Una relación entre el eros y la cultura

UNA RELACIÓN ENTRE EL EROS Y LA CULTURA

Hay un método que Freud destaca entre todos los que el hombre posee para lograr la felicidad y apartar el sufrimiento, y ese método es el amor, el amor como "el centro de todas las cosas". Como dice posteriormente, no se puede rechazar el hecho de que todos esos procesos proceden de la cultura, por lo cual queda entendido que la táctica del amor también procede de esta. El amor aparece como un estado en el que se esfuman las barreras -el límite- entre el yo y el objeto. Sin embargo, ya se expone desde el principio que el sufrimiento que nos es más doloroso es el que procede de las relaciones con otros seres humanos y, dado que el amor y el deseo sexual implican la relación con otros seres humanos, entiendo que el amor también conlleva al dolor.  En la segunda mitad de su ensayo, Freud califica el origen de la cultura y su proceso como "una modificación del proceso vital" a partir de la influencia del Eros (el amor) y la necesidad exterior que implica la unión de individuos dando lugar a una comunidad. La familia se construye a partir de  la necesidad de satisfacción genital pero, a partir de aquí, la cultura evoluciona mediante las restricciones de satisfacción ("la obligación del trabajo impuesta por las necesidades exteriores"), dando paso a una justicia que apoya la mejor vida para todos los miembros del grupo. Curiosamente, esta misma restricción es la que provoca  posteriormente una ruptura entre el amor y la cultura a lo largo de la evolución, empezando por una disputa entre la familia y la comunidad social a la que pertenece el individuo, ya que los intereses del amor se oponen a los de la sociedad como ya hemos visto. Definitivamente la expoliación del goce sexual da lugar a una enorme injusticia, y la sexualidad pasa a verse solo útil para la repoducción. Aún así, ya en las primeras relaciones entre machos y hembras que se unían felizmente para satisfaccer sus apetitos sexuales se podía visualizar una represión en la mujer, pues esta era exclusivamente el objeto del marido.  

Ciertos instintos que poseemos conservan al individuo, mientras otros instintos relacionados con el amor tienden hacia los objetos y se encargan de la conservación de la especie, pero dentro de estos instintos objetales el instinto sádico destaca por su distinto fin destructor. Esta agresividad es innata en el ser humano y a su vez se opone a la cultura. Si la cultura depende del amor (del Eros), y este a su vez da lugar al instinto de destrucción, se nos presenta necesariamente una lucha entre el instinto de vida (Eros) y el instinto de destrucción (muerte) como algo que cafilica tanto el proceso cultural en la Humanidad como el desarrollo individual.

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