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Modernidad Y Capitalismo

Matheus725 de Febrero de 2013

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MODERNIDAD Y CAPITALISMO

José Antonio Mateos Castro

Todo lo sólido (estamental) se desvanece en el aire y todo lo que es sagrado se profana.

Karl Marx, Manifiesto del partido comunista.

A la modernidad podemos rastrearla a partir del Renacimiento con el surgimiento del llamado “hombre nuevo”, aquel que creyó poder “hacerse a sí mismo”, reconquistando su identidad concreta que había sido sacrificada por los evangelizadores de Europa y su cristianismo radical. Historiográficamente, es también el descubrimiento de la cuarta parte del mundo, América, un acontecimiento que da inicio a la modernidad, ya que, a partir de ese momento, el mundo dejó de ser un universo hermético, logrando al mismo tiempo, que la propia cultura occidental se reconociera a sí misma. Igual reconocimiento podemos otorgarle a la Revolución Industrial del siglo XIX, ya que ella consolidó a la gran Ciudad, aquella que libera y que será depositaria de los grandes “progresos”, aunque paradójicamente, también de los peligros y posibles desastres del mundo moderno; la homogeneización del mundo y la instrumentalización de la vida. Ese mundo fantasmagórico de la vida urbana que Charles Baudelaire y Walter Benjamin desnudaron.

Autores como Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración, rastrean a la modernidad en el mundo clásico griego, concretamente en la figura mítica de Prometeo, el titán que entrega el fuego a los hombres y rompe con el dominio de la casta sacerdotal, despertando en los mortales la esperanza de que las cosas cambien, la miseria se mitigue; de que el tiempo deje de ser el tiempo del eterno retorno de lo mismo para abrirse hacia el futuro. Lo cierto es que con la modernidad se abre la posibilidad de que la humanidad pueda construir su vida “civilizada” sobre una base distinta de interacción entre lo humano y lo natural, es decir, un sujeto que dispone de sí mismo como objeto y manipula a la naturaleza. De esta manera lo dicen Adorno y Horkheimer: “La unión feliz que tiene en mente entre el entendimiento humano y la naturaleza de las cosas es patriarcal: el intelecto que vence a la superstición debe dominar sobre la naturaleza desencantada [...]. Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo, a ella y los hombres.”

La modernidad entonces, es un giro que reubicó la productividad del trabajo humano, a saber; promover la transformación de la estructura técnica de la naturaleza vista como un objeto que sólo existe para servir de espejo a la autoproyección del hombre como sujeto puro (subjectum)

Lo anterior supone la creencia que la humanidad ha llegado, por fin, en su historia, a su mayoría de edad y al momento de arrebatarle a la naturaleza todos sus secretos a través de la luz del entendimiento (Kant). En ese sentido, el modelo de las ciencias naturales y de las matemáticas será aplicado a todos los campos del conocimiento: a la filosofía, la moralidad, la estética, la política, la filosofía de la religión y la historia. Escuchémoslo en palabras de nuestro filósofo Luis Villoro: “la ciencia matemática [...] pone en obra una forma de racionalidad, la que está al servicio de una voluntad de transformación y dominio [...]. Se trata de convertir el conocimiento de la naturaleza en instrumento para construir nuestro propio mundo.” Lo que importa ahora ya no es la satisfacción que los hombres llaman verdad, sino la operación, el procedimiento eficaz. Este es el camino de la ciencia moderna, camino que perdió el sentido y sustituyó el concepto por la fórmula, la causa por la regla y la probabilidad. Por esta razón, para Adorno y Horkheimer las diversas figuras míticas pueden reducirse, todas, al mismo denominador: a la respuesta de Edipo, al hombre, al sujeto. En suma, es la razón como instrumento universal e instancia legisladora del obrar humano, de la misma manera como se comporta el dictador ante los hombres. En tal rastreo, hay una crítica a la modernidad burguesa, al capitalismo que se expandió por primera vez, a través de la conquista de América, “Con la expansión de la economía mercantil burguesa, el oscuro horizonte del mito es iluminado por el sol de la razón calculadora, bajo cuyos gélidos rayos maduran las semillas de la nueva barbarie.”

