El Hombre Ser Social
Fulvys3 de Enero de 2013
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EL SER HUMANO UN SER SOCIAL
1. NATURALEZA SOCIAL DEL HOMBRE
El hombre nace en indefenso y carente de naturaleza social y pasa de su matriz biológica a una matriz social, es decir, que termina de conformarse como humano si se encuentra con una matriz (social) que le brinde lo necesario para su desarrollo. Naciendo en estado de indefensión, va a comportarse según el grupo social que lo rodee. Esa matriz social es la que da la naturaleza al ser humano. No hay un ser humano que se pueda desarrollar como tal si está aislado, se va a morir o va adoptar las características del grupo que lo rodee (como por ejemplo, los lobos). Tendrá como característica del hombre la posibilidad de ser dúctil y aprender una gran variedad de conductas. Pero para aprender a ser un ser humano se necesita de una matriz social humana. ¿Qué es lo que la matriz social le da al niño para que se constituya en humano? No es obviamente solo el alimento. El alimento es imprescindible para la supervivencia, pero sabemos que los niños que reciben solo alimento y cuidados físicos y no reciben afecto y suficiente contacto con los otros, se mueren. Tal es el caso del hospitalismo. Se denomina así al síndrome que se presenta cuando una sola enfermera o cuidadora se hace cargo de atender a 10 o más niños, con lo cual éstos están bien alimentados e higienizados pero no tienen contacto afectivo con ningún adulto dado que la enfermera debe repartir sus cuidados entre 10. En un primer momento los niños se vuelven llorones y exigentes. Luego los llantos se convierten en chillidos. Pierden peso y se produce un estancamiento en el desarrollo. Si la situación continúa comienzan a tener insomnio, se produce un retraso motor y rigidez en la expresión facial. Los niños se agreden a sí mismos y el deterioro general continúa pudiéndose producir la muerte. Si no es, entonces, el alimento el más importante aporte que el grupo hace al niño, ¿qué le brinda? Le brinda un universo simbólico. Es decir, la matriz social aporta signos, significaciones, las cuales son apropiadas por el niño. Le brinda los instrumentos que le permiten su humanización. En cada grupo, los sonidos que un bebé hace, azarosos, son interpretados como incipientes signos del lenguaje particular de ese grupo y reciben, por tanto, el festejo o la indiferencia. Así, el niño asocia tal modulación de la voz, con un sentido, aportado por la madre y tal otro, con la no respuesta. Este otro no pertenece al universo simbólico del grupo, el primero sí. Y así aprendemos, por ejemplo, los distintos idiomas, tan distintos como pueden ser aquellos formados solamente por sonidos guturales, que nos resultaría, de adultos, imposible aprender. El lenguaje va a determinar una forma particular de vincularnos con el mundo. Una forma particular incluso de percibir. Los esquimales pueden discriminar con su percepción, siete tipos de blanco, porque poseen siete nombres para lo que nosotros llamamos solo blanco. El lenguaje, el universo simbólico en general, es el instrumento a partir del cual nos vinculamos con el mundo, lo percibimos, lo pensamos, lo recordamos. No nos vinculamos directamente con los estímulos sensibles, con la realidad material. Nos vinculamos con el sentido que hemos aprendido a darle a la realidad material. Si alguien levanta un brazo, no respondo al brazo levantado. Respondo a lo que en mi grupo significa un brazo levantado. Otro aspecto importante vinculado a la naturaleza social del hombre es la familia, que aun reducida al núcleo, epicentro y célula de la sociedad, no es una asociación arbitraria nacida de la fantasía ni de la simpatía de dos seres. No se confunde en absoluto con las formas contractuales que marcan su constitución en las sociedades organizadas. La familia Fulano es, sin duda alguna, el producto de un acuerdo mutuo de sus miembros primitivos, o sea de una elección recíproca que hubiera podido no producirse. Pero dicho acuerdo y dicha elección no tendrían ningún sentido, si cada uno de los cónyuges no hubiera poseído un instinto sexual que le hubiera hecho buscar de modo general la unión con un individuo complementario. Somos un producto social, resultado de la unión de la pareja. No por eso, el instinto sexual basta para hacer de un animal un ser social. La sociabilidad varía con el grado y la forma de evolución y civilización de la especie, la raza y el individuo considerados. El hombre no es el más social de los animales, y la "polis" no posee una organización tan rígida como la colmena o el hormiguero, a pesar de que gran parte de los habitantes de estos últimos son asexuados. Es claro, por tanto, que nuestro instinto social sobrepasa nuestro instinto sexual, tanto más cuanto que nuestra tendencia a la vida común no se limita a nuestra familia, ni siquiera a las personas de sexo diferente del nuestro. La explicación es evidente. La vida familiar, directamente nacida de nuestro carácter sexuado, ha creado una adaptación hereditaria a la vida en grupo, vale decir, un hábito social específico. Este nuevo instinto, más abierto que nuestra tendencia sexual, es amplificación de esta última por la historia y sus exigencias vitales de trabajo y de defensa. Pero no ha sofocado, como ocurrió en los insectos que citábamos más arriba, nuestra personalidad ni, con más razón, nuestra sexualidad. La familia y, por consiguiente, nuestra tendencia genésica siguen siendo el cimiento de nuestra naturaleza social. Antes que nuestro instinto social heredado haya podido actuar sobre nuestro comportamiento, experimentamos la influencia de la familia de la que nacemos miembro, y que nos cría. Más tarde, constituimos a nuestra vez un grupo idéntico en su estructura a aquel que nos formó. Dicho de otro modo, la familia es la base natural de toda nuestra actividad social y, ya que lo mismo ocurre con todos nuestros semejantes, la "célula" de la comunidad, vale decir, el grupo fundamental sin el cual la sociedad desaparecería y a la vez el más reducido en que se manifiesta una vida y una producción colectivas, vida y producción que proceden de nuestro instinto sexual.
