mismo. Mundaneidad e intimidad se dan en continua dialéctica, el yo vive en la encrucijada del dentro y el fuera. La conocida fórmula «hemos sido arrojados a la existencia» denota no sólo el «trauma del nacimiento», cuando materialmente fuimos arrojados al mundo; supone también una experiencia de la necesidad de estar continuamente «saliendo» de sí mismo hacia los otros y hacia el mundo.

MUNDO/QUE-ES: Se impone ahora hacer toda una serie de precisiones. «Mundo» no se entiende aquí en un sentido absolutamente objetivo, como el conjunto de todas las cosas que me rodean. Así concebido, el mundo no puede ser captado por el hombre: no es posible captar todo, menos aún es posible captarlo como una totalidad estructurada y englobante, tampoco podemos hacerlo con una absoluta objetividad. Sólo puedo conocer el mundo parcialmente y desde mí mismo, subjetivamente (lo cual no quiere decir que no sea una visión real; incluso, es la única visión real posible). Lo único que nos es dado es partir de nuestras propias experiencias. Cada experiencia puede ser ampliada con otras nuevas, que se integran a las anteriores y las modifican. Todo ello se realiza dentro de un cierto horizonte de referencia. La aparición de ese horizonte es la aparición del mundo, que no es, entonces, sino «el horizonte último de toda experiencia y de toda posibilidad». Nada puede ser experimentado fuera de él, aunque este horizonte está siempre en transformación al ritmo del progresivo experimentar humano. Y es que, como explica uno de la Karamazov: «Todo es como las aguas del océano, todo corre y se junta; tocas un extremo, y se comunica y resuena inmediatamente en el otro extremo del mundo» (Dostovevski). Se trata de un horizonte realmente último: no puede ser rebasado en ningún caso, siempre se amplía y permanece como horizonte. No hay, en la misma dirección y dimensión, un «más allá» del mundo. Lo cual no nos impide hablar de la «transcendencia»: únicamente nos impide concebirla como una experiencia dada en un más allá en la misma dirección que el mundo. En la misma dirección no hay un punto ­un «non plus ultra» del

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