Martin Heidegger, en “La época de la imagen del mundo”, refiere a la concepción de lo ente y a la interpretación de la verdad que tiene la modernidad, es decir, a su esencia. En esta imagen del mundo, ve una filosofía centrada en la “humanidad” que concibe al mundo como algo que existe por y para el hombre; como el marco de referencia de todo lo ente; es decir, de la naturaleza y la historia, que no es otra cosa que una visión tecnológica del mundo y del ser. En esta concepción de la naturaleza y la historia, se entiende al sujeto como una cosa pensante que se coloca de forma individual y colectiva en el centro del mundo. Todo existe para el sujeto (res cogitans) como un recurso disponible; como algo que está para nosotros. En ese sentido, no hay nada que no se le pueda hacer al mundo, así lo expresa Martin Heidegger: “Lo ente en su totalidad se entiende de tal manera que sólo es y puede ser desde el momento en que es puesto por el hombre que representa y produce [...]. Comienza ese modo de ser que consiste en ocupar el ámbito de las capacidades humanas como espacio de medida y cumplimiento para el dominio de lo ente en su totalidad.” Esta es la filosofía del humanismo que explica y valora a la historia y a la naturaleza a partir del hombre y para el hombre. Este sujeto y su ciencia, es el fenómeno esencial de la imagen moderna del mundo; es el primer y auténtico subjectum en donde se fundamenta la realidad. En otras palabras, es el hombre como amo y señor de todo lo existente.

Heidegger así elabora una lectura de la consumación de la técnica como fin de la metafísica de occidente, como el máximo olvido del ser. El mundo como imagen es antropologizado, se pone al servicio de una mirada mediada por una voluntad científico-técnica. Este reino del cálculo haría de la modernidad, no la época de una imagen del mundo determinada, sino aquella en que el mundo es asumido y pensado como imagen.

Como podemos ver, el hombre moderno tiene así, una confianza en la dimensión física de la capacidad técnica del ser humano, técnica basada en el puro uso de la razón. Es un hombre que domina progresivamente en la tierra, cuya versión y hábitat, espacial y geográficamente es la ciudad, sitio por excelencia del progreso técnico y de la civilización, espacio en donde se aprovecha de manera mercantil la aplicación técnica de la razón matematizante. La ciudad será entonces, el recinto exclusivo de lo humano, de la sustitución de la “barbarie” por la “civilización” y el núcleo en donde gravitará la industrialización del trabajo productivo, la potenciación financiera del trabajo mercantil y la crisis de las culturas tradicionales. Esta es la materialización incesante del progreso, paradójicamente será la ciudad, aquella que Franz Kafka, según Benjamin, describe como un mundo laberíntico burocrático sin esperanza, un mundo de los aparatos tecnocráticos. De esta forma lo percibe Walter Benjamin, “De la experiencia del hombre moderno de la gran ciudad, que se sabe entregado a un inabarcable aparato burocrático, cuyas funciones dirigen instancias no demasiado precisas para los órganos que las cumplen, cuanto menos para los que están sujetos a ellas.”

En términos filosóficos, es el desencantamiento del mundo o la desedificación; es el derrumbe de las instancias trascendentales. Este tránsito corresponde ya a la mercantilización de la vida social y refleja el sometimiento de la mano invisible del mercado en los asuntos humanos. Es el valor que se alimenta de la explotación del plusvalor producido por los trabajadores, en otras palabras, la mano oculta del mercado decide y sabe lo que le conviene a la sociedad, ella le da una forma y la guía por la historia buscando el bienestar sobre la vía del progreso material.

La racionalidad técnica descrita escinde el campo de lo ontológico de la razón totalitaria y absolutista europea para reconstituirse de racionalidades, a la vez que ha convertido al sujeto en objeto, lo que reifica las relaciones materiales y axiológicas de la existencia humana. De ese modo, la objetivación del sujeto por el objeto es lo que caracteriza a la razón cientificista de la modernidad, al considerar el registro objetivo de la verdad conforme a los procesos experimentales de las ciencias de la naturaleza, de donde se puede deducir que tanto lo histórico como las acciones humanas son susceptibles de reducción instrumental. Se escinde así el campo ontológico de la naturaleza, de la existencia y del sujeto, separándose el campo moral y ético e imponiéndose una mera racionalidad técnica en el mundo: “Es la pureza trascendental del sujeto racional moderno. Es la constitución de un yo que en su misma formulación epistemológica y científica es vaciado de sus componentes históricos y sociales, emocionales y lingüísticos [...]. Es también el sujeto como existente exiliado de su comunidad real, de su núcleo ético y de su memoria histórica.”

De lo expuesto podemos decir que lo esencial de esta situación es el hecho de reubicar la clave de la productividad del trabajo humano, de situarla en la

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