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Lingistica


Enviado por   •  19 de Mayo de 2013  •  2.068 Palabras (9 Páginas)  •  349 Visitas

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Decir y poder decir

El lenguaje puede crear situaciones, realidades, contextos, y estos últi¬mos pueden resultar restrictivos para la producción lingüística y —al mismo tiempo- facilitarla. La perspectiva para considerar estas posi¬bilidades no puede ser otra que el estudio de las interacciones cotidia¬nas y permanentes de una comunidad. Sin embargo, como los hablantes no son todos iguales porque desempeñan distintos roles, no todos pueden hacer lo mismo con palabras.

¿Cómo se llama la nena?

La sociolingüística —paradójicamente, con la excepción de Labov, aunque no de todos sus seguidores- reivindicó siempre la interdisciplina porque su campo de estudio, la relación lenguaje-usuarios-sociedad, lo exige. A esta altura tal afirmación resulta claramente repetitiva y obvia, pero debemos marcarla una vez más para justi¬ficar la inclusión de conceptos que tradicionalmente no pertene¬cían al campo de la lingüística. Ya hemos visto en el capítulo 3 los aportes de la Etnografía del Habla y de la antropología, ya hemos anticipado en el capítulo 2 otros aportes o apropiaciones: a medi¬da que se avanzaba en el estudio del uso del lenguaje surgían pro¬blemas que no podían explicarse con las reglas inmanentes del lenguaje.

Ahora vamos a considerar un ejemplo bastante complejo y cu-rioso. Supongamos que, luego de un embarazo feliz, usted tiene una hija, llega a un acuerdo con su pareja y cuando el funcionario del registro civil —tal vez ya lo hizo antes en la maternidad ante una enfermera— le pregunta el nombre de la recién nacida usted con¬testa, sin dudar, María de los Angeles. No se preocupe por el ape¬llido ya que no puede elegirlo: si el nacimiento se produjo en la Argentina será el del padre, acompañado de modo opcional por el de la madre.

A partir de ese momento y para toda su vida, la niña se llama¬rá María de los Angeles y así será reconocida. Pensemos que si na¬ció rubia se puede teñir de negro, se puede enrular el pelo o alisárselo, usar lentes de contacto de cualquier color y hasta cam¬biarse la forma de la nariz. Sin embargo, deberá identificarse siem¬pre con ese nombre, tendrá documentos que así lo certifiquen. Lo que produjo ese hecho definitivo fue simplemente que usted o su pareja enunciaron, es decir, pronunciaron una serie de sonidos lin-güísticos que tuvieron el poder de identificar a su hija de una vez y para siempre. No hay ninguna causa natural por la cual su hija deba llamarse así, ningún otro motivo suficiente, ni siquiera su de-seo: debe enunciarlo. En otros términos usted ha creado el hecho de que su hija se llame así y para ello solo debió usar el lenguaje. Esto es importante, porque en algún momento reconocimos que había dos Alemanias y luego que hay una sola Alemania.

Volvamos a lo sencillo. En algún momento de su vida su hija se hace fanática de las series norteamericanas, o de las novelas france¬sas, o quiere reivindicar los nombres que utilizaban los pueblos ori¬ginarios. Ella no puede cambiar su nombre por Yessica, Brigitte, ni Yukerí, aunque sea mayor de edad. El o los enunciados que ella pueda producir sobre este tema no tendrán el mismo valor que el que tuvo el suyo; podrá hacerse llamar de otro modo, pero no se¬rá legalmente otra. Es más, supongamos que usted eligió María de los Angeles en honor a su bienamada suegra; diez años después odia a esa persona o simplemente le gustan otros nombres. Callejón sin salida: los enunciados que pueda pronunciar en ese momento tam¬poco tendrán el valor que tuvo aquel enunciado original.

Este ejemplo debe servir para plantear varios aspectos el uso del lenguaje que no pueden ignorarse si realmente queremos enten¬derlo y explicarlo.

El lenguaje puede crear cosas, no se limita a nombrar o clasifi-car la realidad. Si un árbitro de fútbol ante una jugada dudosa di¬ce que fue penal, un jugador pateará al arco desde los doce pasos del mismo sin otro obstáculo que el arquero. Antes de enunciar, no había ningún penal, solo existía una (hipotética) falta. Un mi¬nistro de Economía puede afirmar que usted no es más propieta¬rio del dinero que tenía guardado en un banco (para que no se lo robasen), o que ese dinero no vale la misma cantidad de harina que valía antes que él enunciara.

No todos los hablantes somos iguales. Como hablantes de-sempeñamos determinados roles. Ni la vecina de al lado ni el Pre-sidente (salvo, en este caso, que se tratara de su séptimo vástago) puede ponerle un nombre identificatorio a su hija. Ni siquiera 15.000 personas gritando (enunciando) juntas penal pueden de-cretar un penal.

Existen contextos convencionales en los que este fenómeno se cumple. Usted puede llamar de determinada manera a su hija du-rante todo el embarazo o comunicarles ese nombre a sus amigas, pe¬ro no tendrá efecto. Solo será constitutivo en el momento adecuado y pronunciado ante la persona adecuada en el lugar adecuado. El ár¬bitro no puede expulsar de la cancha a su esposa o a sus hijos, ni puede declarar falta cuando le parten un plato por la cabeza; tam¬poco podrá decretar penal desde la tribuna o si la pelota no está en juego aproximadamente dentro de la zona llamada área penal.

De modo que podemos resumir nuestros ejemplos afirman¬do que:

• el lenguaje resulta en ciertas ocasiones constitutivo de los he-chos,

• no todos los hablantes podemos desempeñar los mismos ro-les,

• no todos los contextos habilitan los mismos roles.

Por lo tanto, tendremos que investigar estos tres fenómenos, para comenzar.

Una libertad restringida

Como vimos en el capítulo 3, las comunidades lingüísticas se ca-racterizan por tener determinadas matrices comunicativas con di-versos grados de ritualización, que Hymes (1964) llama eventos comunicativos. Uno de. los componentes que permiten caracteri¬zar los eventos comunicativos son los participantes y la relación que se establece entre ellos, es decir, las personas, miembros de una comunidad lingüística al cumplir algún rol en particular: juez, sacerdote, padre, policía, docente, alumno, empleado de una bo-letería, madre, cajera y tantos otros. Sin embargo, no todos pode-mos ocupar los mismos roles en cualquier evento comunicativo. Probablemente usted no pueda ocupar el de sacerdote en una mi¬sa, el de ministro de Economía de la Nación, gerente de una mul-tinacional y, muy probablemente también, no quiera o no pueda participar en la distribución de esquinas con un grupo de cartone-ros.1 Esto implica, obviamente, que tampoco interactuamos con todos los otros hablantes

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