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GOTTFRIED WILHELM LEIBNIZ (1646-1716).


Enviado por   •  18 de Febrero de 2015  •  Biografías  •  3.164 Palabras (13 Páginas)  •  141 Visitas

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GOTTFRIED WILHELM LEIBNIZ (1646-1716).

A los 21 años y después de haber cursado estudios de metafísica escolástica en Leipzig con J. Thomasius y de física mecanicista en Jena, con E. Weigel, y de haberse doctorado en Derecho en Altdorf, junto a Nuremberg, entra al servicio del Príncipe Elector de Maguncia, Juan Felipe de Schönborn y mediante él entra de lleno en la vida política y diplomática de su tiempo. En 1672 va a París para interesar a Luis XIV en una empresa en Egipto, pero aprovecha esta estancia, así como otra posterior en Londres, para ponerse en contacto con algunos de los principales científicos y filosófos de la época en ambos países (Huyghens, Mariotte, Malebranche, Arnauld y discípulos de Descartes, Gassendi y Hobbes, la Royal Society, las corrientes científicas de Boyle y de Newton, y posteriormente en Holanda visita a Spinoza). En París descubre el Cálculo Infinitesimal, anteriormente descubierto por Newton, pero al que se adelanta en su publicación en 1684. Finalmente, obtiene Leibniz el cargo de bibliotecario y consejero de la corte de Hannover, en 1676, donde publica y escribe mucho, aunque no suele acabar sus escritos y se mantiene en comunicación científica y diplomática con las principales cortes de Europa y con los pensadores e investigadores de entonces, trama intrigas, traza planes, hasta que cae en desgracia de la corte y muere abandonado de todos en 1716.

1. De los varios modos de ser individuo.

Según Leibniz, la verdad puede ser buscada en dos grandes ámbitos: verdades de razón y verdades de hecho. Las verdades de razón son necesarias. Su negación implica contradicción. Su negación es falsa siempre. Hay dos verdades de razón: el principio de identidad y el principio de no contradicción. Para encaminarnos hacia lo individual hay que considerar las verdades de hecho, el ámbito de las experiencias factuales que conocemos mediante la experiencia.

Ya Platón y Descartes habían realizado una crítica de lo factual. El primero había hablado de la doxa que se asienta únicamente sobre lo sensible, y por lo mismo no se remonta al fundamento de las impresiones o sensaciones que recibimos de los objetos. No es allí donde hay que buscar los existentes auténticos. Descartes ejerció su duda metódica y trituró los contenidos sensibles al ser éstos indignos de confianza. Lo mismo hizo con la hipótesis del genio maligno que proyecta sobre nosotros apariencias de objetos, haciéndonos creer que lo falso existe verdaderamente.

Para Leibniz, el punto de partida no puede ser simplemente el cogito. Si yo pienso, yo pienso algo, en algo. Mi pensar apunta, tiende, se refiere a algo o a alguien. No sólo pienso, sino que otros piensan y diversas cosas son pensadas por mí.

Dice Leibniz en la carta a Arnauld, dic. 1686:

"La unidad sustancial exige un ser constituido como indivisible e indestructible por medios naturales...lo cual (sólo puede encontrarse)...en un alma o forma sustancial al modo de lo que se llama yo".

El Yo es una sustancia y las cosas en las que pienso también son objetos. Existe una multiplicidad de egos, de sustancias indivisibles, por ser irreductiblemente simples y tales que son indescomponibles en cuanto semejantes yoes. Cada yo es irreductible a todos los demás.

El individuo es la sustancia, porque es indivisible. Por otra parte, jamás los individuos coinciden absolutamente entre sí. Principio de los indiscernibles:

"no es posible que haya dos individuos semejantes o diferentes solo numero" Carta a Arnauld, 14 de julio de 1686.

En el mundo de los seres ideales, figuras geométricas puras, cabe imaginar entes absolutamente similares. Pero entre los individuos siempre hay diferencias.

Cada forma sustancial es una mónada, una sustancia simple. Cada ser vivo incluye una forma sustancial.

Ni los seres imaginarios o de ficción, ideales o sueños son sustancias. Están sustentados en la sustancialidad de aquellos que los engendran. No son reales, sino ideales.

Tampoco el cuerpo, la extensión es una sustancia, ni cabe encontrar en lo material forma sustancial que corresponda a la materia.

Los átomos no van a ser materiales, sino puramente formales: mónadas. Veamos el concepto leibniziano de materia:

"Considero que el número de almas, o por lo menos de formas, es completamente infinito y que, al ser la materia infinitamente divisible,no cabe asignar ninguna parte de materia lo suficientemente pequeña como para que no haya dentro cuerpos con almas, o por lo menos con forma sustancial, es decir, sustancias corporales" Carta a Arnauld, 9-X-1687.

2. El proyecto de Leibniz.

Cuando estudiamos a Aristóteles, en particular, su teoría de las categorías, vimos al Estagirita confrontado al problema de las condiciones de posibilidad de la distinción. El Estagirita como vimos, consiguió dar cuenta sin dificultad de la multiplicidad que se inserta en el seno de un género, encontrar razón de la variedad específica. Ciertamente, las categorías o géneros supremos se resistían a ser reducidos al esquema general que permitía dar razón o cuenta, es decir, que permitía constituir una ciencia. Las categorías, en efecto, constituían una multiplicidad no reductible a la unidad de un género. La noción de pros hen suspendía cada categoría a la primera de ellas, la sustancia y ello les confería una cierta unidad.

Aristóteles otorgaba así determinación a las sustancias de nuestro entorno. En la vía de lo universal nada escapa a la razón.

La razón aristotélica era universal y necesaria, era una racionalidad del género o de la especie, nunca del individuo, falla en el registro de lo individual.

No confundimos dos cosas de la misma especie que se distribuyen en el orden espacial, más tal discernimiento es, en cierto modo, paradójico, no se halla fundado en razón, no se explica por una determinación diferencial. En otros términos: la no confusión de un ente en el seno del espacio, de un individuo respecto de otro individuo, es para su identidad un elemento contingente; se trata de una alteridad extrínseca a lo determinado, por acercarnos ya a la terminología leibniciana.

Pues bien, el propósito esencial de Leibniz es el de hacer de tal alteridad contingente una alteridad racional y necesaria; hacer de la "diferencia" exterior a la identidad de lo diferenciado una diferencia auténtica, implicada en el conjunto de notas constitutivas de la identidad. Se trata de introducir la razón en lo individual, en lo empírico, platonizar nuestro horizonte. Este proyecto se articula esencialmente en la reflexión que le mueve a enunciar su célebre "principio de los indiscernibles". Dice en los Nouveaux Essais:

"Siempre es necesario que además de

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