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La Etica Y El Hombre


Enviado por   •  21 de Octubre de 2013  •  5.542 Palabras (23 Páginas)  •  314 Visitas

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LA ÉTICA Y EL HOMBRE

Jaime Rodríguez-Arana Muñoz

Catedrático de Derecho Administrativo

Subsecretario de Administraciones Públicas

Probablemente nunca, a lo largo de toda la historia, tantos han hablado tanto de ética.

¿Por qué de repente un interés tan generalizado por las normas que deben regir íntimamente,

si podemos hablar así, nuestro comportamiento? No pretendo dar una respuesta exhaustiva a

esta cuestión, simplemente apuntar lo que a cualquiera de nosotros posiblemente le ha pasado

por la cabeza con su sola mención.

En el interés actual por la ética hay razones circunstanciales, como pueden ser los

escándalos que nos sirve, con mayor o menor intensidad y frecuencia, la prensa diaria en todo

el mundo. Hay razones políticas en este interés desusado, porque la ética se ha convertido en

un valor de primer orden, o cuando menos -hay que admitirlo, nos guste o no-, como un

cierto valor para el mercadeo político. Además, hay también situaciones de desconcierto, ante

las nuevas posibilidades que ofrece la técnica, que exigen una respuesta clarificadora. Pero

hay una razón de fondo que pienso que justifica plenamente el interés por las cuestiones éticas,

e intentaré ahora referirme a ella con un poco de detenimiento.

En efecto, son incontestables los síntomas de que se están produciendo profundísimos

y vertiginosos cambios en los modos de vida del planeta, hecho que se pone particularmente

en evidencia en las sociedades avanzadas de occidente, o en aquellas otras de dispares

ámbitos geográficos que, con mayor o menor éxito, se han adaptado a las denominadas

exigencias occidentales de vida. Estos cambios en los modos de convivencia son tan extensos,

y se manifiestan con tal intensidad en las diversas áreas del entero existir -desde la producción

y la comunicación, por ejemplo-, que muy bien podemos estar asistiendo, como muchos

pensadores han apuntado, a un cambio de civilización.

Digamos que una manifestación de todo esto, una experiencia personal de la que

todos podemos dar cuenta por su viveza y continuidad, es la incertidumbre y la perplejidad

que colectivamente padecemos ante el futuro. Así, cuando algún experto se atreve a hacer

prospectivos sobre el desarrollo de la actividad humana a la vista de los cambios tecnológicos

y sociales que se desarrollan ante nuestros ojos, nos describe panoramas que parecen

pertenecer, más que a una realidad inmediata, a la ciencia-ficción. Y sin embargo están ahí,

tan próximos, que a la vuelta de pocos años, poquísimos años en algunos aspectos, se nos

muestran superados por la aceleración vertiginosa de los acontecimientos.

Todo el elenco -inacabable- de cambios en la estructura técnica de nuestra sociedad

se traduce -de ahí hemos partido- en transformaciones profundas, entre otras cosas, en

nuestros modos de vida. Y con ellos se produce un derrumbamiento de los valores

tradicionales, o más exactamente cabría decir, de los valores de la sociedad tradicional,

entendiendo aquí tradicional en el sentido de una sociedad cerrada y rígidamente estructurada.

Se ha hablado mucho de la contraposición entre sociedades tradicionales y

sociedades abiertas, y sin pretender entrar ahora en el pormenor de la cuestión, digamos que,

efectivamente, es posible discernir en la sociedad que estamos configurando una serie de

rasgos que la caracterizan en oposición con el modelo social que se va quedando atrás. La

democracia, con todo lo que tiene de perfectible en los modos en que la articulamos, parece

afortunadamente afianzarse universalmente como forma de organización de la vida política; al

menos esa tendencia es clara. La participación en la vida pública por parte de todos los

miembros de la sociedad se enriquece progresivamente, sobre todo en las sociedades

avanzadas, posibilitándose la integración de los individuos en la vida social a través de un

tejido asociativo cada vez más rico. El pluralismo alcanza todos los órdenes de la vida,

extendiéndose a la cultura, caracterizándose así nuestras sociedades como sociedades

multiculturales. La remodelación y desformalización de los roles sociales más característicos

de la sociedad tradicional contribuye, en algún sentido, a crear estructuras más equitativas y

más respetuosas con la condición personal de todos los miembros de la sociedad. La

ampliación del tiempo de vida, debido a las mejores condiciones de nuestra existencia y a los

adelantos médicos y sociales, está provocando un incremento temporal de dos segmentos de

la vida humana, la vejez y la juventud, con un inaceptable desplazamiento y marginación de sus

integrantes.

En fin, es de tal dimensión la avalancha de cambios, y en algunos aspectos es tal la

obsolescencia de los criterios y modos de organización social pretéritos, que podríamos

afirmar que los valores tradicionales han quebrado

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