1.1 HERENCIA SOCIAL DEL HOMBRE
Debemos, pues, distinguir dos elementos que concurren a la formación de nuestro instinto social. El primero, como acabamos de verlo, es un dato de nuestra naturaleza esencial. No depende de nuestra voluntad, ni de la historia de nuestra especie o de nuestros antepasados, que estemos sexuados o no. Estamos hechos para formar una pareja y nuestro instinto sexual entra, por tanto, en la categoría de los instintos orgánicos, es decir, de aquellos que corresponden al orden estructural de nuestro ser, y se materializan en un instrumento especializado. De la pareja nace el niño, ligado a sus padres por una dependencia biológica que lo hace, con toda razón, considerar a cada uno de ellos, a pesar de la autonomía personal que posee, como una parte integrante de su ser. El amor paternal y maternal aumenta habitualmente por la vida en común y la simpatía intuitiva que nace de ella, pero posee una base natural infinitamente más sólida que un sentimiento cualquiera. Es posible concebir una vida social prácticamente reducida al cuadro familiar y, de hecho, no faltan ejemplos históricos. Aun en este caso, sin embargo, el segundo factor del instinto social interviene. En efecto, la vida de la pareja no está hecha exclusivamente de amor sexual, sino también de las innumerables relaciones que impone la convivencia, desde los intercambios de servicios más materiales hasta las más altas especulaciones intelectuales comunes. Así se crea entre el hombre y la mujer un hábito de vivir juntos que se extiende al niño a medida que éste, adquiriendo autonomía, se aleja biológicamente de sus progenitores pero se hace, al mismo tiempo, miembro activo de la comunidad familiar. Por otra parte, por aislada y replegada sobre sí misma que esté la familia, le es imposible evitar todo contacto con elementos extraños. Su constitución misma proviene de la unión de dos seres que, por lo general, pertenecen a grupos familiares diferentes. Tiene, en segundo lugar, que alimentarse y no lo puede hacer siempre de modo autárquico. Debe, por fin, defenderse y la solidaridad le está impuesta por tal necesidad. Resulta de todo eso que la familia, en grados diversos según su modo de vida, se forja poco a poco un hábito social. El instinto social, primitivamente libre de todo carácter obligatorio, se ha impuesto a nosotros haciéndose hereditario. El niño, tan pronto como puede moverse, busca la compañía de sus semejantes, y no lo hace por un razonamiento sobre el valor del juego colectivo, ni menos todavía por un contrato libremente firmado. El ser humano hereda el gusto de la sociedad y, por eso mismo, una tendencia a la asociación. Dicho gusto y dicha tendencia encuentran, por lo general, un terreno favorable. Es excepcional que el niño nazca en una familia que no tenga otros contactos sociales que los que proceden de su propia existencia. Se desarrolla habitualmente en el seno de una comunidad compleja que posee una tradición, o sea, un haz de costumbres trasmitidas de generación en generación y que expresan sus varias modalidades de existencia. Su educación, en el sentido más amplio de la palabra, vale decir, no solamente las lecciones que recibe de sus padres y de sus maestros, sino también aquellas que proceden de su vida cotidiana en cierto ambiente social, está impregnada de dicha tradición. La comunidad forma ciudadanos y al instinto social heredado se agrega, pues, en el niño, el hábito adquirido, sin que siquiera se dé cuenta, por el simple hecho de la existencia común que no le está permitido rehusar como ser humano social que es.
2. Necesidades básicas del ser humano y su satisfacción a través de la cultura.
2.1 Necesidades
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