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Benito Juarez


Enviado por   •  14 de Septiembre de 2012  •  1.390 Palabras (6 Páginas)  •  279 Visitas

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Martín Sánchez estaba indignado. El partido de los bandoleros aún era muy fuerte y contaba con grandes influencias, tanto en México como en la tierra caliente. La desorganización en que se hallaba el país, en aquel tiempo, era causa de que se viese semejante escándalo.

Los plateados contaban con amigos en todas partes, y si un hombre de bien, como lo hemos visto con Nicolás, encontraba difícilmente patrocinio, un bandolero contaba con mil resortes, que ponía en juego tan luego como corría peligro. Y es que, como eran poderosos, y tenían en su mano la vida y los intereses de todos los que poseían algo, se les temía, se les captaba y se conseguía, a cualquier precio, su benevolencia o su amistad.

Mientras que el bravo jefe que exponía su vida en lucha tan desigual, se estaba curando de sus heridas, el Zarco, ya restablecido había logrado por medio de sus protectores, que se le sometiera a juicio y que se le trasladase a Cuernavaca, so pretexto de que en ese distrito había cometido crímenes.

Juzgarlo y trasladarlo era salvarle la vida, encontraría defensores y quizás podría evadirse. Lo mismo se había hecho con los otros bandidos que habían caído heridos o prisioneros en el combate cerca de La Calavera. La población de Morelos estaba escandalizada, pero como hechos de esta naturaleza no habían sido, por desgracia, sino muy frecuentes, no pasó de ahí.

Martín Sánchez reflexionó entonces que mientras no se emprendiese en grande la lucha con los bandidos, éstos, por la mancomunidad de intereses que tenían entre sí, habían de favorecerse siempre; que mientras él, Martín, y otros jefes perseguidores no tuviesen facultades como las que tuvo en otro tiempo el famoso Oliveros, había de ser inútil toda persecución, porque sometidos los bandidos al fuero común, habían de encontrar recursos, influencias y dinero para substraerse al castigo. Que mientras no viesen los pueblos abierta la lucha sin cuartel entre la autoridad y los malhechores no habían de decidirse en favor de la primera.

En ese concepto pensó en dar un paso decisivo para saber a qué atenerse; y resolvió ir a México, para apersonarse con el presidente Juárez, darle cuenta con verdad del estado en que se hallaba la tierra caliente, decidirlo en favor de la buena causa y pedirle facultades, armas y apoyo.

Esa resolución se hizo más urgente aun cuando Martín Sánchez supo que, al ser conducido el Zarco con su querida y sus compañeros a Cuernavaca escoltado por una fuerza pequeña y mala, los plateados se habían emboscado en el estrecho y escabroso paso llamado Las Tetillas, y atacando a la escolta, la desbarataron y libraron a los presos. Así pues, el Zarco había vuelto con sus antiguos compañeros para sembrar de nuevo el terror con sus crímenes en aquella comarca.

Martín Sánchez se dirigió a México, y aunque no contando con ningún valimiento ni reputación, provisto sólo de algunas cartas de amigos del presídente Juárez, se presentó a éste tan pronto como pudo.

Juárez no era entonces el magistrado de autoridad incontestable y aceptada, ante cuya personalidad se inclinaran todos, como lo fue mucho más tarde.

Por aquella época, aunque acababa de triunfar en la famosa guerra de Reforma, luchaba aún con mil dificultades, con mil adversarios, con mil peligros, de que sólo su energia y su fortuna pudieron sacarlo avante.

Las fuerzas clericales, acaudilladas por Márquez, Zuloaga y otros, todavía combatían con encarnizamiento y distraían a las tropas del gobierno ocupadas en perseguirlas.

En el partido liberal surgían para el presidente rivalidades poderosas, aunque, a decir verdad, ellas no constituían el mayor peligro.

El erario estaba en bancarrota, y para colmo de desdichas la invasión extranjera había ya profanado el territorio y los adversarios del gobierno liberal, es decir, la facción reaccionaria y clerical, se unía a los invasores.

Juárez, pues se hallaba en los días de mayor conflicto. Y hemos dicho que, merced a estas circunstancias, los bandidos se habían enseñoreado de la tierra caliente.

Martín Sánchez pensó encontrar en el presidente a un hombre ceñudo y tal vez predispuesto contra él, y se encontró con un hombre frío, impasible, pero atento.

El jefe campesino lo abordó con resolución y le presentó las cartas que traía. El presidente las leyó,

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