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La inminencia de las celebraciones


Enviado por   •  6 de Julio de 2015  •  3.327 Palabras (14 Páginas)  •  260 Visitas

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La inminencia de las celebraciones por el bicentenario de las independencias de los países hispanoamericanos es una ocasión más que adecuada para reflexionar sobre una realidad histórica sistemáticamente ocultada y no por eso menos importante, puesto que concierne a uno de los dos actores más importantes del proceso: el movimiento realista hispanoamericano.

En el siguiente artículo intentaremos un acercamiento al extenso fenómeno del realismo en el sur del Perú, fundamental para entender la dinámica de este movimiento en todo el virreinato. Nuestra aproximación consistirá en pasar revista brevemente a una serie de acontecimientos y figuras representativas del fidelismo surperuano, intentando comprender las razones que llevaron a defender una causa vista ahora por muchos como incomprensible.

Como bien apunta José María Iraburu, fue uno de los primeros designios de las nacientes oligarquías falsificar la historia reciente de sus naciones para poder justificar el status quo posterior a ese cataclismo tumultuoso y a veces incomprensible para los que lo atestiguaron que significó la Guerra de Separación [2].

Ni los elaborados e imaginativos intentos por construir una especie de liturgia laica de himnos, próceres deificados y demás elementos patrióticos, algunos de claro sabor masónico y jacobino, han podido remediar en la conciencia hispanoamericana (ya sea la de los liderazgos políticos e intelectuales o la de las masas populares, expresada en una variada y multiforme cultura tradicional especialmente en los sectores rurales [3]) esa perplejidad expresada tanto en la memoria de un bien perdido como en un sentimiento de desarraigo profundo, originado durante el proceso de destrucción y dispersión de la Monarquía Católica (1808-1833). Este fenómeno es mucho más acusado en aquellas regiones donde los eclipsados, los “otros patriotas” para utilizar la expresión usada por el historiador Manuel Gutiérrez, eran muchedumbre, como es el caso del Virreinato del Perú [4], en especial del sur andino, esa prolongación histórica del antiguo núcleo Wari-Inka, que según Pablo Macera había podido sostener el auge de Potosí y la unidad y hegemonía del gran Perú austriaco del siglo XVII [5].

Aun en los momentos crepusculares del Virreinato, cuando el poder fidelista sólo se circunscribía a las sierras sureñas –pero en que paradójicamente los desequilibrios de las Reformas Borbónicas habían sido remediados, al convertirse Cusco en capital del Reino y reincorporarse a éste el Alto Perú– ocurrieron algunos hechos bastante significativos, como aquel pedido de la nobleza indígena a la corte virreinal, fechado el 8 de junio de 1824, en que se solicitaba que:

“[…] en los días de víspera y dia del glorioso apostol Señor Santiago se celebre […] las funciones del Real Estandarte en memoria del triunfo de nuestros invencibles armas catolicas: en cuya festividad es visto salir […] uno de los indios nobles de las ocho parroquias de esta capital, de Alférez Real, nombrado por los 24 electores del Cabildo de Ellos, por ser dichas funciones, las mas vivas demostraciones de nuestra fidelidad, gratitud y jubilo que se hacen a ejemplo de Nuestros Antepasados. [6]”

Para el historiador norteamericano David T. Garnett esto demostraría que “los descendientes de la realeza incaica cuyo vasto imperio había sido tomado por los españoles no le juraban simplemente su lealtad a Fernando VII a medida que el virreinato colapsaba, sino que insistían en su derecho a hacerlo. Junto con ellos, la nobleza india de la sierra en general repudió la independencia impulsada por los criollos, del mismo modo que en el decenio de 1780, sus padres y abuelos habían acudido en defensa del rey, contra los masivos levantamientos indígenas de Túpac Amaru y los Catari [7]”.

Considerando la importante posición representativa y de coordinación que ocupaban los hidalgos indios en el ordenamiento del Reino peruano y la influencia que todavía gozaban en las comunidades - a pesar del menoscabo borbónico y los intentos de desarticulación por parte de funcionarios peninsulares después del alzamiento tupacamarista -, puede considerarse entonces como fidelista en gran medida y hasta el final, a la mayoría de los sectores indígenas del Sur Andino, que acudieron en masa a defender las banderas del Ejército del Perú al llamado de sus señores naturales.

Seis meses después, este ejército multiétnico defensor de la tradición y de la integridad territorial peruanas era finalmente derrotado.

A este punto cabe recordar la “perplejidad quieta y triste” que le produjo a José de la Riva-Agüero (1912) la contemplación del campo de Ayacucho: “En este rincón famoso, un ejército realista, compuesto en su totalidad de soldados naturales del Alto y Bajo Perú, indios, mestizos y criollos blancos, y cuyos jefes y oficiales peninsulares no llegaban ni a la decimoctava parte del efectivo, luchó con un ejército independiente, del que los colombianos constituían las tres cuartas partas, los peruanos menos de una cuarta, y los chilenos y porteños una escasa fracción” [8].

En una paradoja muy comprensible, las actuales Fuerzas Armadas Peruanas celebran como su día jubilar el 9 de diciembre.

Pero es menester preguntarnos: ¿cuáles era las formas de pensar y las estructuras del sentir de estos sectores realistas? ¿Puede intentarse una reconstrucción de la memoria del fidelismo surperuano?

Esta tarea todavía no ha sido realizada. El secular abandono de las fuentes de aquellos tiempos y la consecuente dispersión y desaparición de documentos valiosos la dificultan enormemente. Sin embargo, existe un valioso librito, editado en Lima en 1815, que constituye una suerte de manifiesto del realismo surperuano. Se trata del “Elogio fúnebre del señor D. José Gabriel Moscoso, teniente coronel de los reales exércitos, gobernador de Arequipa, en las exequias que el Ilustre Cabildo Justicia y Regimiento de dicha Ciudad hizo en honor y sufragio de tan benemérito gefe el día 9 de marzo de 1815 [9], por el doctor Mateo Joaquín de Cosío, sacerdote y abogado arequipeño. Fue editado en Lima en ese mismo año por el padre de su autor, el brigadier Mateo de Cosío. Ambos personajes fueron testigos presenciales de la toma de Arequipa por parte de los insurgentes capitaneados por Mateo García de Pumacahua, el 10 de noviembre de 1814. El intendente Moscoso, criollo arequipeño, veterano de las guerras contra la Francia Jacobina y destacado defensor de Zaragoza, junto con el cuzqueño mariscal de campo Francisco de Picoaga, fueron capturados por los rebeldes y luego ejecutados por negarse a respaldar

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